El italiano Mario Draghi, “el hombre que salvó al euro”, deja la Presidencia del Banco Central Europeo (BCE) tras ocho años como presidente de la entidad con un balance positivo, según algunos analistas. En su lugar, asume la francesa Christine Lagarde, quien dejó el FMI para asumir ese cargo y ahora deberá asumir una “misión imposible”: dar continuidad a la política de su predecesor y lograr el consenso con los “halcones”.
La salida de Draghi del BCE marca el fin de una era que revolucionó la política monetaria de la Eurozona. El italiano debió lidiar con uno de los momentos más turbulentos para la economía del bloque y adoptar medidas que nunca se habían tomado, algunas de ellas sumamente arriesgadas y que le valieron importantes críticas de sus opositores, según recuerda un artículo del sitio web el Economista.
Cuando asumió en 2011 la economía de la zona euro afrontaba una seria crisis de deuda soberana y la actividad económica se frenaba bruscamente, lo que afectaba también los objetivos de inflación. Entre finales de 2011 y comienzos de 2012 entró en una profunda recesión, la que golpeó principalmente a los países periféricos, denominados peyorativamente como PIIGS (pig, cerdo en inglés) por sus siglas (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España).
La situación era insostenible y se requería de una intervención que calmase a los mercados. Entonces, el 12 de julio de 2012 (un día después de haber rebajado la facilidad de depósito al 0%) Draghi dio un discurso clave cuando afirmó que «dentro de su mandato, el BCE está listo para hacer lo que sea necesario para preservar el euro». Como si eso fuera poco, culminó con una mirada seria hacia el público: «Y créanme, será suficiente».
Una semana después, el BCE anunció una nueva política de compras de deuda pública, un programa que le dio la posibilidad a la entidad de realizar compras masivas de deuda soberana en el mercado secundario de los países que pidiesen ayuda financiera a través de los fondos europeos. Este programa actuó de cortafuegos, la sola posibilidad de que el Banco Central pudiera comprar deuda soberana de forma masiva provocó que las primas de riesgos bajaran violentamente y el interés de los bonos periféricos cayesen a niveles más sostenibles.
Nuevos desafíos
El camino transcurrido desde entonces ha sido complejo y no exento de dificultades. Ahora será Lagarde quien deberá continuar con la política de Draghi, pero al mismo tiempo se enfrenta al reto de lograr el consenso en el Consejo de Gobierno y seguir adelante con la unión bancaria.
Lagarde llega a la Presidencia del BCE en un momento en el que el crecimiento económico de la zona del euro se debilita, en el que Alemania probablemente ha entrado en recesión técnica y con un Consejo de Gobierno dividido sobre la dirección que debe tomar la política monetaria.
Para hacer frente a esa debilidad, mayor de la esperada hace unos meses, el BCE aprobó en setiembre un paquete de estímulos monetarios, entre ellos nuevas compras de deuda pública y privada. A ello se suma el hecho de que los tipos de interés se encuentran en mínimos históricos, algo de lo que los bancos se quejan porque afecta a sus beneficios.
Este año el BCE iba a normalizar su política monetaria, pero el debilitamiento económico, en gran parte por las consecuencias de la guerra comercial entre EEUU y China y el Brexit, lo obligó a cambiar el rumbo.
La política monetaria expansiva de Draghi ha sido criticada en los países centroeuropeos, como Alemania, Holanda y Austria, que la consideran una forma de financiar a Estados y no obligarles a que hagan reformas y reduzcan su gasto excesivo. Esas diferencias hicieron que renunciara la alemana Sabine Lautenschläger, que era miembro del Comité Ejecutivo y vicepresidenta del Consejo de Supervisión del BCE.
Algunos medios de comunicación alemanes, consideran que Lagarde debería unir al Consejo de Gobierno, pese a las diferencias, y garantizar continuidad en la política monetaria del BCE, para no confundir a los mercados.
Lagarde también tiene la oportunidad de hacer un llamamiento a los gobiernos para que ajusten sus políticas fiscales o realicen reformas y no pongan en peligro la estabilidad financiera.
La crisis puso de manifiesto la necesidad de crear mecanismos para afrontar las dificultades que atraviesen los países miembros y sus bancos. También será necesario avanzar hacia una unión fiscal.