Por Ignacio Estrada (*) | @ignacioestrada0
¿Hacia dónde vamos como país? ¿A qué apuntamos? ¿Hasta dónde podemos llegar? Se termina el 2018 y 2019 promete ser un año de intensa actividad política en el país. Año electoral, año de decisiones. La ciudadanía podrá optar entre continuidad o cambio; entre seguir respaldando al Frente Amplio, o darle una oportunidad a que la oposición tome las riendas del gobierno. Y dado que el 2019 se vislumbra como un año importante en la vida del país, estamos en un momento propicio para pensar lo que queremos como país. Pensar nuestro rumbo actual, y nuestro rumbo futuro.
Pienso que una decisión fundamental para el próximo gobierno — que como integrante del Partido Nacional espero lidere mi partido — es la decisión de mirar más alto. De apuntar a ser mejores, como país, en aspectos clave para nuestro porvenir. O sea, no conformarnos con compararnos bien con la región; buscar la excelencia, buscar estar entre los 20 mejores países del mundo. ¿En qué? En educación; en seguridad; en sectores claves de la economía como el agro, el turismo o cada vez más la tecnología; y en otros aspectos que redundan en una vida mejor para nuestra gente. Claro que estar entre los 20 mejores del mundo en algún rubro no es fácil, y a veces puede llevar tiempo, quizás más tiempo que el que hay en un período de gobierno. Pero es crucial fijar metas altas y comenzar a recorrer el camino hacia ellas.
Actualmente observamos un Uruguay con un rumbo difuso, impreciso. No parece que estemos encaminados a un futuro mejor. Hace unos años, Astori por ejemplo hablaba de que Uruguay se encaminaba a niveles de desarrollo de primer mundo. Hoy con problemas de desempleo, dificultades en la industria y el agro, una crisis educativa que condena a muchos jóvenes en sus posibilidades futuras, y niveles record en indicadores de inseguridad, no podemos afirmar que estemos llegando a ser un país de desarrollo pleno, ni mucho menos. Con una economía mundial que incorpora cada vez más el conocimiento y la tecnología, nuestros bajos niveles educativos en particular creo que son una grave amenaza para nuestro futuro y el bienestar de nuestra población.
Si nos comparamos a otros países en ciertos rankings importantes internacionales, vemos que estamos de mitad de tabla para abajo. En las pruebas PISA del 2015, quedamos en el puesto 47 entre 70 países que participaron. En el ranking del Banco Mundial de facilidad para hacer negocios (el informe “Haciendo Negocios (Doing Business) 2019”) estamos en el puesto 95 en el mundo. Países como México (54), Chile (56) y Perú (68) nos superan. En el ranking del Foro Económico Mundial de Competitividad, estamos en el puesto 53 en el mundo, con puntajes muy bajos en aspectos como Infraestructura. Como aspecto muy preocupante para un país que supo ser muy seguro, en el indicador de homicidios cada 100 mil habitantes, estamos en el puesto 164 entre 230 países (o sea que 163 países tienen menos homicidios que Uruguay en relación a su población).
Pero más allá de las sombras, tenemos luces también. Luces que nos alientan, justamente, a apuntar más alto. Tenemos por ejemplo una matriz energética que se transformó en pocos años y ha sido ejemplo en la incorporación de energías limpias; una matriz que nos invita a incorporar cada vez más los vehículos eléctricos. Tenemos una democracia que según el ranking “Índice de Democracia” que publica el Economist, se sitúa en el puesto 18 en el mundo, entre 167 países que considera el ranking. Tenemos deportistas de primer nivel, que han llevado a nuestras selecciones de fútbol (puesto 6 entre 211 países) y rugby (puesto 17 entre 105 países) a niveles destacadísimos en el mundo, a pesar de contar con muchos menos recursos que otros países en ambos deportes. Estos ejemplos, y otros, nos demuestran que podemos apuntar alto. No somos más la “Suiza de América” como se decía hace décadas, pero en vez de entristecernos con la nostalgia de tiempos mejores, debemos trabajar para que el país llegue a sitios donde nunca estuvo.
Claro que siempre surgen voces de advertencia o pesimismo: “mejorar es difícil”, “las cosas llevan tiempo” y demás. Pero no debemos desmotivarnos. Lo bueno cuesta. Si no probamos por lo menos un nuevo rumbo, una nueva meta exigente, nunca sabremos qué habría sucedido. Y tenemos excelentes experiencias más allá de las nombradas (se me ocurre el Liceo Impulso en Casavalle por ejemplo que la semana pasada tuvo la graduación de su primera generación) que nos demuestran que en Uruguay tenemos historias de superación. Nos falta que esas historias se multipliquen, nos falta crear una ola arrolladora de superación en nuestro país. Sabiendo que pase lo que pase, mejor es apuntar alto y errarle, que apuntar bajo y acertar.
Además, hay varios países pequeños, como nosotros, con poblaciones de algunos millones, como nosotros, que nos demuestran que los países pequeños pueden ser también “grandes”. Estonia, un pequeño país con un PIB por persona un poco superior al nuestro, tiene uno de los mejores sistemas educativos del mundo y es líder mundial en gobierno digital. Dinamarca tiene una superficie que es una cuarta parte de la nuestra y una población un poco mayor; pero son líderes mundiales en energía eólica, teniendo una fuerte investigación y desarrollo y la empresa que más aerogeneradores vende. Singapur, una nación pequeña casi sin recursos naturales, tiene una economía rica y vibrante. Israel e Irlanda, otros dos países chicos, son líderes en tecnología y emprendedurismo. Corea del Sur, que en los años 60 se enfocaba en el agro, se desarrolló drásticamente desde entonces y hoy es uno de los principales exportadores del mundo (con empresas referentes como Samsung).
¿Hasta dónde podemos llegar como país? Podemos llegar muy lejos. Trabajemos por estar entre los 20 mejores.
(*) Diputado suplente por el Partido Nacional. Fundador de Compromiso con el Cambio.