Por Mónica Xavier (*) | @EsMonicaFA
A medida que pasa el tiempo, una impresión se consolida: los gobiernos del Frente Amplio están logrando enormes cambios para el país. Ningún proyecto está agotado cuando los avances no paran.
La capacidad de gestión de un gobierno es directamente proporcional a la cantidad de planes que implementa exitosamente. En esta década los ejemplos se cuentan por cientos. La actualización de la matriz energética, el Hospital de Ojos, la nueva agenda de derechos, los avances en Derechos Humanos, la actualización edilicia de todo el sistema educativo, los beneficios previsionales, leyes laborales, la captación de inversiones, la reforma tributaria, la UTEC, el incremento del salario real, la contención de la inflación, la ampliación de los mercados destino, la conectividad. Y así podría seguir.
La inversión en políticas sociales, las pasividades y los salarios, no paran de crecer en nuestro país desde que el Frente Amplio es gobierno. Recientes datos del INE informan que en 2016 se registraron los niveles de pobreza y de indigencia más bajos desde 1985 – importantísimo logro que nos obliga a no parar hasta terminarlas -. Pero esos mismos datos también dan cuenta de un mapa del «Uruguay pobre» que evidencia un fuerte impacto territorial, y que la pobreza golpea más a los niños menores de 6 años y a los afrodescendientes – duplicando el promedio -. Crecemos, distribuimos y no negamos que aún falta mucho. Esa batalla por terminar con la integración no se limita a transferencias, apunta especialmente al desarrollo sostenible.
La inclusión exige avanzar en innovación, incorporación tecnológica, y promover mecanismos continuos de formación, capacitación y profesionalización de los procesos de producción. En eso estamos a través de múltiples programas. En Innovación: creación del Gabinete Ministerial de la Innovación (GMI) y de la Agencia Nacional de Innovación e Investigación (ANII); Desarrollo Productivo: creación del Gabinete Productivo (GP); Desarrollo de Capacidades: creación del Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop); Inserción Económica Internacional: creación de la Comisión Interministerial para Asuntos de Comercio Exterior (Ciacex); Promoción de otras modalidades de propiedad del capital y gestión empresarial: creación del Instituto Nacional del Cooperativismo (Inacoop); Infraestructura: fortalecimiento y cambio estratégico en la Corporación Nacional para el Desarrollo (CND); Promoción de Exportaciones e Inversiones: reforma y fortalecimiento del Instituto de Promoción de la Inversión y las Exportaciones de Bienes y Servicios (Instituto Uruguay XXI). Con la finalidad de coordinar todo lo anterior, a principios de año se creó el Sistema Nacional de Transformación Productiva y Competitividad. El objetivo es potenciar aún más el desarrollo económico productivo e innovador, con sustentabilidad, equidad social y equilibrio ambiental y territorial. En las antípodas del estancamiento.
Todo exactamente lo opuesto a las recetas neoliberales obnubiladas por “el achique”. Antes que gobernara la izquierda, la economía reptaba en el estancamiento – desde hacía por lo menos medio siglo no daba dos pasos seguidos en un sentido expansivo -. Las crisis eran definidas como parte de un destino inevitable y la inversión en políticas sociales era miserable. Y sí, los efectos combinados del colapso bancario con las crecientes tasas de desempleo fueron devastadores a principios de este siglo: además de dejar quebrados a los sistemas productivo y financiero, la estructura social también fue dejada en bancarrota. La derecha renueva formas pero no recetas, mantiene contra viento y marea sus recetas, que entona generación tras generación.
La posverdad se configura cuando la verdad ya no es importante ni relevante. La derecha repite que el gobierno está “congelado” y que la pasada fue una década perdida, pero cuando Cepal elabora el estudio de distribución y combate a la pobreza, Uruguay está en los mejores niveles de la región; cuando Transparencia Internacional elabora el informe sobre corrupción, Uruguay está en los mejores niveles de la región; cuando Reporteros sin Fronteras elabora el informe de libertad de prensa, Uruguay está en los mejores niveles de la región; cuando la Unión Internacional de las Telecomunicaciones elabora el informe sobre desarrollo de nuevas tecnologías, Uruguay está en los mejores niveles de la región. No es difícil concluir que alguien está equivocado. O todos los organismos internacionales faltan a la verdad sobre la realidad de Uruguay o lo hacen quienes desde adentro no paran de criticar a un país que describen al borde de la hecatombe.
Una sociedad con más oportunidades necesita seguir profundizando en políticas inclusivas y ello no depende solamente de un partido político, requiere del sistema político y social en su conjunto. Allí está una clave fundamental para terminar de dar el salto hacia el desarrollo. Porque la democracia de este tiempo exige mucho más que votar cada un determinado lapso, tiene su más alto desafío en predominar sobre la fuerza avasalladora del mercado – a la que poco le importan las condiciones de trabajo y la distribución de la renta-. Debemos construir una sociedad humanista, superar el consumismo, la mecanización y la exclusión. No aceptaremos jamás la anormalidad constante que provocan las exclusiones económicas, generacionales y de género.
Crecer para luego derramar es el verso neoliberal por excelencia, la excusa para postergar las legítimas demandas de los pueblos, que revela una filosofía restrictiva, egoísta y timorata. El desarrollo exige exactamente lo contrario, es consecuencia de la integración, la distribución y las oportunidades para todos. El progreso requiere capacidades, honestidad, valentía, humildad. En esta década hemos logrado que la estructura productiva esté cada vez más diversificada, con más encadenamientos entre sectores, más conocimiento aplicado a la producción y más inserción en mercados internacionales exigentes. La síntesis de este proceso está sustentada en el crecimiento acumulado de la inversión (estabilidad macroeconómica – mejora en el clima de negocios – calidad de las instituciones – incentivos a la inversión), en el aumento de la productividad (la mitad del crecimiento económico uruguayo es explicado por ganancias de productividad), en el dinamismo exportador (diversificación de mercados y de productos exportados). La evidencia de los resultados obliga a reconocer los procesos en curso y consolidar las políticas públicas que, junto a la acción de emprendedores y trabajadores, aseguran su sustentabilidad.
La inclusión, el control inflacionario, la equidad, el desarrollo, la nueva agenda de derechos, no es tarea que concluya en cinco, diez ni quince años. Uruguay se debate en las naturales discusiones por su futuro. Por cierto, algunas de ellas muy saludables, ya que nadie es dueño de la verdad. A quienes las mayorías nos confirieron la tremenda responsabilidad de gobernar debemos saber interpretar y dar respuesta a las nuevas demandas de la gente si no queremos que la ciudadanía use en nuestra contra la idea de cambio. Está claro que superamos el estancamiento y la resignación. Estamos embarcados hacia un futuro no solo mejor para nuestro país sino – aún más importante- real y cercano.
(*) Senadora y secretaria general del Partido Socialista – Frente Amplio