Por Luis Almagro (*) | @Almagro_OEA2015
Al hablar de formas de hacer política se habla a veces de realpolitik o de políticas de principios, pero vemos que la política en general fluye naturalmente, pasa lo que tiene que pasar en función de determinado contexto político, de la psicología imperante, de la cultura y/o de las costumbres de ese medio. Es lo que debemos llamar “natural politics”. Va con la naturaleza de las cosas.
La ética como responsabilidad natural para hacer más eficiente la lucha contra la impunidad es una necesidad de la democracia.
Los espacios que te da una dictadura se llaman colaboracionismo. Esas formas de colaboracionismos traen aparejadas corresponsabilidades. A la vez se generan los espacios de impunidad que son propios de las dictaduras, donde no existe responsabilidad por las acciones que afectan los recursos públicos o las garantías de las libertades fundamentales de la gente.
Pero la impunidad también es uno de los riesgos más grandes para la democracia: cuando los gobernantes, las autoridades políticas, subestiman al pueblo que las puso en el poder, cuando las instituciones se corrompen, cuando sus decisiones son completamente contrarias a los intereses públicos de la gente y los afecta directamente, ese orden sistémico que se crea en el marco de la democracia se transforma en abuso de poder, en el uso total de la discrecionalidad sin responsabilidad.
El uso de la confidencialidad y la discrecionalidad del manejo de recursos públicos como si fueran propios, además de subestimar al pueblo soberano, hace de quienes toman las decisiones juez y parte.
La corrupción es una forma de liderazgo. Obviamente de la peor clase. La corrupción somete. Los corruptores transforman a sus corrompidos en sus súbditos. La acción de la corrupción dentro de una democracia puede conllevar a alteraciones tales de su funcionamiento que terminan consolidando variables autoritarias, el chavismo-madurismo es el mejor (peor) ejemplo en ese sentido, generando la peor crisis humanitaria del hemisferio y la peor crisis migratoria de la historia, pero fundamentalmente terminó con la democracia e incluso se comió varias de las posibles alternativas democráticas.
La impunidad natural es aquella que constituye la forma normal de funcionamiento de una estructura institucional o de poder. Las voluntades individuales quedan sometidas en forma indefinida, las voluntades políticas se someten eternamente.
La connivencia con los dictadores y con sus crímenes, ya sea corrupción, ya sea crímenes de lesa humanidad o violaciones de derechos humanos, también compromete primero y somete después.
Sabemos que la corrupción es congénita en nuestras Repúblicas y que la tentación totalitaria ha hecho de un continente rico en recursos, un continente pobre en verdadera justicia e inclusión social. No solo la tentación totalitaria, la seducción de no perder cargos o privilegios muchas veces lleva a sacrificar democracia por la preservación del statu quo, por encima de cualquier reforma que sea realmente democrática y garantice la igualdad de derechos para todos y todas.
En este sutil contexto es que se va generando el sistema más vil de todos, un sistema en el que la preservación del statu quo consolida la impunidad. Y cuando esto sucede y se consolida, es muy difícil, casi imposible revertirlo. Y cuando esto se afianza, la verdadera democracia pierde su razón de ser.
En su obra “La ética de lo ambiguo”, Simone de Beauvoir se refiere al compromiso natural del hombre con su libertad, como valor máximo creado por el mismo, como derecho, que conlleva el deber y la carga natural de la responsabilidad, que no viene dada de ningún poder externo, sino que viene de sí mismo, de sus propios actos entre los que se inscriben tanto sus éxitos como sus fracasos.
Nadie escapa de la responsabilidad por sus aciertos ni por sus errores. La ambigüedad de la ética es justamente esa, que es la contracara del fracaso, que sin fracaso y sin errores no concebimos la ética. Pero tanto en el acierto como en el fracaso la carga de la responsabilidad es personal e intransferible. El respeto o la violación de los principios éticos es inherente a cada persona, independientemente si la justicia humana decide a su favor o en su contra.
No importa que tan hábil pueda ser un funcionario público para evadir sus responsabilidades y ocultar su corrupción, para manipular e interpretar el derecho a su favor, aun cuando lo tuerza al borde de lo absurdo, la carga natural de responsabilidad siempre debe ser ejercida.
Es necesario construir un continente verdaderamente democrático, donde se respete el derecho a la memoria y a la verdad de las víctimas de violaciones a los derechos humanos a través de un sistema de justicia garantista que repare a esas víctimas y asegure que definitivamente, esos abusos no se van a repetir nunca más.
Los pactos de silencio, que arropan por igual crímenes de lesa humanidad como corrupción, lejos de ayudar a dejar en el pasado las heridas del tejido social, solo perpetúan indefinidamente el dolor de la injusticia.
Por eso insistimos en la necesidad imperativa de contar con democracias institucionalmente fuertes, con poderes públicos independientes, con sistemas de justicia que brinden las garantías debidas. Por eso insistimos en que en los casos en que no es posible acceder a esto a través de las instituciones nacionales, por casos de grave alteración del orden constitucional o quebrantamientos democráticos del orden que sea, es necesario buscar soluciones en la justicia transicional o en los tribunales internacionales. Porque la justicia es un derecho de todos y debe alcanzar a todos para poder convivir en paz.
Nunca tendremos un continente democrático construido sobre personas tan corruptas que olvidaron su deber de responsabilidad para con el pueblo que los puso en esa posición de poder. El denegar justicia a una sociedad es tenerla de rehén, es someterla una y otra vez al abuso en el ejercicio del poder. Ello implica que debemos pasar de la certeza de la impunidad a la posibilidad de justicia para algún día tener certeza de justicia. Todos los caminos deben conducir a la justicia, no a la impunidad, como todos los caminos conducen a Roma.
(*) Secretario general de la Organización de los Estados Americanos.