Por Felipe Paullier (*) | @felipepaullier
El año 2016 terminó con una nueva discusión en la opinión pública sobre la laicidad en el Uruguay. Claramente el año que acaba de culminar fue bastante particular, entre otros aspectos, porque el asunto de la laicidad y el laicismo fue motivo de discusión en la agenda pública en más de una oportunidad. Ya sea en la Junta Departamental, con motivo de la instalación de una imagen de la Virgen María en la rambla de la Aduana de Oribe -en Buceo-, o en el Parlamento con motivo del proyecto presentado por algunos legisladores para declarar un día de la laicidad, el tema generó a lo largo del año intercambios en prensa y con particular intensidad en las redes sociales.
Ahora, cercano al fin del año, se sumó durante la Navidad la crítica de algunos políticos y formadores de opinión a la homilía propiciada por el Cardenal y Arzobispo de la Iglesia Católica de Montevideo, Daniel Sturla, durante la celebración de la Misa de Nochebuena. Sin dudas, comentarios que reflejan una visión del Uruguay laicista que ha imperado desde la embestida anticlerical de comienzos del siglo XX.
Un punto interesante, que muchas veces se pasa por alto, es que el proceso de secularización en nuestro país no tiene como protagonista a un solo partido político, ni siquiera solo a los partidos políticos. Se suele aceptar como el momento en que se inicia el proceso de separación de la Iglesia Católica y el Estado al gobierno del presidente blanco Bernardo Prudencio Berro. Una segunda etapa decisiva se desarrolló durante la dictadura del Coronel Lorenzo Latorre, ya hacia fines del siglo XIX. Y fue finalmente a comienzos del siglo XX cuando se dio la separación definitiva, primero bajo algunas medidas de los gobiernos de José Batlle y Ordoñez, y luego con la reforma constitucional de 1918 con el voto de todos los partidos, incluido un sacerdote católico que actuó como constituyente.
La breve síntesis que esbozamos del proceso de secularización en el Uruguay demuestra que no fue un fenómeno extemporáneo el que llevo a la separación de comienzos del siglo XX, pero lo que sí llamó la atención a los contemporáneos y a quienes observamos el asunto a la distancia es la particular virulencia con que se desencadenó. Fue un proceso descarnadamente violento e intolerante, propio de jacobinos, aunque sus impulsores se autoproclamaran liberales. No solo se separó la Iglesia del Estado, lo que fue y es apoyado por todo el mundo, sino que se irradió todo aspecto espiritual de la vida personal o comunitaria del espacio público, lo que no es laicidad sino mera impronta anticlerical.
Mientras que la separación de la Iglesia y el Estado fue sana y consensual, la impronta jacobina con que se extirpó la sana polifonía y libertad de expresiones de todo tipo, incluida la religiosa de los ámbitos de socialización comunes, distinguió negativamente a nuestro país y sus consecuencias son sensibles aún al día de hoy.
Debemos comprender que el debate siempre es sano y la diversidad de opiniones e ideas algo positivo, también en el caso que nos ocupa, que ahora pretendemos analizar con cierto detalle, en el contexto reseñado anteriormente. Para que los intercambios sean útiles es indispensable que las posturas y opiniones sean analizadas a fondo y en su debido contexto. Intentaré hacer un breve análisis respecto al hecho particular y a la discusión en el fondo del asunto.
Creo que es honesto aclarar desde el comienzo que escribo estas líneas como católico, como político y católico, porque no creo que para opinar ni actuar pueda dividir la esencia que me define como persona.
En los pasados días se llenaron las redes con mensajes comentando las palabras que el Cardenal Daniel Sturla transmitió a sus fieles durante la celebración de la Misa de Nochebuena.
Esta vez, sin duda que la polémica fue generada por quienes ven cuestionada su visión antireligiosa del Uruguay. Y digo antireligiosa, porque los comentarios contra la homilía de Navidad del Cardenal Sturla poco tienen que ver con la sana laicidad y la separación de Estado y las instituciones religiosas.
Se esconde en muchos de los comentarios vertidos en la prensa y redes sociales por políticos, periodistas y otros formadores de opinión, un anticlericalismo radical disfrazado en una mal entendida laicidad.
Otra vez, además, parece que los hinchas de la pluralidad no son partidarios de que se escuchen todas las voces y, ante la imposibilidad de rebatir argumentos, cuestionan al interlocutor sacando de todo contexto un mensaje dirigido a un público determinado y en el ámbito de una celebración religiosa.
Claramente, el mensaje de Sturla que dirigió a sus fieles durante la celebración del culto, lejos estuvo de cuestionar la independencia del Estado y la separación de la Iglesia del poder político. El mensaje fue un llamado a los católicos a vivir su fe en lo público y evangelizar su sociedad. Incluso, intencionalmente o no, muchos comentaristas modificaron los dicho por Sturla alterando la verdad.
Todos defendemos y queremos la laicidad, sin embargo parece que los que dicen defenderla, y se jactan de ser los únicos que levantan esa bandera, no soportan el crecimiento de las manifestaciones religiosas. En definitiva, están defendiendo algo que nadie atacó, porque lo que verdaderamente les interesa sostener es su particular visión de laicidad que no es la de la manifestación plural de todos sino la exclusión del fenómeno religioso de la vida social.
Probablemente, la lluvia de comentarios anticatólicos mucho tiene que ver con el éxito de una campaña que sobrepasó las propias expectativas de la Iglesia Católica uruguaya y que motivó a que 28.500 familias vistieran sus balcones con el mensaje «Navidad con Jesús». Una campaña cuyo motivo es el mismo que llevó a Sturla a convocar a sus fieles a manifestarse en lo público, y que por tanto es entendible que haya molestado a quienes sostienen que la fe debe vivirse dentro de cuatro paredes.
Lamentablemente, todavía cala muy hondo una visión del Uruguay laicista y no laico, en la que se quiere obligar a que lo espiritual tenga que darse en el ámbito de lo privado, y en la que pretenda callarse la posición de las diversas manifestaciones religiosas. Otra vez, al igual con la discusión respecto a la instalación de una imagen de la Virgen María en la Rambla, prima la concepción de que lo religioso debe vivirse dentro de los templos o los hogares.
Si la discusión ocasionada por los comentarios de Monseñor Sturla sirven para poner el en tapete este tipo de asuntos y discutir a fondo el cercenado concepto de laicidad que tiene nuestro país, bienvenido sea. De allí puede surgir una verdadera polifonía de opiniones respetuosas en todos los ámbitos del quehacer social.
Ojalá nos depare un futuro en el que la tolerancia, el respeto y la pluralidad no queden limitados solamente a lo políticamente correcto y se transformen en una bandera que nos caracterice como orientales.
(*) Concejal del Municipio CH. Integrante de la Comisión de Jóvenes del Partido Nacional.