Ana Inés Echavarren, CEO de Infocorp
Que una idea sea original e innovadora a veces no alcanza para lograr el éxito en un negocio. Se precisa más. El aprendizaje por ensayo y error suele ser la mejor escuela. En las empresas, en ocasiones, es caer y levantarse, reinventarse muchas veces antes de conseguir los objetivos. Eso es emprender. Esa veta -la emprendedora-, dice la entrevistada, siempre estuvo presente en el hogar de la mano de sus padres. Eso la llevó, desde muy joven, a buscar su propio camino. En un mano a mano con Empresas & Negocios, mira hacia atrás y hace un repaso de su vida profesional, sin dejar de resaltar que los avatares familiares fueron moldeando un estilo, en el que sobresalen la persistencia, la búsqueda de la excelencia y la pasión.
Por Oscar Cestau | @OCestau
Lo primero que remarca al principio de la charla es que tuvo la suerte de nacer en una familia emprendedora, lo que queda reflejado cuando hace alusión a los primeros pasos que dieron sus padres -Arnoldo y María Inés- ni bien se casaron. Ambos nacieron en Tacuarembó, y tras convertirse en matrimonio, se fueron a vivir a Nueva Zelanda.
“Mamá estudiaba abogacía, y dejó la carrera para acompañar a papá, que había estudiado veterinaria e iba a realizar un PhD en genética ovina. Él fue uno de los pioneros en tomar ese camino, incluso con mamá armaron una comunidad de uruguayos allá. Era un emprendedor de verdad, pero nunca lo supo. Mi madre lo siguió sabiendo sólo tres palabras en inglés, y aun así consiguió trabajo en Nueva Zelanda de secretaria de una universidad”, recordó.
Tras terminar su preparación, y aunque María Inés quería quedarse en tierras neozelandesas, volvieron a Uruguay porque Arnoldo venía a dirigir los campos de la familia, dado que era el único que se había graduado. De hecho, su hermano era pintor.
Pero una vez acá, lo aprendido de poco le valió. Todo lo que quería implementar salía caro, la maquinaría no existía en el país, entonces para poder hacer algo se endeudó en dólares.
Él trabajaba afuera y nosotros estábamos en Montevideo. En vacaciones íbamos al campo y pasábamos divino”, evoca de su infancia.
Pero de un momento a otro, de vivir en Malvín, sobrevino un cambio en el nivel de vida de la familia, que incluyó una mudanza a una zona bastante inferior, entre otras peripecias. ¿El motivo? La ruptura de la tablita del dólar. Con deudas en dólares imposibles de pagar, los negocios familiares tuvieron el peor desenlace.
En ese contexto, dice que nunca escuchó a su madre quejarse de nada, ni tampoco la vio con mala cara ni de mal humor, sino que fue el sostén real en ese momento.
Esa nueva realidad llevó, entonces, a que Arnoldo inventara nuevos negocios. Primero fue una valija llena de libros de inglés para vender puerta a puerta. A la par, María Inés hacía varios trabajos a la vez.
Esa valija con la que salía su papá todos los días, y la actitud con la que tomaron en la casa el mal momento, son los ejemplos que han acompañado a Ana durante toda su vida.
Precisamente, en una charla que brindó en la última Mega Experiencia Endeavor, Echavarren puso a su padre como ejemplo de un emprendedor, alguien que sueña, que quiere implementar ideas, y que cuando las cosas no le salen, no se queja, sino que arma la valija de nuevo y sale a realizar otros sueños.
En otra de sus iniciativas, como era veterinario, se puso a estudiar química para implementar remedios naturales que fabricaba en su casa, primero para animales, y luego para personas. “Él había puesto el laboratorio en el garaje y teníamos una máquina que sellaba las bolsitas de los remedios, entonces yo, después de la escuela, iba a embolsar los productos con mi papá. La cultura del trabajo en mi casa siempre fue muy fuerte. De hecho, cuando empecé a estudiar computación, algo que me apasionó desde el principio, intenté hacerle un sitio de ecommerce para que vendiera sus productos por ahí, porque a él le faltaba la parte de vender publicidad”, rememoró.
Remarca que una cosa que nunca hicieron sus padres fue castigar el fracaso, sino tomarlo como una oportunidad de aprendizaje.
