Por Esteban Valenti (*) | @ValentiEsteban
Hoy vivimos un nuevo episodio, único y excepcional, por el cual esta pregunta se hace válida: la peste, su impacto en el mundo, en la región y en el Uruguay. No tengo ni siquiera que explicarlo. Cada tanto esta pregunta surge, en la institucionalidad, en la política, en el fútbol y en muchas otras variantes. Es una pregunta vieja, desde principios del Siglo XX, con el estado del bienestar batllista. Uno de los primeros del mundo.
Ahora, es más válida que nunca. El problema es si la respondemos desde la soberbia, desde un nacionalismo ramplón y primitivo o desde la reflexión crítica. Voy a intentar una respuesta, asumiendo que no nací en Uruguay, viví 15 años en Argentina y casi seis años en Italia y he viajado mucho como periodista, lo que me da una ventaja. Y sí, Uruguay tiene rasgos particulares, diferenciales. ¿Los tienen otros países? Es posible, pero a mí me interesa el Uruguay.
Desde nuestro prócer, su existencia real y su mística -José Artigas-, y su ideario avanzado y revolucionario para su tiempo, en lo político, en lo social, en lo cultural; pasando por el papel de la educación laica y obligatoria de José Pedro Varela; la legislación social y laboral avanzada, nuestra solidez institucional -interrumpida por el golpe de Estado de 1973- y posteriormente, que se han sucedido desde 1985 todos los grandes partidos en el gobierno, sin mayores sobresaltos, con toda normalidad y con respeto por la Constitución.
No me voy a poner a detallar los méritos, voy a utilizar una definición que me pareció muy inteligente: la de la acumulación positiva.
Somos el país del mundo con la mayor superficie de tierra productiva por habitante, tenemos un superávit en generación de energía -sin contar con una gota de hidrocarburos propios-, disponemos de una estructura logística que ha tenido un enorme salto y lo completará con el Ferrocarril Central y la ampliación del puerto de Montevideo. Pusimos a prueba nuestro sistema sanitario y respondió de la mejor manera, tenemos un fondo de cultura y arte que son el alma mater de nuestra sociedad. Y tenemos una imagen muy positiva en el mundo, que se ha reforzado con la pandemia. Por lo que hicimos adentro y por nuestra solidaridad con los de afuera.
Tenemos también grandes problemas. La inseguridad sigue siendo muy alta y cada día más feroz, la educación recién comienza a recuperarse y sus resultados en deserción y nivel de aprendizaje son malos, la violencia intrafamiliar y sexista es elevada y terrible. Todas cosas que no se resuelven administrativamente.
Vamos a salir de la pandemia con una economía golpeada, con menos empleos, con tentaciones de ajustes que ya están mostrando las patas y hasta la cintura, y muchas empresas tambaleando.
La segunda pregunta debería ser: ¿cómo utilizamos nuestra diferencia, nuestra buena imagen y nuestras virtudes para dar un fuerte impulso a nuestro desarrollo sostenible y a nuestro progreso?
No se avanza retrocediendo para, supuestamente, tomar impulso y emprolijar. El Uruguay construyó sus diferencias, sus virtudes, sus avances, cuando tuvo un proyecto nacional y no se dejó llevar por las corrientes y las respuestas al golpe del balde. No tenemos, ni nadie ha presentado, un verdadero proyecto nacional. No lo es la LUC, en absoluto.
Un proyecto nacional es utilizar todas las potencialidades, considerar las tendencias nuevas y en permanente cambio en el mundo y en la región y trazar líneas prioritarias claras para el desarrollo y el manejo de los tiempos, de los recursos y de las instituciones en su relación con el sector privado y con la economía social. El desorden en las prioridades es letal.
Uruguay tiene sectores claves en su desarrollo y debe potenciarlos. Está toda la cadena agroalimentaria, que incluye el riego, por lo tanto el abaratamiento de la energía a esos efectos, como una clave para aumentar la producción. A eso se le suma el extremo cuidado con el manejo ambiental; la cadena forestal; la producción y exportación de nuevas tecnologías; los servicios (logística y turismo a la cabeza); la ciencia, la tecnología y la investigación, que tienen un gran dinamismo y podrían tenerlo muy superior. Y por supuesto, las grandes obras de infraestructura, incluyendo el sistema educativo y carcelario y, en particular, la erradicación de los asentamientos en un plazo razonable y planificado.
No todo es economía. No hay proyecto nacional, sin cultura, sin arte, sin creatividad y no son espontáneos; hay que apoyarlos y solo crecen con la mayor libertad y el fermento del debate, del intercambio, de la audacia.
Hay un problema que casi nunca se discute: los límites demográficos del Uruguay. Necesitamos planificar un aumento de la población, para llegar en poco tiempo a cuatro millones de habitantes. No se trata del crecimiento solo por desesperación, sino un crecimiento planificado, organizado y adecuado a ese proyecto nacional. Y en este mundo actual, en esta región, se puede. No se trata solo de fortalecer el mercado interno, no todo es comercio, sino de potenciar en una combinación con la educación, la inversión pública y privada, las capacidades del país hacia el mundo.
Uruguay es diferente y es posible que todos los países sean diferentes, pero nosotros debemos utilizar muy bien, con mucha inteligencia y audacia nuestras diferencias.
¿De quién es la responsabilidad? Del conjunto de la sociedad, del gobierno, de los gobiernos a todos los niveles, del sector privado, de la sociedad civil, de los medios culturales. ¿Todos iguales y alineados? Nunca funcionó así y es una utopía reaccionaria y antidemocrática.
Un proyecto nacional, obviamente, tiene un punto de partida desde las políticas públicas, imprescindibles, pero debe generar ámbitos abiertos y realmente constructivos de debate y de diálogo. Sin política de calidad, sin política con un alto nivel intelectual, no hay posibilidades de construir y de ejecutar el proceso de un proyecto nacional.
Como tampoco será posible sin un acentuado espíritu crítico, del que el poder rehuye o muchas veces combate, y tampoco será posible sin apelar a las capacidades profesionales, intelectuales, científicas, que la acumulación positiva ha generado en el Uruguay y que se puso de manifiesto durante la pandemia.
Pero además de los aspectos materiales, públicos y privados, hay algo inmaterial que nos hace diferentes. Si tienen dudas, observen las fotografías de lo que construimos en medio siglo del final del 1900 y el 2000, algunas quedan en pie, otras se las llevó el tiempo y la desidia, y comprenderán por qué somos nostálgicos. Porque tenemos que ser nostálgicos, no solo de los ladrillos, sino de sueños y empresas audaces y casi imposibles, de maravillas industriales, escolares, legislativos, habitacionales. Hace falta un nuevo optimismo, un nuevo espíritu de avanzada, no para defendernos sino para acometer, para construir. Ya lo hicimos y lo acumulamos positivamente.
¿Por qué tenemos que utilizar sistemática y organizadamente esas capacidades científicas e intelectuales para combatir un virus y no podemos emplearlas y apelar a ellas con la misma amplitud y generosidad para un salto en nuestro desarrollo, en nuestra justicia social, en la mejora de la calidad de vida de los uruguayos? La libertad vale para todo, para enfrentar una peste, una crisis y para construir la libertad de la necesidad.
(*) Militante político, periodista, escritor, director de Uypress y Bitácora.