Ricardo Pascale, doctor en Sociedad de la Información y el Conocimiento
Tras dos años de una pandemia que generó importantes perjuicios económicos y sociales, un 2022 “caótico” signado por el aumento de la incertidumbre mundial llega a su fin. Esta realidad internacional implica importantes desafíos para Uruguay, que resalta por los grandes activos con los que cuenta, como la sólida institucionalidad, pero que deberá manejarse en un mundo “peligroso”. Además, para que la economía crezca sostenidamente y con equidad, el país deberá avanzar hacia el conocimiento y la innovación.
En un contexto internacional complejo marcado por la guerra en Ucrania, ¿cuáles son los mayores desafíos para un país como el nuestro?
El 2022 fue un año trastornado, que elevó la incertidumbre mundial. Luego de dos años de pandemia del covid-19, sin estar aún repuestos de los daños económicos, sociales y sanitarios que ella causó y en la que es prematuro pensar en un estado endémico, apareció un 2022 caótico. Plagado de desastres, por el cambio climático, la geopolítica, la invasión de Rusia a Ucrania, inflación elevada, más divergencia de los países menos ricos, pérdida de fortalecimiento de capital humano, escasez de energía y alimentos, rebrote de covid-19 en China y un enlentecimiento de la actividad económica global para 2022, que el FMI estimó en un crecimiento de 3,2% en octubre; hoy quizás estará revisándola a la baja. Esta caída está influenciada por una negativa PTF, frente a otros determinantes del crecimiento.
Pienso que una manera de transitar la posible situación del año 2023 es, simplificando, distinguiendo en tres shocks. Estos son, el geopolítico, la energía y la economía. No es posible entender el problema económico si no se contextúa.
En el campo geopolítico, la invasión de Rusia a Ucrania, con crisis humanitaria, sus riesgos bélicos no vistos desde los 60 y sanciones no vistas desde los 30. El orden mundial se trastoca al tiempo que la disputa de supremacía entre Estados Unidos y China se acentúa, y crujen viejas alianzas por conveniencia como entre Estados Unidos y Arabia Saudita.
En cuanto al segundo shock, la guerra ha llevado a una elevación de precios de los alimentos y de la energía que ha azotado a Europa en forma aguda. Sorprende que dicho continente haya quedado con su presunto stock estratégico, en un tema tan clave como la energía, en un inocente rehén de Rusia y en esta crisis energética tener que acudir y debatir sobre fuentes de energía ya desusadas y buscar no retroceder en el cuidado del ambiente.
Pese a que la cadena de suministros dañada en la pandemia se mejoraba, se desató una inflación global que en Estados Unidos llegó a hacer un pico superior al 9% anual. Ya se evidenciaba un aumento de precios a principios de 2022 (el incremento de la demanda no se correspondía con los suministros de la oferta). Luego, con el problema de los precios de alimentos y de la energía se agudizó sensiblemente y la inflación pasó de ser un fenómeno temporal a otro más permanente.
Aparece así el tercer shock, la inestabilidad macroeconómica, que impone un gran desafío para los bancos centrales: hasta dónde aumentarán las tasas de interés, sabiendo que en algún momento eso tendrá su correlato en una potencial recesión.
¿Cómo evalúa esa suba de tasas a nivel mundial en ese contexto?
La Fed subió las tasas en diciembre pasado a 4,25-4,5%, y estima que sobre 2023 se ubicará en 5,1%. Los demás bancos centrales le siguieron y seguirán.
Llama la atención el hecho de que muchos no esperaran esta suba y se sorprendieran con la frase del presidente del banco central estadounidense, Jerome Powell, en su conferencia de prensa del pasado 14 de diciembre, cuando señaló que “todavía hay mucho por hacer”. La Fed, en mi opinión, seguirá subiendo sus tasas hasta que la inflación, que parece ir cediendo, lo haga y en forma permanente. Más aún con un empleo estable. Parece algo irónico, pero la relativa situación más fuerte de Estados Unidos puede agudizar complicaciones en muchas economías.