Así, ante un sinnúmero de caídas en materia de negocios, según la entrevistada, hubo que armar muchas veces la valija. Precisamente, ese mensaje suele dárselo hoy a los chicos que se suman al equipo de Infocorp.
¿Qué incidencia tuvieron todos esos avatares en su vida?
Somos tres hermanos -dos mujeres y un varón-, y yo soy la más grande. Empecé a trabajar desde muy chica… Seguí el ejemplo de mamá; ella era la roca, entonces yo sentía que tenía que hacer algo. Papá era el soñador, pero como no le funcionaba nada alguien tenía que traer la plata a la casa. Siempre fui muy estudiosa, me encanta hacerlo hasta hoy. Había hecho inglés, francés, me gustaban las matemáticas, y en quinto conseguí alumnos de mi colegio, el Richard Anderson, que necesitaban clases particulares de matemática, química y física. Primaria y secundaria hasta cuarto año lo cursé en el Richard Anderson, y los últimos dos años –quinto y sexto- en el Colegio Alemán, de donde me llevé un montón de amigos. Luego me sumé a dar clases de inglés con mi profesora en un instituto, así que cuando arranqué la facultad tenía bastante trabajo. Posteriormente, estudié ingeniería en la Universidad de la República. Siempre supe que lo mío era científico; matemáticas me resultaba muy fácil, y lo mismo me pasaba con física y química. Cuando llegué a ingeniería ya había hecho un curso de programación y me había encantado la computación. Además, la ingeniería en computación era la carrera más corta y para mí era importante recibirme rápido para poder trabajar enseguida.
Empezó a estudiar en tiempos donde la carrera que eligió era dominada por hombres. ¿Cómo fue ese periplo?
En la facultad estuve en una generación dónde de trecientas personas, sólo éramos cinco mujeres. Yo estaba acostumbrada a que había que pelearla, pero tengo amigos de aquella época que comenzaron en la universidad pública y luego se fueron a la privada porque no soportaron el contexto.
Sólo había un baño de mujeres en los cinco pisos de la facultad, y era justamente el de profesoras. Tenías que encontrar a una docente para que te diera la llave y recorrer los distintos pisos del edificio.
Era la época donde ponían bombas en la facultad y te tenías que ir, o había paro y no podías dar los exámenes. Sin embargo, para mí la educación fue excelente.
A mí no me venía mal que la facultad fuera desorganizada porque en las horas puente daba clases, muchas veces lejos de donde estudiaba. Primero iba caminando y luego me pude comprar una bicicleta. Por suerte hice toda la carrera con Felipe Gil, un amigo, que hoy es el CEO de Prisma, quien me ayudó mucho porque mientras yo iba a dar clases, él me guardaba mis cosas, o sacaba apuntes para los dos.
En segundo de facultad, uno de mis profesores me ofreció hacer una pasantía en Ideasoft para no andar de un lado para otro con las clases. Además, en esa empresa era más flexible el horario y me quedaba cerca de casa. Ese fue mi primer trabajo en algo relacionado a la tecnología.
Cuenta que desde muy joven comenzó a viajar por circunstancias vinculadas a su carrera.
Al poco tiempo de entrar a trabajar surgió la posibilidad de llevar adelante un proyecto en Canadá, para lo que era necesario saber inglés y francés, porque si bien la compañía estaba en Ottawa, tenía una base en Quebec, y Ana era una de las pocas personas de la empresa que hablaba los dos idiomas. “Cuando me lo propusieron, me entusiasmé enseguida. Originalmente eran tres meses y terminé quedándome ocho. Me ofrecieron continuar allá, pero me volví. En Ideasoft trabajé cerca de cinco años y no paré de viajar, porque después de eso me fui a hacer proyectos en Río de Janeiro, Buenos Aires y Ciudad de México. Eran trabajos que inicialmente duraban un mes, pero siempre me tenía que quedar más. En un momento me ennovié con Gabriel (su actual esposo) y al principio eran divertidos los viajes, porque de repente él iba unos días a quedarse conmigo, pero llegó un momento que dejó de ser novedoso estar tanto tiempo afuera”, recordó.
¿Cómo continuó su recorrido laboral?
