Por Iván Posada (*) | @IvanPosada33
Luego de un largo período de cuestionamientos, tras el desastre de su gestión en Ancap, la invocación de un título que no tiene y el episodio de los gastos personales con la tarjeta de crédito corporativa del Ente, Raúl Sendic renunció a su cargo de vicepresidente de la República. Dicho así, parece la consecuencia inevitable de una serie de sucesos que lo tuvieron durante varios meses en el centro del cuestionamiento público. Sin embargo, su renuncia es también una muestra de la fortaleza de nuestra institucionalidad democrática.
La comparación con similares episodios ocurridos en Argentina y Brasil en el pasado reciente, muestran que la institucionalidad democrática de nuestro país, se comportó distinto. A pesar de que la frase “es lo que hay, valor” se ha popularizado como la aceptación de una realidad que juzgamos inconveniente, en este caso, la sucesión de acontecimientos que terminan con la renuncia, dejan en evidencia que la sensibilidad de los uruguayos frente a eventos que ponen en tela de juicio, la conducta de sus representantes, es diferente. Tan es así, que la renuncia se produce sin que hubiera todavía, pronunciamiento de la Justicia.
Desde la creación de la Comisión Especial que investigó la gestión de Ancap en agosto de 2015 hasta el desenlace del pasado sábado, el Parlamento, los partidos políticos (incluido el propio Frente Amplio), los periodistas, la opinión pública, cada uno en su rol, fueron determinantes para llegar al resultado. Aunque, cierto es que la impericia de Sendic fue una ayuda imprescindible.
El Parlamento tuvo un rol fundamental, a partir de la Comisión Investigadora de Ancap que dejó al desnudo una larga serie de irregularidades que muestran inequívocamente la existencia de actos de corrupción y una gestión encabezada por personas que carecían de competencia profesional y ética. Al fin de cuentas, la designación de Sendic primero como Vice y luego como presidente del ente es demostrativa del desprecio que algunos sectores del Frente Amplio tienen por la profesionalidad de la gestión. Basta la adhesión al sector o “ser hijo de”, como en este caso, para que por arte de magia reúna las cualidades para estar al frente, ni más ni menos, de la mayor empresa pública. Se precisa ser muy incompetente y corrupto para fundir en algo más de cinco años una empresa que actúa en régimen de monopolio en la refinación de petróleo y distribución de combustibles.
Luego la investigación valiente y sagaz de una joven periodista (Patricia Madrid) que dejó en evidencia la inexistencia del título de Licenciado en Genética Humana que Sendic anteponía a su nombre y apellido desde larga data. Sus explicaciones balbuceantes y contradictorias pusieron nuevamente de manifiesto su torpeza intelectual, casi patológica.
Pero hubo que esperar hasta que se diera respuesta a un pedido de informes realizado al amparo de la ley de acceso a la información pública por las periodistas Patricia Madrid y Viviana Ruggiero, para que quedara al descubierto que Sendic usó la tarjeta de crédito corporativa de Ancap para la compra de efectos personales (tienda de ropas y calzado deportivo, comercios de aparatos electrónicos y free shops). El episodio lo desbordó, al grado tal de acordar con el presidente del FA, Javier Miranda, someter el análisis del tema al Tribunal de Conducta Política del FA.
Hasta entonces la mayoría de los principales dirigentes del FA con la casi única excepción de Danilo Astori, optaron por cerrar filas en la defensa de Sendic. Primero ante las denuncias de Ancap ensayaron la sempiterna fórmula: “es una campaña de descrédito de la derecha”. Para cualquier observador, una afirmación de tal naturaleza no resiste cinco segundos de análisis, habida cuenta de las denuncias presentadas por el Partido Independiente y Unidad Popular. Después, el presidente Vázquez desarrolló la tesis del bullying como forma de evitar referirse concretamente a las acusaciones que pesaban, cada vez más, sobre Sendic. En esta serie digna de Netflix no faltó “la conspiración de Atlanta” como parte de la trama imaginaria que denunció Sendic.
