Por Raúl Viñas (*) | @Uruguay2035
La lluvia y el estado del tiempo en general, son recurrentes temas de conversación. En los últimos meses el tema se ha concentrado en la falta de lluvias y más cerca en el tiempo también en las dificultades para abastecer de agua potable al sistema de Montevideo y el área metropolitana. Eso ante el colapso de las reservas en la cuenca del río Santa Lucía y la subsecuente utilización de agua con mayor grado de salinidad para abastecer el sistema de agua potable.
Estamos en seca, un vocablo que muchas veces se procura evitar utilizar por los efectos que tiene como disparador de seguros y otras consecuencias económicas. Así, normalmente se habla de “déficit hídrico”. Pero esto es una seca, aún falta agua en los suelos, como lo muestran los balances hídricos del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA) y del Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet). En la mayor parte del país las reservas de agua se secan, los cursos de agua se secan o se cortan y los pozos de agua bajan su nivel o se secan, generando problemas para la producción, el ambiente, y amenazando incluso la disponibilidad de agua para el consumo humano.
La situación no es nueva, los registros nos muestran que este es un fenómeno recurrente, pero la particularidad del episodio actual es que vino precedido por situaciones similares, aunque no tan duras, en los dos años anteriores. En total, más de tres años en los que las precipitaciones no llegaron a los valores normales o climatológicamente esperados.
El régimen de lluvias del Uruguay y la región depende del pasaje sobre el territorio de masas de aire, que en su tránsito hacia el ecuador generan lluvias en base a la humedad que en niveles medios de la atmósfera es aportada por la evaporación del Pantanal, el Mato Grosso y el propio Océano Atlántico. Esa humedad es complementada por la que esos cuerpos de atmósfera obtienen en su pasaje sobre el Océano Pacífico Sur. El pasaje de masas cálidas hacia las zonas polares también genera lluvias al empujar a las masas frías hacia altas latitudes.
Ese régimen de lluvias es similar al del sureste de Australia y de África. En los tres continentes a la latitud del Uruguay se dan desiertos en el oeste y zonas con precipitaciones todo el año en el este.
Completan y modulan esta configuración general muchos fenómenos, entre los que destacan por su fuerza y significación los cambios en la circulación del Océano Pacífico que se denominan en sus extremos como “El Niño” y “La Niña”. Desde 2020 ha dominado la configuración de “La Niña”, que estadísticamente se asocia a reducción en las precipitaciones de esta región, que es más significativa en verano.
La situación de seca predominante dio una pequeña tregua en la segunda quincena de marzo, pero se agudizó en abril cuando las precipitaciones no llegaron a la media climatológica en ninguna parte del país.
Pero, ¿cuánto llueve en el Uruguay?
En promedio, nuestro país recibe unos 1.100 milímetros de lluvia en la zona suroeste y ese valor llega a 1.600 en el noreste. Esos valores representan un sensible incremento sobre los que se registraban hace 50 años, cuando eran de 900 milímetros en el suroeste y 1.400 en el noreste. Ese incremento de las precipitaciones ha estado acompañado de un cambio en la modalidad de las lluvias, las que ahora se concentran en menos episodios de mayor intensidad con intervalos secos que pueden durar 20 días o más.
Es el agua de la lluvia la que se infiltra en el suelo manteniendo su humedad y reponiendo los acuíferos subterráneos, es el agua de la lluvia la que corre sobre la superficie hacia los lagos, ríos y arroyos manteniendo sus caudales y la que a través de ellos cumple múltiples servicios ecosistémicos incluso al llegar a los mares.
Es el agua de la lluvia la que se evapora desde los vegetales permitiendo crecimiento y desarrollo. Es esa agua la que, potabilizada, es usada por la población humana y es también la que es contaminada por actividades humanas generando fenómenos como las frecuentes floraciones de cianobacterias que afectan toda la cadena trófica de los ecosistemas acuáticos.
Algunas personas y técnicos de diferentes especialidades abogan por buscar la retención de esas aguas en el terreno, generando embalses, con la idea de que de otra manera esas aguas se “pierden” en el océano sin entender que la libre circulación del agua en el sistema es lo que mantiene el sistema sano. Otra idea que aparece a menudo, en especial en momentos de escasez, es la de intensificar el uso del agua de los acuíferos que son grandes reservas, pero cuya explotación debe ser cuidadosamente planificada para evitar su degradación y agotamiento.
Pero, volviendo a hablar de la lluvia, es necesario entender básicamente lo que la lluvia significa en términos de cantidad de agua y para ello conviene tener en cuenta que en cualquier momento hay en la atmósfera más de ocho veces la cantidad de agua existente en todos los lagos, ríos y arroyos. El agua en la atmósfera aparece en estado gaseoso como vapor invisible, en estado líquido en forma de pequeñas gotas y también en estado sólido, como cristales de hielo conformando las nubes que cubren en promedio un poco más de la mitad de la superficie del planeta.
Cuando en un pluviómetro se registran por ejemplo cinco milímetros de lluvia, una lluvia realmente poco intensa, eso significa que han caído cinco litros de agua en un metro cuadrado equivalentes a 50 toneladas de agua en una hectárea. Podemos imaginar la cantidad de energía necesaria para regar una hectárea con 50 toneladas de agua.
Pero un episodio de precipitación afecta mucho más que una hectárea, 50 toneladas de agua en una hectárea son 5.000 toneladas en un kilómetro cuadrado y tres millones de toneladas si llovieran cinco milímetros en el departamento de Montevideo. Llevar esa cantidad de agua a Montevideo implicaría disponer de 20 buques tanques del tipo Panamax y los medios y energía para distribuir el agua uniformemente en todo el departamento.
Si asumimos un promedio de lluvia mensual de 100 milímetros para el territorio nacional, eso implica 1.000 toneladas de agua en una hectárea, 100.000 en un kilómetro cuadrado y 17.600 millones de toneladas en el territorio nacional, equivalentes a la carga de casi 120.000 buques tanques en un mes, por lo que serían necesarios casi 4.000 buques diarios solo para transportar el agua que normalmente nos llega gratis desde el cielo.
Entendiendo la magnitud del volumen de agua en el sistema, es fácil comprender y reconocer que no es posible para los seres humanos sustituir a la naturaleza y que debemos buscar las formas de cuidar y usar racionalmente este recurso, el agua, y los otros que conforman nuestro sistema de soporte de vida, como son el aire, los suelos y la biodiversidad.
(*) Magister en Ciencias Meteorológicas. Docente en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de la Empresa. Integrante del Movus (Movimiento por un Uruguay Sustentable).