Por Ope Pasquet (*) | @opepasquet
La República Popular China es, desde hace varios años, el principal socio comercial de Uruguay. Compra aproximadamente el 30% de nuestras exportaciones y es, después de Brasil, nuestro segundo proveedor de bienes importados.
Lo mismo podría decirse, ajustando las cifras, respecto de casi todos los países de América del Sur y algunos de América Central y el Caribe.
La presencia china en América Latina no se limita a la actividad comercial. Los bancos chinos colocan préstamos en la región, las empresas chinas participan en las grandes obras públicas, los barcos chinos pescan en el Atlántico Sur y llegan a los puertos sudamericanos, la tecnología china le disputa espacios a la estadounidense o europea.
La pandemia creó un nuevo espacio para el lucimiento de la gran potencia asiática: Uruguay, y otros países, pudieron comprar la vacuna china y responder con ella a la angustia de su gente, antes de que las producidas por laboratorios de la Unión Europea o los Estados Unidos les resultaran accesibles.
Como imagen de lo que ha venido a ser China para América Latina en el Siglo XXI, me parece muy expresivo el hecho de que el primer buque que en 2016 cruzó el nuevo y ampliado Canal de Panamá haya sido el portacontenedores chino Cosco Shipping Panamá. En 1914, ese simbólico primer viaje por el canal que entonces se inauguraba lo hizo un vapor de bandera estadounidense, el SS Ancón.
Así como desde los comienzos del Siglo XX la proyección de los Estados Unidos sobre América Latina fue desplazando gradualmente a Gran Bretaña, hoy es China la que parece llamada a desplazar a los Estados Unidos de lo que en otra época se consideraba su zona de influencia exclusiva y excluyente.
Lo que ocurre en el plano económico, en el sentido más amplio de la expresión, más tarde o más temprano se manifiesta también en el plano político.
Una investigación académica publicada el año pasado en la revista Colombia Internacional, de la Universidad de los Andes, estudió el voto de 19 países de América Latina en la Asamblea General de las Naciones Unidas desde 1971 hasta el 2015, en el marco de lo que ha sido el proceso de crecimiento del comercio y las inversiones chinas en la región. De un total de 1906 resoluciones consideradas, los autores del estudio registraron coincidencias del voto de los 19 estados latinoamericanos con los Estados Unidos en 963 casos y con China en 943 casos. Obviamente, al comienzo del período considerado son mayores las coincidencias con los Estados Unidos, y van virando hacia China según pasan los años y crece el comercio con ese país (según el estudio referido, el comercio China-América Latina se multiplicó por 26 entre el año 2000 y el 2016).
La conclusión de la investigación es clara: “China ha logrado progresivamente un mayor alineamiento con los países latinoamericanos en detrimento de la potencia norteamericana. Esto, además, permite comprobar que el gigante asiático ha sido exitoso demostrando su compromiso pro tercer mundo y su posición para liderar los intereses del sur global (…). Se confirma que el aumento de poder relativo de China en el ámbito internacional ha permitido a los países periféricos disminuir el dominio político de la potencia americana en la región” (Sandra Zapata y Aldo Adrián Martínez-Hernández. 2020. “La política exterior latinoamericana ante la potencia hegemónica de Estados Unidos y la potencia emergente de China”. Colombia Internacional 104: 63-93. https://doi.org/10.7440/colombiaint104.2020.03).
En un continente que ha sentido el peso de “la república imperial”, al decir de Raymond Aron, puede resultar simpático el recorte de su influencia que resulta del nuevo protagonismo chino.
En otras partes del mundo las cosas seguramente no se ven de la misma manera.
El pasado mes de mayo, la República Popular China suspendió por tiempo indeterminado el Diálogo Estratégico Económico con Australia, país del que China es también el principal socio comercial.
Los comentaristas dicen que las relaciones entre ambos países pasan por su peor momento y podrían deteriorarse más aún.
Las tensiones habrían surgido cuando en el año 2018 el gobierno australiano prohibió que la empresa china Huawei participase en el desarrollo de su infraestructura 5G y comenzó a alinearse con los Estados Unidos en ese plano.
En abril del 2020, el Primer Ministro Scott Morrison reclamó públicamente una investigación internacional rigurosa sobre los orígenes del coronavirus en la ciudad china de Wuhan. La ocurrencia del australiano no le hizo gracia a Beijing que, poco después, respondió aumentando los aranceles e imponiendo una serie de restricciones a las importaciones chinas de algunos productos australianos como el carbón, la carne, la cebada y el vino.
Paralelamente, se produjeron incidentes de otro tipo. En setiembre de 2020 el gobierno australiano revocó la visa de dos periodistas y dos académicos chinos, investigados por un supuesto complot del Partido Comunista Chino para infiltrarse en el parlamento del estado australiano de Nueva Gales del Sur. En China, por su parte, una presentadora de noticias australiana fue detenida e incomunicada, acusada de estar involucrada en actividades contrarias a la seguridad nacional china.
Para los australianos, seguramente -hay encuestas que lo indican-, China no se presenta con el rostro sonriente y amable con el que se la ve desde América Latina. Para ellos es bien claro que el comercio no es inmune a los sacudones de la política, del mismo modo en que el estudio académico que citamos muestra cómo la política en las Naciones Unidas acusa el impacto del crecimiento del comercio.
¡Vaya descubrimiento!, podrán decir los lectores; ¿es que acaso nos enteramos ahora de que hay vínculos estrechos entre el comercio internacional y la política internacional?
El concepto no es nuevo, ciertamente, pero a veces se siente la tentación de olvidarlo. Uruguay necesita que su economía crezca y para ello debe vender su producción en el exterior. China ha demostrado ser un muy buen cliente y es natural entonces que se piense en aumentar hasta donde sea posible, es decir, hasta donde China quiera, el intercambio comercial con ella.
Es momento de recordar que el comercio no viene solo; está en la naturaleza de las cosas que así sea.
El Mercosur, que tantas ilusiones generó en los años ‘90 y que tantas frustraciones produjo en lo que va de este siglo, sigue siendo la plataforma necesaria para negociar con China un hipotético TLC (como los que tiene China con Chile, Perú o Costa Rica), si es que de eso se trata. Es obvio que Uruguay solo no podría negociar, en rigor, nada, y que debería optar entre aceptar o rechazar lo que China quiera ofrecerle. Para que haya negociación propiamente dicha tiene que entrar Brasil en la conversación.
Por otra parte, no olvidemos que en las relaciones internacionales no todo es comercio, inversión o intercambios culturales. Existe también la dimensión de la seguridad, esa que normalmente nos permitimos olvidar por ser el nuestro un país pacífico, pequeño e irrelevante desde el punto de vista militar. Cada tanto, sin embargo, se presentan situaciones que nos recuerdan que los estados no pueden desentenderse de su propia seguridad, y que si no la cuidan con medios propios deben contar con amigos a quienes recurrir. Cuando al presidente Tabaré Vázquez se le presentó una de esas situaciones, durante su primer gobierno, recurrió a los Estados Unidos y fue escuchado. Conviene recordarlo, en tiempos en que se habla con tanta soltura de la sustitución de los Estados Unidos por China como punto de referencia global para América Latina, y en particular para Uruguay.
“No hay almuerzos gratis”, dicen los economistas. No los hay tampoco en política internacional.
El país debe tenerlo presente cuando busca ensanchar los horizontes de su comercio exterior.
(*) Diputado del Partido Colorado.