Por Jorge Larrañaga (*) | @jorgewlarranaga
Hace mes y medio comuniqué a la opinión pública mi decisión de volver a postularme como precandidato a la Presidencia de la República.
En esta nota quiero explicitar las razones que me impulsan en este camino.
En primer lugar porque hay ideas y un proyecto de país que quiero defender.
Un proyecto que es colectivo, y por eso colectiva fue la decisión de volver al ruedo de la competencia electoral.
A lo largo de mis recorridas por barrios de Montevideo y del Interior, los compañeros y vecinos me pedían que defendiera las banderas de nuestro proyecto, que volviera a poner sobre la mesa de la discusión nacional, temas que otros olvidan o incluso, que otros ni siquiera sueñan.
Además, no puedo -como nunca pude- ser indiferente ante lo que sucede en el país.
Por ello, me he dedicado desde siempre a la actividad política. Para servir a la sociedad uruguaya desde el “mejor instrumento puesto a su servicio: el Partido Nacional”, como gustaba decir Wilson.
Hablé con mis hijos mayores, Jorge de 28, Aparicio 25 y Juan de 17 años, y ellos fueron determinantes en mi propio proceso de decisión. Son acaso las principales razones, las mismas que tiene todo padre de procurar hacer, desde donde le toca, el mayor esfuerzo para dejarle a los hijos y a los hijos de todos los uruguayos, una mejor sociedad.
Y venimos de vuelta entonces, porque sentimos que hay cosas que hacer. Hay cuestiones que siguen pendientes en el país. Reformas necesarias, cambios. Cambios, que a mi entender son impostergables, que el país necesita, que nadie los ha hecho y nadie propone hacerlos. Así que levanté nuevamente la bandera y la llevaré hasta el final.
Venimos a defender un modelo de raíz wilsonista, porque esa visión del país, la única que no ha gobernado, está plenamente vigente.
Ese modelo de país, de sentido nacional y popular, sigue vigente. Sigue vigente la necesidad de integrar humana y económicamente Montevideo e Interior, para generar desarrollo.
Sigue vigente la necesidad de que la educación sea la herramienta para redistribuir oportunidades.
Sigue vigente una visión social que ponga el centro en el trabajo y la producción como verdadero sentido de la solidaridad.
El desafío ideológico del wilsonismo, de lo que los más grandes conocen como el nacionalismo independiente, que une lo social con el respeto institucional, que viene del oribismo y el saravismo, está vigente.
No son cosas ni viejas ni nuevas, son sensibilidades propias de una manera de concebir al hombre y a la comunidad. Y por eso nos mantenemos.
Aquel reclamo de la dignidad arriba y el regocijo abajo marca una ética y una moral que no tiene tiempo.
Sigue vigente la necesidad de restablecer lazos de comunidad. Hoy el país está social y culturalmente fragmentado. Estamos en una sociedad partida. Donde hay sectores de sociedad que conviven en un mismo territorio con otros sectores de sociedad pero sin compartir ni valores de convivencia, ni expectativas.
El país necesita un gobierno serio y honesto, sin hipocresías, que no barra la basura debajo de la alfombra, que no prometa lo que no puede cumplirse, que no mienta, que no tenga escandalosas administraciones que disculpar.
Mi vocación ha sido siempre el deber, y hoy siento que debo seguir. Fueron muchos -muchísimos- los vecinos de todo el país que me han pedido que siga y que continúe luchando por las legítimas banderas que hemos levantado desde siempre; y no puedo darle la espalda a toda esa gente. No puedo hacerme el sordo con todas esas personas que han confiado y siguen confiando en nosotros. No puedo olvidarme de los 300 mil uruguayos que en 2014 confiaron en nuestro proyecto.
Me siento responsable. Me siento responsable de poner el lomo por esos miles de personas, de seguir caminando el país para escuchar a los que no tienen voz y de luchar por su derecho a que las cosas se hagan.
Me siento responsable de luchar por su derecho a tener un CTI que quede cerca, por su derecho a un liceo con profesores, por su derecho a una carretera que no sea mortal.
Me siento obligado a luchar por su derecho a vivir sin miedo, por su derecho a trabajar, por su derecho a que el Estado los contemple a pesar de no vivir en el Centro de Montevideo.
El camino que pienso recorrer no es un camino precipitado por un antojadizo capricho, ni forma parte de esas mezquinas ambiciones que rodean muchas veces a la política. Y que ponen en peligro los afectos de muchos para con la República y la Democracia, por el descrédito en que caen quienes se acercan a esta noble actividad con el oscuro interés de “logreros de apetitos personales” a los que condenaba Aparicio Saravia.
El camino que elijo recorrer es el que me indica el profundo amor de mi familia, la esperanza de mis hijos, la certeza de que hay otra sociedad por venir.
Durante los últimos 20 años he cumplido con mi deber de representante de mi gente y de mi partido.
Desde el principio puse el hombro para que mi querido Partido Nacional renaciera de sus cenizas cuando todos los especialistas decían que el nuevo tiempo sería bipartidista y que los blancos no sobrevivirían al cambio de siglo.
En todo este tiempo nunca dejé de levantar nuestras banderas y de pelear por un mejor partido, y a pesar de que no pude representarlo como líder principal, asumí el rol que entendía era mi deber.
Nunca les falté a los ciudadanos que confiaron en mí. Nunca le falté a mi partido. Nunca le falté a mis obligaciones. Ahora es turno de hacer realidad lo que durante tanto tiempo soñamos juntos.
Por esas cosas vuelvo.
Entiendo a la política como servicio. Lo que quiero es ponerle justicia a la sociedad. Lo que quizás queramos todos, pero todos de diferente manera y por diferentes medios.
Mi manera de construir justicia es que haya igualdad de oportunidades, tener una educación pública de calidad, que el interior crezca, que se entienda que somos un país agroexportador y, por tanto que hay que proteger y ayudar al uruguayo que produce, que trabaja la tierra, que el laburante pueda mantener a su familia, que la gente pueda acceder a una casa, que nacer en el Interior no suponga menos derechos, que el jubilado, después de trabajar toda una vida, gane decentemente.
Que se promuevan el trabajo y los valores. Que se respete al policía, que el maestro vuelva a ser la autoridad en las escuelas.
Me podrán decir que esto lo puede suscribir cualquiera.
Sí, pero ¿saben qué? Han gobernado todos los partidos y sectores salvo el wilsonismo. Así que muchos que han prometido estas cosas, no lo han hecho. Nosotros nos sentimos con las ganas, la responsabilidad y el proyecto para hacerlo.
Hay un país distinto, posible y viable y más justo.
Con mis compañeros queremos trabajar para eso.
Y con todo el Partido Nacional. Un partido sin fisuras y sin agravios. Con matices, pero todos juntos, unidos por la piedad filial de buenos blancos.
Junto también a todos aquellos que quieran generar una ola de esperanza en todos los ciudadanos, de que la ilusión de un Uruguay mejor puede ser realidad.
Por eso venimos de vuelta.
(*) Senador de la República por el Partido Nacional. Líder de Alianza Nacional.