Si bien siempre se supo que los cambios en el contexto son continuos y es algo a lo que tanto empresas como países deben adaptarse para mantener su competitividad, sin dudas, el 2020 y la pandemia que lo marcó, puso de máximo relieve la fragilidad de las estructuras y el statu quo.
Escribe: Micaela Camacho, doctora en Economía. MBA. Consultora internacional e investigadora
Mucho se ha escrito e investigado sobre los aprendizajes que nos han quedado e, inclusive, los que aún seguimos descubriendo. Es cierto, también, que muchas de las tendencias que vivimos hoy no son enteramente nuevas o nacidas durante esos momentos de crisis, sino que son producto de cambios que ya estaban ocurriendo y que simplemente aceleraron su paso. Globalidad, virtualidad, trabajo remoto, solo por mencionar algunos.
Pero sí surgieron elementos distintivos de una sociedad que ha modificado la valoración que hace de muchos aspectos de su vida y que tiene impacto directo en la conformación de sus funciones de utilidad y, por lo tanto, impacto directo en el movimiento de los mercados. De lo más micro a lo más macro, estamos presenciando cambios en las preferencias que es necesario incorporar en las agendas competitivas de los países. Temas como la revalorización del tamaño medio de las ciudades, la importancia de lo local, o la revalorización de lo “público” se vuelven elementos clave a considerar, especialmente para economías como la uruguaya.
Tomemos, por ejemplo, el incremento en el valor de lo “local”. Con el tipo de vida que nos impuso la pandemia fuimos testigos de que, en muchos casos, no es estrictramente necesaria la presencialidad en el trabajo. Existen muchos servicios en la economía que pueden realizarse de forma remota, y no solamente de hogar a oficina, sino de país a país. Presenciamos, entonces, un desarrollo vertiginoso de lo global, sin necesidad de apartarnos de aquello “local” conocido, que por algo elegimos en primera instancia. Sumemos esto a la revalorización que hacen los trabajadores sobre la calidad de vida y la reconsideración que se dio sobre los beneficios de las ciudades de tamaño en relación con las grandes metrópolis (especialmente cuando se consideran temas sanitarios). De pronto, en algunos aspectos, el tamaño de Uruguay se vuelve una fortaleza. En esa línea, nuestro país presenta enormes ventajas para la atracción de talento.
La apertura de Uruguay al mundo se vuelve, entonces, fundamental. Es un asunto clave para poder capitalizar los cambios que se están experimentando en la economía postpandemia. Pero, lógicamente esta agenda de apertura al mundo debe ir acompañada de una estrategia más general que permita un desarrollo sustentable. Así, por ejemplo, temas como el planeamiento del crecimiento de la población y las ciudades deben ser ejes centrales de una estrategia de desarrollo que incorpore la atracción de talento. Lo mismo ocurre con los aspectos relativos al desarrollo local y regional, y la descentralización. Todo esto sin dejar de considerar la importancia vital de asuntos más transversales a la economía, que son la base mínima y estructural para la atracción tanto de talento como de IED, como el desarrollo tecnológico del país, o el cuidado de las instituciones que son, para Uruguay, una de las mejores cartas de presentación a nivel internacional.