Por: María Eugenia Roselló Caprario (*)
La crisis de los sistemas de seguridad social se está produciendo porque cada vez son más los beneficiarios de las prestaciones de pasividad (por el envejecimiento de la población) y de prestaciones no contributivas (ejemplo Plan Mides), mientras que cada vez son menos lo cotizantes de esa seguridad social (los que aportan al sistema tributando contribuciones especiales de seguridad social).
El bajo índice de natalidad de un país está ligado a la seguridad social en dos aspectos: uno porque al disminuir los nacimientos, se va achicando también la fuerza trabajadora que alimenta la seguridad social; el segundo aspecto es que, para aumentar el índice de natalidad, hay que recurrir, precisamente, a las prestaciones de seguridad social.
Es decir que es la misma seguridad social que está en crisis, la que tiene que invertir (y mucho) a través de prestaciones económicas, para que en el futuro a largo plazo los resultados se vean reflejados y se logre sanear (y sanar) el sistema que está en quiebra.
O sea que la principal herramienta que los Estados de todo el mundo han encontrado eficaz para incentivar los nacimientos es otorgar prestaciones económicas a quienes tengan hijos. Dicho de otra forma, si no se premia a quienes tengan hijos, no van a aumentar los nacimientos. Varios países europeos lo comprobaron, en especial Francia y Alemania, en base a incentivos focalizados en forma estratégica. Alemania es el único país que no sufrió bajas de natalidad en la crisis económica actual mundial covid19, ya que desde la posguerra empezó a invertir en el tema.
La otra herramienta eficaz para incentivar la natalidad es otorgar beneficios tributarios (deducciones y exoneraciones) a quienes tengan hijos.
Es importante determinar a qué sectores de población debe apuntar esta política de incentivo de natalidad, ya que, de ser mal ejecutada, la política puede redundar en acentuar más aún la crisis de la seguridad social.
Se busca amortiguar el impacto económico del nacimiento de los hijos en las economías familiares de personas que trabajan (cotizan), y cuyo poder adquisitivo es medio o mayor, o inclusive bueno. Estamos hablando de personas que no están por debajo del índice de pobreza ni carecen de trabajo. Es por eso que estas políticas son poco simpáticas para algunos sectores, ya que se alejan del paradigma de que hay que dar más al que tiene menos. Ergo, es fundamental que su implementación esté acompañada de una campaña de concientización respecto a la crisis del sistema de seguridad social y de la natalidad, para que el gobierno o clase política de turno no se vea injustamente desacreditado.
También se ha constatado que el impacto económico que se produzca en una familia con el nacimiento del primer hijo será determinante en la decisión de tener o no más hijos. Por ello, es importante que los beneficios (sean directos a través de prestaciones o indirectos a través de deducciones) se otorguen a ambos progenitores, desde el nacimiento del primer hijo, y que dichos beneficios vayan aumentando a medida que se tienen más hijos.
El nivel de ingresos de los destinatarios de los beneficios debe ser cuidadosamente seleccionado, ya que, como dijimos, deben ser ingresos provenientes del trabajo que cotiza en BPS (dependiente o independiente) y no debe dejarse de lado a quienes tengan ingresos dignos, ya que ellos son los que más temor tienen de perder su estabilidad económica, lo que los lleva a no tener hijos o a tener uno solo. Por supuesto, debe existir un techo de ingresos a considerar, en el sentido de no beneficiar a quienes sean verdaderamente ricos. Esto requiere cruzamiento de información dentro de todo el Estado, incluyendo la afectación, si es necesario, del secreto tributario y bancario (mediante ley habilitante).
Los montos de los beneficios, así como su duración, dependerá de las posibilidades de la seguridad social y del sacrificio económico/inversión que el Estado esté dispuesto a hacer.
En base a la experiencia del derecho comparado, se ha observado que los primeros años de vida de los hijos son los más críticos y los que más influyen en la decisión de tener o no tener hijos, o de la cantidad de hijos a tener. En especial los primeros tres años, y más aún el primer año. El ideal sería que existan incentivos hasta que cada hijo alcance la mayoría de edad.
Debe tenerse presente que, en todos los casos, los beneficios requerirán ley habilitante, y en algunos casos, además, será necesaria la iniciativa privativa del poder ejecutivo.
Incentivos que han sido eficientes para estimular la natalidad, de acuerdo con la experiencia de Alemania, Francia y EEUU (y otros países por supuesto, pero estos son los que revirtieron y mantuvieron las cifras en forma sostenida en el tiempo), siempre desde el primer hijo y en aumento a medida que se tiene más hijos:
- Deducciones/exoneraciones tributarias a los progenitores, en especial en impuestos a la renta y al patrimonio.
- Subsidio mensual directo (plata) a cada progenitor y por cada hijo (Alemania llega a los 900 euros).
- Extensión drástica de la licencia maternal, hasta el año o año y medio de cada hijo, percibiendo el 100% de la remuneración.
- Extensión de la licencia por paternidad, al menos 28 días, con 100% de remuneración (a veces el costo se divide entre empleador y Estado).
- Pago de guarderías elegidas por los progenitores, no CAIF sino guarderías privadas que resulten convenientes para la familia, independientemente del subsidio mensual antes mencionado.
- Beneficios tributarios a las empresas que contraten mujeres en edad fértil. Esto se hace para que la maternidad no sea un obstáculo en el acceso al mercado de trabajo, y naturalmente que hay que fijar una edad límite ya que, si bien se puede concebir hasta que la mujer tenga actividad hormonal, resulta perjudicial para el Estado que se produzcan nacimientos de madres mayores a 40 o algo más de años (riesgos de malformaciones genéticas que se traducen en gastos de la seguridad social).
En números brutos, se pasó de casi 49.000 nacimientos en 2015 a menos de 36.000 en 2020. Esto se traduce en un promedio de 1,4 hijos por mujer: la tasa de fecundidad más baja de la historia uruguaya. Es por esto que es necesario que Uruguay empiece a trabajar en políticas que busquen derribar los obstáculos que impiden o postergan la maternidad y la paternidad. Como bien dijo el Dr. Saldain, la población de Uruguay se achica: pasó de ser una pirámide a ser una pirámide invertida, ya que el grupo que crece es el de mayores de 60 años mientras que la población infantil y joven cae muy rápidamente.
Desde el Parlamento trabajaremos intensamente para tratar de revertir esta situación.
(*) Diputada Nacional por el Partido Colorado – Sector Ciudadanos