Por Guillermo Maciel (*) | @macielguillermo
Exaspera la falta de empatía e insensibilidad de las autoridades del gobierno y, en particular, del Ministerio del Interior para con las víctimas y los policías asesinados por la delincuencia.
De tal grado es la insensibilidad, que hay tres expresiones que jamás se le escuchó pronunciar al ministro del Interior en sus casi 10 años al frente de la Cartera:
“Este crimen no va a quedar impune”;
“No descansaremos hasta encontrar a los responsables”;
“Enviamos las condolencias a la familia de la víctima».
Son frases que nunca se oyen en boca del ministro y tampoco de nadie de su equipo. Es realmente lamentable la falta de respaldo a la policía y de compasión, comprensión, y cercanía con las víctimas y sus allegados.
Es más, a los delincuentes, el ministro no suele decirles nada. Se ha dirigido a todo el mundo, menos a los delincuentes. Ha criticado a las víctimas, a la prensa, a los fiscales, a los jueces y hasta al comisionado Parlamentario para cárceles.
Se ha llegado a la situación de que cuando un trabajador funcionario policial es asesinado por la delincuencia, las principales autoridades ministeriales, no solo no se pronuncian, sino lo que es peor, no concurren al velorio y al sepelio, ni se solidarizan o presentan los respetos a la familia. Tal actitud lleva a la crispación y se la podría calificar de deplorable e indignante.
Hablan de las estadísticas del delito y no se dan cuenta de que no son números fríos, no son meras cifras, ni porcentajes. Son personas, son vidas truncadas, son familias sumidas en el dolor y la tragedia.
Tiempo atrás, cuando un delincuente ejecutó a un policía en una pizzería, el ministro no tuvo mejor idea y como primera reacción, el salir a denunciar penalmente al dueño de la pizzería, en lugar de declarar que lo primordial sería buscar el criminal responsable del homicidio. Realmente insensato.
Otras señales del descalabro se ven en que, seguramente, solo en Uruguay las autoridades le piden a la propia policía que esté más alerta en la calle para que no los rapiñen o los roben. Esto se suma a que cerraron los cajeros de noche para que no los exploten; sacaron el dinero en efectivo de las estaciones para que no las roben; dan cursos a los trabajadores para cómo actuar cuando los asaltan; le piden a la gente que no se resista, pidieron que se cambiaran los destellos de las sirena de las ambulancias a color verde para que no las confundan con patrulleros y no las asalten y, la última perla, fue que aconsejaron pintar de otra forma las camionetas de los escolares para que no las rapiñen.
Insisto, todo esto en lugar de plantear, como sería lógico, el capturar a los delincuentes. También se les escuchó afirmar que la culpa es de la sociedad, lo que implica, a la postre, que la culpa termina no siendo de nadie.
No es aceptable diluir la responsabilidad individual, de quienes deben brindarnos seguridad, en el conjunto de la sociedad. Y llegaron incluso a declarar que la seguridad no era una prioridad.
El gobierno demuestra así una significativa indiferencia para con las víctimas. Con cada nueva aberración criminal perdemos la capacidad de asombro. La violencia desmesurada, letal, pasa a ser parte de nuestras vidas. Donde incluso se ha llegado a la barbarie de prender fuego a tres mujeres para rapiñarlas.
La inseguridad agobia, es devastadora, y les arruina la vida a muchos uruguayos. Las personas sienten que hoy son rehenes, y dejar la casa sola es un drama para muchos.
El nuevo modo de vivir, es con un sentimiento de impotencia, resignación y naturalización frente al delito. Pasó a ser cosa corriente que la gente honesta y trabajadora sea constantemente saqueada, ya sea en sus propias casas o en sus comercios. También que no se pueda esperar un ómnibus o circular en automóvil, sin temor a ser rapiñado. Que se tenga que trancar la puerta, poner rejas y vivir como un presidiario, ya que corre el riesgo de que le desvalijen la casa. No es posible acostúmbranos a un país con cada vez más familias enrejadas y los delincuentes libres.
Caminar tranquilos por la calle; llegar a la casa y que no la hayan robado; ir a trabajar y no correr riesgo de vida; salir de noche sin miedo; todo esto y mucho más es un derecho de la gente y un deber del gobierno de brindar seguridad.
Con la sensación de vivir en tierra de nadie, en una ciudad donde los delincuentes se encuentran absolutamente ensoberbecidos y donde no hay una familia que pueda decir que en la suya nadie haya sido víctima de alguna violencia de este tipo, que cobra en muchas ocasiones ribetes de tragedia irreparable.
La gente vive cada vez con menos libertad, con más miedo. Como están las cosas, la diferencia entre el victimario y la víctima, es que el delincuente de la cárcel sale, pero la víctima de la tumba no.
Muy recientemente el director de la Policía Nacional, reafirmó que no ve posible revertir la presente situación de inseguridad. Las declaraciones del jerarca transmiten la resignación, la derrota y una señal de agotamiento del Ministerio del Interior, en tiempos en que la delincuencia se fortalece sin pausa.
Claramente el problema son las políticas aplicadas en los últimos casi 15 años, que a todas luces fracasaron estrepitosamente. No han tenido buenos resultados. Las cifras así lo indican, pero continúan aplicando mismas recetas y cosechando nuevas frustraciones. Y pese al importantísimo aumento presupuestal el crimen no ha dejado de avanzar y la inseguridad campea.
La seguridad, es: “un estado de confianza” en la que la persona percibe que su propia integridad física, la de sus seres queridos y sus bienes, están protegidos de acciones destinadas a producir un sentimiento contrario, de un peligro, un daño, una amenaza. Y es el Estado, a través del gobierno, quien tiene la obligación de ser el garante de la seguridad pública y es también el máximo responsable de combatir eficazmente a la delincuencia.
En definitiva, la inseguridad pública es notoriamente el punto más débil del gobierno. Por cuanto la seguridad no solo no ha mejorado con el actual gobierno, sino que ha empeorado significativamente. No tienen la determinación. Son el mejor ejemplo de una gestión agotada, a la deriva y sin rumbo.
Con un gobierno del Frente Amplio lo único seguro, es que estaremos peor. Importa tenerlo bien claro.
Para mejorar la seguridad se necesitan personas idóneas, con empatía, que sepan de lo que están hablando y qué es lo que hay que hacer.
(*) Director del Observatorio en Seguridad de Fundapro.