A mí me gustaba mucho la parte de gestión. Un debe que tenía en aquella época la Facultad de Ingeniería era que te enseñaba mucha programación, pero de habilidades blandas nada. Me daba cuenta de que para manejar ciertos aspectos tenía que saber cómo leer un balance, entender de finanzas, o tener más claro el tema de los recursos humanos. Entonces, vi que tenía que hacer un MBA. La opción de hacerlo afuera era muy costosa y no lo podía pagar, entonces hice un curso de gestión. Por esas cosas de la vida, mi compañero de banco en ese curso, Juan Zangaro, gerente de Desarrollo de Infocorp en aquel momento me ofreció ingresar a la empresa. Ahí conocí a Gabriel Colla, presidente y fundador de la compañía -una persona fuera de serie realmente, un jefe excepcional y un visionario. Me encontré con una empresa que en ese momento era pequeña –tenía cerca de 20 personas y hoy somos más de 200-, pero que querían hacer las cosas diferentes, con un espíritu emprendedor, súper profesional, y eso me impresionó. Gabriel nos indicaba que quería que progresáramos dentro de la empresa, con las equivocaciones necesarias. De hecho, Infocorp pagó mi MBA en el IEEM y lo terminé.
¿Cómo era la dinámica en ese momento de una empresa de tecnología en Uruguay?
Era el año 2001, e Infocorp le vendía todo a empresas uruguayas. Y sobrevino la crisis. Se vivió un momento único, porque cada momento de dificultad te obliga a pensar diferente y mirar para afuera. Es cierto aquello de que hay oportunidades detrás de cada crisis. Para nosotros fueron momentos cruciales, donde tuvimos que redefinir la empresa. Mirando hacia atrás, uno dice ‘qué suerte que pasó’, de lo contrario no sé dónde estaríamos hoy.
En ese contexto, Zangaro fue a abrir la primera oficina de Infocorp fuera de Uruguay, en Puerto Rico, y yo me quedé a cargo del área productiva. De ahí en más fue una cosa impresionante, a tal punto que contratábamos una persona por día. El departamento de Desarrollo como tal, que cuando yo ingresé lo conformábamos cinco personas; en un año y medio éramos 150.
Me tocó definir el departamento, las estructuras de trabajo, y el error fue una constante en la vida, porque tanto yo como todos los que estábamos ahí lo hacíamos por primera vez. Nos equivocábamos un montón porque no había tanta información disponible como hoy, pero la empresa creció mucho y empezamos a abrir fábricas en otras partes.
Hoy hay un problema mundial de escasez de recursos en tecnología, y Uruguay no escapa a eso, y así ha sido siempre. Entonces, como no tenemos mucha gente, abrimos una fábrica en Colonia –donde hay un grupo interesante de profesionales porque hay una facultad de tecnología en este departamento y eso agrupa bastante talento-, otra en Chile, intentamos hacer una en Colombia, ahora estamos probando en Argentina y está funcionando bien; es decir, empezamos a crecer.
En el proceso de transformación y renovación que sobrevino en Infocorp, los cambios se sucedieron tanto a nivel personal como de la compañía.
“Gabriel Colla entendió que él había llegado a su límite y que se tenía que retirar y darle paso a alguien con más experiencia que él, tratándose de una empresa internacional, entonces vino Martín Naor a ocupar el lugar de CEO y Gabriel quedó como presidente. Cuando llegó Martín, pasé al área comercial y la parte de desarrollo fue tomada por alguien que continúa trabajando conmigo. Además, en reconocimiento al esfuerzo y al trabajo, me convertí en socia. Ahí volví a viajar, algo que a me encanta y me genera mucha adrenalina.
La empresa empezó a crecer muchísimo, nos empezamos a dedicar solamente a un producto. Hoy vendemos una plataforma de canales digitales para bancos, y eso nos dio mucha especialización y la posibilidad de empezar a meternos en un nicho de mercado muy interesante donde agregar valor. Eso nos permitió posicionarnos en otro lugar, hacernos un nombre en Latinoamérica y el Caribe. Hoy tenemos más de cuarenta implementaciones de esa plataforma en cuarenta bancos en Latinoamérica. Solo nos falta Brasil y México.