Considero que los bancos centrales, si tienen que optar en el dilema planteado, lo van a hacer por contener la inflación. Esto puede relativizarse en Estados Unidos, si ingresa en recesión con un Congreso complejo.
En este contexto caótico, toda proyección debe tomarse con mucha prudencia, y en esa línea estimo para 2023 un crecimiento global ubicado en torno al 1,6-1,8%; Estados Unidos, entre 0,5-1%; Unión Europea, 0,2-0,5%; y los emergentes sobre el 3%.
El 2023 será un año peligrosamente incierto para las economías de los países y Uruguay deberá manejarse en ese mundo peligroso.
¿Cuáles son las fortalezas de Uruguay en ese sentido?
Cuenta con grandes activos, en particular, la confianza sistémica doméstica y externa que no es ajena a una sólida institucionalidad. La política económica, en particular en el campo fiscal, es positivamente remarcable llevando a reducir el déficit fiscal, pese a las adversas circunstancias. Otras áreas de la política económica no parecen tan consistentes con el objetivo de estabilidad para un país como Uruguay y con algún determinante de la competitividad.
Es de esperarse que en 2022 el PIB crezca en torno al 5%, donde no es ajeno el serio contexto que aporta la señalada conducta fiscal y de deuda externa. Es natural que una cifra tan importante de crecimiento no se verifique en 2023, dado el contexto internacional reseñado, menos inversiones en plantas de celulosa, una disminución del “efecto rebote” por mayor movilidad y, quizás, ajuste de los precios de algunas materias primas. Estimamos para el 2023 un crecimiento en torno al 3%.
Y ya más en términos generales, y más aún en un año tan peligroso, donde a la inseguridad internacional se unen problemas económicos y de incertidumbre en nuestros vecinos, veo muy razonable adelantarse siempre a los acontecimientos, en un ejercicio rutinario de escenarios de riesgo.
¿Qué se puede esperar para el 2023? Usted ha hecho énfasis en la necesidad de que Uruguay ingrese en una economía del conocimiento. ¿Están dadas las condiciones o qué debería cambiar el país hacia esa meta?
Nuestro país tiene enormes virtudes, también algunas ausencias. Uruguay tiene una mala relación con el futuro. Vive bajo la tiranía del corto plazo, pero como dice Max Weber, se debe pensar también en el largo plazo. De lo contrario el rumbo nos lo marcan otros. Se han hecho y se hacen avances importantes y destacables a través de los años. No es poca cosa. Encontremos el tiempo para definir cuál es el rumbo de largo plazo del país. Mi temor es que cuando lleguemos a esa meta, el problema ya sea otro.
Uruguay ha mejorado notablemente el manejo macroeconómico. Esto es una condición necesaria para crecer, pero no suficiente para el desarrollo en la tercera década del siglo XXI. Sin conocimiento, productividad e innovación, la economía puede crecer ocasionalmente, pero no sostenidamente y con equidad.
Aumentar el empleo y la productividad del trabajo ayudará a crecer, pero estos por sí solos no serán suficientes para cerrar la brecha de crecimiento y la divergencia. Se necesitará mejorar la inversión en capital humano, la PTF y la transferencia de conocimiento y la gobernanza de ciencia, tecnología e innovación.
La evidencia empírica es rotunda: a una mayor introducción del uso del conocimiento en una economía, se asocia un mayor PIB per cápita. Y esa asociación no es lineal, sino exponencial. Este crecimiento del siglo XXI parte del conocimiento y en particular de la ciencia y la tecnología, que impulsarán la innovación, y esta impactará en la productividad como elemento fundamental del proceso, lo que repercutirá, a su vez, en una mayor competitividad.
Este desarrollo debe cumplir, a mi entender, con tres grandes desafíos: ser un crecimiento inteligente, esto es, que tenga la mejor innovación posible; ser un crecimiento sostenible, es decir, más verde; ser un crecimiento inclusivo, o sea, promover una mejor distribución del ingreso. En todo este proceso es vital la existencia de consensos a nivel de los grandes colectivos nacionales. Luego, el proceso de crecer en base al conocimiento es conocido y se adapta a nuestras particularidades, pero los consensos son un requisito previo.