Por Ac. Augusto J. Müller Gras (*)
La Academia Nacional de Medicina (ANM) trabaja desde hace más de una década en colaboración con la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev) con el objetivo común de abatir las cifras de morbimortalidad por siniestros viales. Este esfuerzo, que comenzó en la Academia por iniciativa del recordado Ac. Asdrúbal Silveri, plasmó allí en un grupo de trabajo permanente. Actualmente este ámbito compartido, incorporando otras instituciones, trata, entre otras, la problemática de la conducción en diabéticos insulinodependientes, y la de los fármacos que inciden en la capacidad de conducción.
Desde que la Unasev comenzó con sus valiosos aportes, muchos han sido los avances conceptuales y los recursos invertidos en pos del objetivo principal, la disminución de la siniestralidad y de sus consecuencias. Sin embargo, los guarismos negativos, pese a mejorar, siguen siendo elevados. Por ello, ante esa realidad, nos preguntábamos ya en el Mayo Amarillo de 2017, ¿qué nos falta en siniestralidad vial? Y hoy, pese a todo, lo del título. Es que la siniestralidad vial es un complejo fenómeno, con causas múltiples.
Hay causas profundas, consolidadas, de base antropológico-cultural, que inciden fuertemente, más allá de la seguridad que brinden los vehículos, las vías de circulación y la señalética. Pese a los grandes progresos realizados, seguimos navegando en la superficie, y no sabemos mucho de las verdaderas “causas raíz” de los siniestros, la serie de factores que, en pocos segundos, o aun en fracción de un segundo, se juntan en un momento dado para generarlos, pero que actúan en forma previa desde el ámbito de las conductas humanas. Muchos de estos aspectos no son considerados habitualmente, por desconocimiento, subestimación, incidencia de diversos intereses creados, razones políticas o temor a la opinión pública. Es imposible abordarlos todos, pero podemos intentar una enumeración y esbozar algunos conceptos, lo que confiamos, pueda ser de utilidad.
Hay factores de importancia a considerar antes de los siniestros, lo que se agrupa en el ámbito de la prevención, previamente a la conducción, y durante la misma. Lo que ocurre luego de los siniestros también incide en la prevención de aquellos eventos no ocurridos.
Se insiste en la educación como factor relevante en la prevención. Ella apunta al largo plazo. En conducción vial, la educación ha estado enfocada sobre todo en niños. Tal vez sean necesarias actividades educativas dirigidas a adolescentes y jóvenes que están en la etapa en que comienzan a interesarse en el manejo de vehículos, “olvidan” los aprendizajes previos y comienzan a tener prioridad otras pulsiones propias de su edad, justo cuando comienzan a moverse en forma autónoma en el tránsito. Cambian en ese momento sus conductas. En esta etapa serían útiles, por ejemplo, carteles de advertencia en programas de automovilismo o en películas como “Rápidos y furiosos”.
La educación en seguridad es necesaria, pero también en convivencia ciudadana, cultura cívica, respeto por el otro, responsabilidad y valores. Se debe profundizar en el estudio de la conducta transgresora tan frecuente de nuestra población (que incluso es apreciada con orgullo, como integrante de la tan negativa “viveza criolla”), con difundido rechazo de todo tipo de autoridad, que suele equipararse a autoritarismo. Existe una baja o ausente percepción del riesgo en parte de nuestra ciudadanía, o, lo que es peor, la asunción voluntaria del riesgo, e incluso el nefasto desafío “competitivo”, con niveles progresivos del mismo. Se ve esto, permanentemente, en las frecuentísimas, constantes, infracciones cotidianas. Se debe insistir pues, en los aspectos generales, exigencia de cumplimiento, normativa, control y educación. El ámbito de las academias de conducir nos interpela: ¿quién educa al educador?
La detección oportuna de las conductas de riesgo es vital cuando aún no han originado siniestros: exceso de velocidad, distracción -incluso factores no considerados habitualmente, como el consumo de mate-, imprudencia, impericia, negligencia. ¿Cómo detectarlas? Solo parece posible hacerlo aumentando los controles. El control humano con acción inmediata es el único que puede ejercer acción educativa in situ, junto a la amonestación o sanción, y a la neutralización oportuna de la conducta adversa. La valoración de la imprudencia, impericia y negligencia, y la del “casi siniestro” -marcador de riesgo también muy frecuente y siempre subestimado-, no figura en ninguna estadística. El tema de los “delivery” parece no tener solución sin un control presencial estricto y una mayor punición.
La conducción imprudente es un acto violento, aunque no tenga consecuencias. Esto justificaría su estudio conjunto con las otras formas de violencia. Al contrario de las tendencias actuales, que apuntan a mayor permisividad y tolerancia, ambas, en siniestralidad, tienen un lugar restringido y muy limitado: “tolerancia cero”, como en otros tópicos que implican violencia.
La tarea de la Policía Científica y del Instituto Técnico Forense, y los resultados de sus peritajes, debieran tener difusión educativa. El cruzamiento de sus datos con el Banco de Seguros del Estado, su Central de Servicios Médicos y las instituciones de asistencia médica, sería de enorme valor para aumentar el conocimiento.
Las dificultades son importantes, relevantes y difíciles de neutralizar. La falta de recursos es la constante, y siempre es muy limitante. Para la excelencia, no obstante, son necesarios recursos y, si se busca excelencia, no se puede renunciar a su exigencia. Seguramente existe un cierto grado de siniestralidad irreductible, contingente, inherente al número de vehículos circulantes, y a las características de la infraestructura vial y a las de los conductores. Hay que llegar a ese límite, como máximo.
(*) Grupo de Trabajo en Siniestralidad Vial-Academia Nacional de Medicina