Luego surgió la idea de la nube, y pensamos poner este mismo servicio dirigido a compañías más chicas, que no puedan hacer un proyecto de gran envergadura. Lo hicimos primero como un experimento, que lo lideró Martín. Comenzó entonces a hacer tracción y detectamos que había un negocio distinto, con otro ritmo. A Martín le gustó el desafío de empezar algo nuevo, y como alguien tenía que quedarse en ese lugar, me lo ofrecieron a mí. Confieso que en un principio no me divirtió, porque a mí me encantaba lo que estaba haciendo, pero luego de pensar -además de tener dos modelos masculinos que habían hecho cosas brillantes-, conocía los productos, los clientes, tenía experiencia, por lo que entendí que era la persona ideal para liderar.
¿Cuál es el desafío en esta función?
El desafío de estos años ha sido preparar la empresa para ir a otros mercados culturalmente diferentes y posiblemente más exigentes, como Estados Unidos y Europa, y terminar de organizar una cantidad de cosas en el área de productos e ingeniería que ahora, finalmente, nos permite estar preparados para dar ese salto.
¿Cómo definiría el ADN de Infocorp?
El ADN es emprendedor. Las personas que trabajan aquí son independientes, pero comparten los valores y la cultura. El lema es hacer, pedir perdón y no permiso. No creo en las empresas que tienen estructuras muy fijas y donde las decisiones demoran meses en tomarse. Creo en contratar a la mejor gente, empoderarla, y que esas personas tomen decisiones, como hice yo. Por supuesto, ese modelo implica equivocaciones, tomar riesgos, pero estoy convencida de que ese es el camino.
Es la única mujer en el directorio del grupo. ¿Cómo es eso a la hora de la toma de decisiones y cuál es el peso de las opiniones que brinda?
Nunca en mi vida sentí que era importante ser mujer u hombre. En el directorio nos diferenciamos mucho por el expertise que tenemos y nos balanceamos muy bien.
Una de las empresas del grupo es un fondo de inversión -Infocorp Ventures-, y cuando seleccionamos empresas para analizar e incluirlas en el fondo o no, miro mucho al emprendedor y la química que se genera. No sólo observo a la compañía desde el punto de vista numérico; si en la entrevista no hay química, me cuesta. Entonces, ellos cuentan con mi opinión. Pero nos complementamos muchos entre nosotros. El peso lo tiene la fortaleza de cada uno, no el género.
Hace poco se disputó el mundial femenino en Francia, y en un partido, en el Estadio de Lyon, 59 mil personas corearon Equal play, equal pay, igual juego, igual salario, lema de la capitana de la selección de Estados Unidos, Megan Rapinoe. ¿Siente que hay barreras por el hecho de ser mujer? Porque ese es un tema muy discutido en el plano local, es decir, el papel de la mujer en las empresas y las posibilidades que en ellas tienen. ¿Qué pasa en Uruguay, y qué tanto depende el sector del que se trate?
Creo que el sector tecnológico es un mundo aparte. Tuve la fortuna de estar en él y nunca sentí las barreras. Las mujeres hoy, dentro de Infocorp, no creo que lo sientan tampoco; todas son personas con una opinión fuerte. Me gustan los equipos mixtos y me parece que nos complementamos bien. En Infocorp, en particular, no hacemos diferencias de salarios con los hombres, pero no se puede negar que en Uruguay sí las hay y también existen barreras importantes; hay, a su vez, un tema cultural. Cuando estaba en OMEU, con Verónica Raffo como presidenta, se hacían estudios donde detectábamos barreras internas de la mujer. Este tema está cambiando, y Uruguay respecto a Centroamérica está mucho más avanzado. Las experiencias donde sentí diferencia nunca fueron en nuestro país. Las mujeres tenemos una gran fuerza en la gestión de equipos. Quizá la industria de tecnología es un poco distinta al resto, pero en nuestro país no está bien visto que te traten diferente.
¿Cómo ve el desarrollo de las carreras tecnológicas en nuestro país? ¿Qué pasa con los jóvenes a la hora de optar por estudios en el ámbito tecnológico? Porque uno de los reclamos que hacen quienes forman parte de este, es que falta recurso humano. Entonces, no se entiende mucho que, tratándose de un sector con desempleo cero, no haya más estudiantes que opten por estas carreras.
