Por Mariano Tucci (*) | @MarianoTucci46
El país tiene desafíos enormes luego de la pandemia sanitaria, económica y social que arrasó sin distinción todos los rincones del territorio nacional. No diferenció clases, sino que por su zaranda mortal pasamos todos. Se llevó la vida de miles y otros tantos que quedaron en pie, siguen esforzadamente manteniéndose enhiestos, aunque les falte lo imprescindible.
Nosotros no tenemos espíritu refundacional como sí lo tienen quienes gobiernan. No somos cultores del “cuanto peor mejor”, porque nos duele el Uruguay de hoy y porque aquellos que engrosan las largas colas del desempleo o los puntos en alza de la pobreza, necesitan con urgencia la atención que hoy les es esquiva.
Cuando las cosas se hacen bien sabemos reconocer y cuando la impericia los lleva a resolver mal, cuando las grandes mayorías quedan afuera de las decisiones capitales del gobierno, nos oponemos y las rechazamos con firmeza.
Pero oponerse no es romper, fragmentar o traspasar. La grieta no es propia del Uruguay. El enfrentamiento mezquino no se ajusta a nuestra historia. Aquí radican los partidos políticos más viejos del mundo, y entre ellos la coalición de izquierdas que es espejo para muchos a nivel continental.
La fortaleza de nuestra democracia republicana permite que lo viejo se mantenga, que lo joven perdure y que lo aventurado florezca. Es así que hay espacio para los partidos fundacionales, para un frente de izquierdas que nuclea además a sectores progresistas; para un partido militar, para otro de perfil empresarial y para movimientos ecologistas radicales, entre otros tantos.
Pero resulta que desde que el covid-19 parece darnos tregua, los ánimos se han crispado y es desde el propio gobierno que se cuestionan las acciones que desde la oposición se emprenden. Si juntamos firmas en acuerdo con la central sindical y los movimientos sociales, ponemos el palo en la rueda. Si alcanzamos las firmas y vamos a un referéndum, en nuestro espíritu está marcado a fuego el “no pasarán” y por lo tanto “no les permitimos gobernar”.
Si denunciamos la falta de políticas focalizadas en los sectores más empobrecidos de la sociedad, que son los que van con el táper a las ollas populares, estamos dando manija.
Y así podemos seguir largamente: si a la policía se la va la mano, estamos en contra de la institución y a favor de la delincuencia, si reclamamos aumentos salariales y de las jubilaciones en vez de rebajas de IVA por 60 días, no nos conforma nada.
Es difícil construir cuando desde la conducción se hace oídos sordos a quienes representamos a la mitad del país. Es extraño que quienes otrora defendieron y batallaron por los derechos de las minorías, hoy desde el gobierno las desconozcan, o lo que es peor, ni siquiera las atiendan.
Y ese es el desafío que tiene el Uruguay de hoy: el tratar de articular y tender puentes entre dos mitades que no están enfrentadas en términos estrictos.
Hay proyectos nacionales distintos, sí. Hay definiciones programáticas que nos distinguen, sí. Hay construcciones históricas y prácticas políticas que nos diferencian, por supuesto. Pero no hay dos países. Y el presidente tiene que poder interpretar estas cosas tan básicas que hoy nos mantienen en puntas distantes.
Lacalle es el presidente de todos, no de algunos. De todos. Prometió no venir a cambiar una parte del Uruguay por otra. Pero lamentablemente esta promesa, que la hizo frente a la Asamblea General, se esfumó como cuando prometió no subir los combustibles, ajustar las tarifas y un etcétera larguísimo.
Tenemos muy claro que tender puentes no es necesariamente sinónimo de acuerdos, pero construir relaciones sólidas entre los actores centrales de la política nacional es poder conocer la opinión del otro, sus fundamentos, sus experiencias, para luego descartarlas si es menester, pero escucharlas respetuosamente. Esa es una enseñanza sustantiva del republicanismo.
La petulancia no ha sido nunca ni será buena consejera y es ella la que orienta hoy las acciones del Poder Ejecutivo.
La petulancia, la soberbia, el “me las sé todas”, sumado con la ratificación de los 135 artículos de la LUC, los lleva a pensar y a decir que han salido fortalecidos, cuando en realidad todos los analistas coinciden en que el escaso margen con que se obtiene la victoria, debe hacer reflexionar al gobierno nacional, para entender que hay una porción de pueblo bien importante que no está satisfecha con los efectos de la ley y con sus políticas en general, además de que perjudica a quienes gobiernan.
Y por tanto lo que se encare deberá contar con acuerdos más amplios que los que se alcanzan dentro de la coalición.
El desafío de la reforma de la seguridad social, la anunciada reforma educativa, el encare de los temas medioambientales, los retos que nos ofrece la tecnología en el mundo del trabajo, los cambios profundos en el sistema productivo, la brecha de género que afecta y profundiza las diferencias entre los hombres y las mujeres, los jóvenes que siguen quedando por el camino ante la indiferencia de un gobierno que no apuesta ni invierte en ellos, son perlas de un largo collar que el gobierno deberá resolver reuniendo consensos y no cosechando disconformidades.
Son temas del presente que afectarán el futuro de todos sin importar lo que votemos.
A modo de reflexión: el gobierno tiene que cambiar su actitud, abrir el diálogo y estar dispuesto al acuerdo, porque el Frente Amplio y el campo popular en su conjunto tienen mucho para aportar.
Por otra parte, como sentimos que, no exentos de errores, hemos dado todo hasta el momento, nos tenemos que ocupar paralelamente de la tarea de contralor para la que fuimos electos, de fortalecer la alternativa a la coalición gobernante.
Y para ellos nos toca un deber fundamental: redefinir y ampliar nuestra perspectiva política, e incluir inteligentemente a sectores de la sociedad organizada que por el momento no se sienten identificados con el proyecto nacional y popular de la izquierda y el progresismo.
Y esto no implica destemplarnos en términos ideológicos, ello implica, en nuestra opinión, interpretar para luego incorporar las necesidades de quienes hoy no comparten nuestra visión de país al futuro programa de gobierno.
Para ello es necesario instalar espacios de diálogo permanente con los aliados naturales del FA, pero fundamentalmente con aquellos sectores sociales, económicos y políticos vinculados a las capas medias y al empresariado nacional que por el momento acumulan con el bloque conservador representado por el gobierno.
Hay que volver a sintonizar con el emprendedor, el pequeño comerciante, el industrial, el productor familiar, entre otros, porque esa sinergia es clave para ampliar la base electoral de la fuerza política.
Dos orejas y una boca, y el mensaje es el mismo para el actor que lo lea. Hay que escuchar más y hablar menos. La izquierda y el progresismo están traccionando para volver, madurando y mejorando un proyecto de país para todos y por todos conocidos. Pero queremos ser gobierno porque nuestra propuesta es mejor que la actual, no porque a ellos les fue mal. Esa visión primaria, propia de la política burda no es propia del FA. La suerte de nuestro pueblo es la suerte del gobierno.
Volveremos fortalecidos, aprendiendo lecciones y proyectando un Uruguay inclusivo donde la justicia social sea un objetivo realizable.
(*) Diputado del Espacio 609, Convergencia Popular (Lista 46).