María Laura Rodríguez, economista, Responsable de Asesoría Económica, Comunicación y Medio Ambiente de la Unión de Exportadores del Uruguay (UEU)
Los cambios postpandemia que se están dando en el contexto mundial no ayudan, y resultan un desafío para el país. Porque tampoco la región genera buenas noticias. En ese escenario, la economista destaca que el principal reto que tiene Uruguay es mejorar la competitividad y la inserción internacional.
¿Cuáles son los desafíos que tiene por delante el país en materia económica? ¿Qué escenario se puede proyectar de cara al corto y mediano plazo?
Creo que el principal desafío es mejorar la competitividad y la inserción internacional, porque es lo que permitirá un crecimiento mayor de la actividad, captar más inversiones y crear más puestos de trabajo.
Para eso se necesita estabilidad macroeconómica, es decir que el déficit fiscal estructural continúe en descenso -quitando los efectos coyunturales como el de la pandemia-, que la inflación no se aleje de niveles aceptables y que el tipo de cambio se ubique en niveles de equilibrio, entre otras variables a considerar. En el corto plazo el foco debería estar puesto allí y es un gran desafío porque son varios objetivos para los que se dispone de pocos instrumentos, con políticas monetaria y fiscal con poco margen de acción.
Para el mediano plazo se necesita una mejora sustancial de la educación, mayor incorporación tecnológica tanto en el sector privado como en el público, internalizar la revolución verde y digital que se está viviendo en el mundo y aprovecharla lo más posible. Claro que para que esto suceda en el mediano plazo, es algo que hay que trabajar hoy.
¿A qué debería dar prioridad Uruguay, a la inserción internacional o a la competitividad?
Son dos caras de la misma moneda. Para poder exportar más necesitamos al mismo tiempo mejorar nuestro acceso a mercados y bajar el costo país. Son complementarios; si ocurre uno pero no el otro no lograremos resultados mejores a los actuales.
En materia de competitividad, tenemos diferentes tarifas que deberían bajar, como ser las de energía eléctrica, combustibles y servicios portuarios, entre otras. A su vez, hay otros costos menos visibles que tienen que ver con trámites que se pueden simplificar, agilizar o digitalizar, que implican horas de personal de la empresa gestionándolos. Y también tenemos un tipo de cambio real que se ubica en un nivel muy desfavorable en la comparación histórica, principalmente con respecto a Argentina y Brasil.
En materia de inserción internacional es muy relevante concretar acuerdos comerciales con la mayor cantidad de mercados que sea posible, de forma de bajar los montos que hoy pagamos en el exterior por aranceles -que ascienden a US$ 332 millones anuales, según publicó recientemente Uruguay XXI- y acceder en igualdad de condiciones en relación a nuestros competidores. Incluyo dentro de esas condiciones aspectos sanitarios, ambientales, doble tributación y otros que faciliten el comercio.
En ese sentido, avanzar en un posible TLC con China considero que es una muy buena noticia y debería ser complementada con avances en conversaciones con otros mercados, sin descuidar al Mercosur, que también es relevante para cientos de empresas.
¿Qué amenazas ve en el horizonte y, en contrapartida, cuáles son las fortalezas de nuestro país para afrontar un contexto global de turbulencias económicas, con impacto en el empleo y en la inflación?
El cambio en el contexto internacional postpandemia es una amenaza: niveles de inflación en el mundo que no se veían hacía décadas, la reversión de las políticas monetarias expansivas de los países avanzados que conlleva mayores tasas de interés, flujos de capital que vuelven a esos países, el fortalecimiento del dólar, menores precios de materias primas y menores niveles de crecimiento en general. Es un contexto que desafía, que no ayuda. Y tenemos una región que tampoco genera buenas noticias. Argentina, con problemas estructurales que se vienen arrastrando hace años y se sumaron a los problemas derivados de la pandemia. Brasil, mejor en términos económicos, pero con mucho ruido político. A su vez, en el mundo tenemos algunas tendencias a prestar atención. Por ejemplo, el impuesto mínimo global que se está proponiendo, que nos hará repensar cómo atraer inversiones, o el impuesto al carbono de la Unión Europea.
Más allá de todos estos temas, que hay que seguir y gestionar, Uruguay tiene fortalezas. Cuenta con una fuerte institucionalidad que lo viene diferenciando del resto de América Latina, siempre honró sus compromisos y sigue muy bien posicionado en los mercados internacionales, cuenta con grado inversor, es un país referente en materia de energías renovables y eso abre posibilidades de inversiones que se sustenten en ese factor. Las experiencias en materia de trazabilidad y el desarrollo del sector de tecnologías de la información también serán fundamentales para estos procesos de cambio que el mundo está exigiendo.
Esto está relacionado con la revolución “verde y digital” que mencionaba. ¿Cómo puede aprovecharla Uruguay?
Me refiero a un mundo más tecnológico, donde adquieren mayor relevancia la inteligencia artificial, desarrollos en blockchain y la utilización más afinada de los datos (big data) para tomar decisiones.
Y también es un mundo verde en el sentido amplio de la palabra, que incluye lo ambiental y lo social, con mayor conciencia sobre los riesgos relacionados al cambio climático y mayor predisposición a actuar sobre ellos.
Uruguay tiene activos interesantes para posicionarse en ese mundo. Por ejemplo, tiene una matriz de energía eléctrica basada casi 100% en energía renovable, por lo que puede ser un país donde se puedan desarrollar propuestas como la de hidrógeno verde o certificar que nuestros productos tienen una huella ecológica más limpia en comparación a países que tienen una incidencia mayor de energía eléctrica proveniente de fuentes fósiles.
Según el último informe de la Oficina de Deuda del Ministerio de Economía (MEF), que incluye criterios ESG (ambiental, social y gobernanza por su sigla en inglés), Uruguay ya se encuentra muy bien posicionado en algunos índices internacionales como ser el primer lugar en el Emerging Markets ESG Score de JP Morgan o el primer lugar en el Green Future Index del MIT.
No es casualidad que el MEF haya integrado este análisis en sus informes, ni que haya participado de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) de Glasgow, Escocia, el pasado noviembre. El financiamiento internacional se está redirigiendo hacia países, sectores y empresas que estén bien posicionados en los temas de sostenibilidad. Por lo tanto, hoy tenemos una ventaja comparativa, que probablemente se achique en el futuro, cuando otros países avancen. Así que debemos aprovecharla lo mejor posible y continuar avanzando para mantener esa ventaja.