En Uruguay se están haciendo una cantidad de cosas en esfuerzos conjuntos entre el gobierno y las empresas tecnológicas. Hoy hay una cantidad de iniciativas que son espectaculares, como Ánima o Jóvenes a Programar, y varios otros programas impulsados por el gobierno y apoyados por empresas privadas.
Creo que las empresas tenemos una responsabilidad grande de colaborar y de hacer esos programas en conjunto. Vamos a los liceos a hablar y motivar a los alumnos. De verdad siento que si lográramos que la matemática no luzca tan difícil creo que ganaríamos mucha más tracción.
Somos un mercado acotado para cualquier negocio, lo que hace que, para desarrollar cualquier actividad, exista la necesidad de mirar hacia afuera. De hecho, como hablamos anteriormente, le pasó a Infocorp en su momento. ¿Cuáles son las fortalezas, y cuáles las debilidades que tenemos como país ante ese contexto?
Tenemos varias fortalezas. Debemos tener claro que la única oportunidad de supervivencia es ser empresas de servicios, y que servir implica una cantidad de cosas culturalmente –eso lo aprendimos muy temprano en Uruguay-; eso es una ventaja. Naturalmente, cuando vamos a los países, nos amoldamos fácilmente. Somos sencillos y humildes.
Una de las fortalezas en Infocorp es nuestra gente. Se generan grupos de amigos con los clientes y eso se aprecia un montón. Ahí tenemos otro beneficio.
Lo otro bueno que poseemos como país es que gracias a nuestro tamaño tenemos de las conectividades más rápidas de la región. Entonces, somos como un pequeño laboratorio donde se pueden implementar cosas más rápido.
A su vez, hay empresas uruguayas muy grandes que fueron pioneras -como Artech o Genexus-, que abrieron un camino importante para Uruguay e hicieron que la tecnología sea un foco importante. Tenemos, también, instituciones del gobierno que ayudan a la tecnología.
Por otro lado, es cierto que Uruguay no es tan reconocido en el mundo, entonces a veces les da miedo comprar en un país desconocido. Por eso, posicionarte en los mercados más grandes es difícil.
¿Tiene referentes en lo que hace? ¿Algún coach o mentor ha influido en usted como líder?
En Infocorp tengo mentores: Gabriel Colla, Martín Naor y Andrés Cerisola son lo máximo en mi vida. Han sido duros cuando tuvieron que serlo, pero son líderes impresionantes. En distintos estilos saben muchísimo y les gusta enseñar. Afuera de la empresa, mi coach principal ha sido Enrique Baliño, que me ayudó muchísimo.
Si pudiera comenzar de nuevo, ¿haría algo diferente?
No. Todos los errores que cometí –que fueron muchísimo- me ayudaron a aprender un montón, y todo lo que hice después lo realicé mejor gracias a eso.
Emprender en el mundo de hoy
¿Cómo es ser emprendedor en el mundo actual? ¿Difiere en algo con el papel de un emprendedor hace 10 años?
Hoy es mucho más fácil emprender, más allá de que el mundo es mucho más complejo. Primero, porque existe la palabra emprendedor, hay una definición y toda una estructura de ayuda a los emprendedores que en aquel momento no existía.
Por ejemplo, tanto para mí como para Infocorp, Endeavor ha sido una organización fundamental, en donde entienden lo que es un emprendedor, y donde además hay otros emprendedores que quieren escucharte y te cuentan sus experiencias de éxitos y fracasos. Hay herramientas, como los cursos que organiza Endeavor, que hacen posible que la gente asista porque los costos son bajos.
Además, hay inversores dispuestos a invertir en startup y a aguantar años de pérdida por una idea. También ha sido fundamental la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), que siempre nos orientó cuando tuvimos una idea.
Un nuevo universo Infocorp
Este año Infocorp cumple 25 años, y en ese contexto la empresa decidió mudarse a Punta Carretas Tower en setiembre. La oficina está siendo diseñada con conceptos modernos de cómo se trabaja ahora, con espacios abiertos y de colaboración. Echavarren adelantó que cada sala tiene distintos conceptos: proactividad, alegría, colaboración, confianza. Otro aspecto saliente es la incorporación de mucha tecnología, lo que facilitará el trabajo del equipo.