Sin embargo, cuando se pronuncia el Tribunal de Conducta Política del FA, la estrategia de su defensa se desmoronó. Quedó sepultada por el contundente informe que sin dejar espacio para la duda, concluyó: “La actuación del compañero Sendic en estos hechos compromete su responsabilidad ética y política, con incumplimiento reiterado de normas de control. El Tribunal no llega a esta conclusión por un criterio minucioso de reprobación de cualquier acto irregular puntual. El cuadro general que presentan los actos reseñados del compañero Sendic no deja dudas de un modo de proceder inaceptable en la utilización de dineros públicos.” Y agrega: “Agravan lo anterior la especial responsabilidad que imponía la condición de presidente del Directorio de Ancap, y también la forma en que el compañero Sendic ha respondido públicamente a los cuestionamientos de su conducta”.
Si se tratara de una partida de ajedrez, el fallo del Tribunal del FA fue un jaque mate, que dejó sin opción posible a la dirigencia del FA y al propio Sendic. La situación se tornó insostenible, aunque no estuvo exenta de cabildeos, idas y venidas, marchas y contramarchas, el Plenario del FA no tenía salida: o lo sancionaba o Sendic arrastraba al FA al descrédito público. No sé si se dio cuenta o alguien lo alertó, pero su renuncia era inevitable: la sanción o la renuncia.
De no mediar el pronunciamiento del Tribunal, la dirigencia del FA habría seguido sin tomar posición y defendiendo lo indefendible, apelando a quien sabe qué artilugios para sostenerlo, por lo menos hasta que hubiera un pronunciamiento de la Justicia.
En menos de tres años, Sendic pasó de la gloria al calvario, de ser la figura emergente del FA a renunciar a su cargo sospechado de actos de corrupción. Culminó una etapa, pero la que viene no será menos dura. Las fundadas denuncias sobre la gestión de Ancap y ALUR lo involucran definitivamente.
Hay muchas preguntas sin respuesta. ¿Cómo es posible ignorar que durante los últimos tres años se acumularan pérdidas por 800 millones de dólares? ¿O que el pasivo se duplicara pasando de 1.086 a 2.176 millones de dólares, duplicándose en tan solo cinco años y con una duración promedio de 6 meses? ¿Cómo puede estimarse que la planta desulfurizadora costara 90 millones de dólares y terminara costando 400 millones de dólares? ¿Cómo se explica que la inversión estimada en la planta de cemento sea de 118 millones de dólares y que solo hasta el presente, sin la obra terminada, el acumulado sea de 200 millones de dólares? ¿Cómo explicar las sucesivas capitalizaciones que Ancap realizó en sus empresas vinculadas por 344 millones de dólares? ¿Qué poderosas razones llevaron a que la plantilla de funcionarios de Ancap pasara de 2.100 funcionarios en 2004 a 2.796 en 2014?
¿Es posible que la principal empresa de nuestro país haya sido administrada de tal manera? Lamentablemente sí. Las consecuencias de la incuria y la imprevisión. Pero también de actos que a poco de analizarlos dejan entrever la existencia de hechos con notoria apariencia de beneficio para terceros en perjuicio de Ancap. ¿Cómo se explica que un remolcador recién construido no funcione y se alquile otro a privados cuyo costo sea equivalente al valor de un remolcador? ¿Por qué transar extrajudicialmente con un privado reconociendo el reclamo de servicios que nunca fueron prestados? ¿Cómo pueden pasarse por alto las irregularidades del proceso licitatorio en que seleccionó la agencia de publicidad, ignorando las observaciones del Tribunal de Cuentas de la República y el reclamo de los competidores y de la propia Asociación Uruguaya de Empresas de Publicidad? ¿Cómo puede admitirse que no existan controles sobre las contrataciones que esa misma agencia de publicidad realiza posteriormente, sin al menos requerir la presentación de otros presupuestos alternativos? Tal parece que para cometer estas y otras irregularidades es necesario algo más que ineptitud y omisión. Pero ese será otro capítulo de esta historia que sigue desvelando e indignando a los uruguayos.
(*) Diputado por Montevideo – Partido Independiente