POR JULIO MARÍA SANGUINETTI, EXPRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
Los 40 años de CRÓNICAS llevan nuestra memoria hasta aquel plebiscito de 1980, que abrió el camino de la recuperación democrática, luego de siete ominosos años de dictadura. Fue aquella una gloriosa gesta popular, para honra de los partidos tradicionales que, desde la proscripción, lograron revertir lo que parecía ser la inevitable ratificación plebiscitaria de la propuesta autoritaria. Así parecía decretarlo la tradición, con un escalón reciente en la Constitución de Pinochet en Chile. Las juventudes batllistas y wilsonistas fueron las únicas agrupaciones políticas que pudieron salir a la calle y el solitario debate de Canal 4, con Tarigo y Pons Etcheverry como adalides del “No”, resquebrajó la muralla de propaganda oficialista que monopolizaba los medios.
Poca memoria permanece de aquel momento, mucho menos del golpe de Estado que comenzó en febrero de 1973, con aquel increíble deslumbramiento de nuestra izquierda política y sindical que creía ver en los Comunicados 4 y 7 el cimiento de una revolución “nacional y popular”, al estilo de la dictadura militar peruana del general Velasco Alvarado.
Lo importante es que, cinco años después de aquel formidable plebiscito, nos rencontrábamos con nuestra tradición democrática y han pasado ya tres gobiernos colorados, tres frentistas y uno nacionalista de ejercicio pleno de nuestra libertad, para desembocar ahora en la inédita experiencia de una coalición republicana multipartidaria. Es ese otro cambio cualitativo: cuando en la reforma de 1996 hablamos de las “familias ideológicas” que se iban a aglutinar en las segundas vueltas de las elecciones, recibimos una andanada de cuestionamientos. Hoy, la familia republicana gobierna luego de derrotar a la socialista-marxista simplemente porque logró reunir a sus parientes.
En estos 40 años, la aceleración histórica ha sido ruidosa. No fueron cambios imperceptibles. Se cayó el Muro de Berlín y, detrás suyo, todo el andamiaje de una Europa del Este comandada por la Unión Soviética, que se despedazó territorialmente. Salimos de la Guerra Fría y, como consecuencia, de las guerrillas latinoamericanas. Apareció, en cambio, el populismo autoritario, mientras permanece, como un dinosaurio de otro tiempo, el régimen cubano, que 62 años después dejó de ser revolución para transformarse en una nueva monarquía absolutista de fracasada economía colectivista.
El mundo asiste hoy a otra puja universal entre China y los Estados Unidos. No es una competencia ideológica de sistemas, porque China expande su comercio y su tecnología, pero no nos envía predicadores o agitadores. El desafío es económico y no es fácil para nuestra América Latina hacer equilibrio entre esos competidores.
Es otro mundo. El pasaje de la economía industrial a la digital es rotundo. Ha cambiado el concepto de riqueza, hoy ya no tanto material como movida por el conocimiento, la ciencia y la tecnología; también lo ha hecho el modo de comunicarnos entre los humanos, conectados por redes de información globalizada. Aquella sociedad asentada en la producción, la industria y el ahorro ha pasado a moverse al compás del consumo, los más diversos servicios y el gasto a cuenta mediante ilimitadas deudas.
Los humanos vivimos más. En el mundo y entre nosotros, porque también el Uruguay se ha insertado en esta nueva telaraña. En 1980 la expectativa al nacer eran 70 años, hoy son 79… La mortalidad infantil andaba por los 37 por mil y hoy no llega a 7… Vivimos más años, los vivimos mejor. El PBI se ha duplicado a valores constantes. La forestación ha cambiado el paisaje y la matriz productiva del país, que ya tiene en la celulosa el segundo producto de exportación nacional. Se ha plantado un millón de hectáreas de árboles y al mismo tiempo nuestro stock ganadero alcanza su récord, con una agropecuaria que ha dejado muy atrás viejas rutinas. Las zonas francas son las receptoras de inversiones, que van desde la logística en nuestros puertos y en Zonamerica, hasta los laboratorios del Parque de las Ciencias, donde ahora se espera a Google.
El país tiene un horizonte. El desafío es no recaer en el voluntarismo que llevó a aventuras como, por ejemplo, la tan comentada de Gas Sayago. No dejarse arrastrar por esos populismos atrasados que tanto alejan a la América Latina del mundo. Pensemos que en 1980 los llamados países emergentes eran el 24,3% del PBI mundial y hoy son el 40,2%, mientras que nuestra región era el 7,7% y hoy es apenas el 5,1%. Aunque duela aceptarlo, ese rezago es la consecuencia de los populismos, los despilfarros administrativos y la inseguridad jurídica. Cuanto más progresismo se proclama, menos progreso alcanzamos. Por eso nuestro camino, más allá de la limitación de nuestra demografía, es seguir profundizando las grandes líneas del cambio hacia una modernidad que no nos espera.