Señas de identidad
Ana Inés Echavarren lidera la compañía madre, es decir, Infocorp, que, a su vez, en su entorno ha permitido el nacimiento de nuevas empresas, como Prisma Campaigns, Bankingly, Infocorp tecnología, e Infocorp Ventures.
La entrevistada es, además, actual miembro del Consejo de Empresarios de América Latina (CEAL).
Tiene 47 años y está casada con Gabriel Estellano, con el cual tiene dos hijos -Matías, de 13 años; y Santiago, de 9-. Remarca que todos son “enfermos de Peñarol”, y que cuando se juntan a ver fútbol, se tiene que ir de la casa.
El concepto de familia lo tiene bien arraigado, y así lo transmite en la charla. Su rostro se ilumina cuando habla de Gabriel y dice que es el mejor padre que sus hijos podrían tener. “La verdad es que sin él yo no podría hacer ni la mitad del trabajo que hago, porque es un padre más que presente, lleva y trae a los nenes de todas las actividades, y es un amo de casa impresionante, mejor que yo (dice entre risas). También los abuelos juegan un rol fundamental en nuestras vidas, tanto mi mamá, como Jorge y Laura (familia por el lado de Gabriel) están cuando los necesitamos y siempre sale un ‘SOS abuelos’ en momentos en que se viene un viaje de improviso”, remarcó.
A la hora de los hobbies, dice que le encanta hacer deporte. “Descubrí que necesito el deporte para despejar la mente y eso hizo que empezara a hacerme tiempo para mí. Ahora me enganché con un entrenamiento que se llama HIIT (high intensity interval training). Es muy intenso, entonces en ese momento la mente está solo en eso, lo que es como una especie de liberación”.
¿Qué lectura le atrae?
¡Leo de todo! Eso es algo que heredé de papá. En casa había una biblioteca gigante y me encanta desde Jane Austen, hasta Brett King -el gurú de lo que hago-. Como viajo mucho, aprovecho para leer. De chica recuerdo haber leído La Ilíada y la Odisea dos veces. Todos los libros que leí me dejaron algo.
¿Cine, TV?
Veo muy poca televisión; no tengo mucho tiempo y no me divierte. Me gustan sí las series históricas.
¿Música?
Me gusta mucho Coldplay, pero con mi hijo preadolescente estoy empezando a incorporar rock argentino. Hace poco fui a ver a La Berisso.
¿Una comida?
El guiso con carne de oveja que hace mi madre.
¿Una bebida?
Agua.
¿Un perfume?
L’eau, de Biotherm. En realidad es una colonia, pero me gustan esos perfumes suaves, que uno puede usar todo el día y no aburren. Me lo regaló Sole, una de mis cuñadas, para mi cumpleaños.
¿La prenda más repetida en su guardarropa?
Los pantalones negros.
¿Su lugar en el mundo?
Tengo dos. Uno es Nueva York, una ciudad a la que fui varias veces y siempre encuentro algo distinto cada vez que voy. Me encanta el Central Park, la vida cultural que tiene, la grilla de espectáculos y el nivel de tecnología. El otro es Punta del Este, más precisamente la zona de Pinares de Portezuelos.
Saquemos la carrera tecnológica, ¿qué otra cosa le hubiera gustado estudiar, o qué otro trabajo hacer?
Cocina. Me encanta cocinar, sobre todo con los nenes. La comida siempre fue muy importante en mi familia. Mi abuela vivió toda su vida en la estancia, y ni soñar con comprar nada elaborado, sino que todo se hacía en la casa. A papá también le gustaba cocinar. Y todos los domingos vamos a comer a la casa de mi madre, que hace la mejor comida casera.
¿A qué figura actual le gustaría conocer, compartir una café y una charla?
A Elon Musk. Me encanta la gente que piensa distinto, que hace las cosas diferentes y logra resultados.
¿Qué tres características la definen?
Soy muy persistente cuando quiero lograr algo. Además, soy muy exigente conmigo misma y me gusta la excelencia. Me gusta dar lo máximo posible. Otra característica es que todo lo hago con pasión. Cuando me pongo a hacer algo, doy todo de mí. En general, me cuestan mucho los grises, estoy o no estoy. Si estoy, es al 100%.