Fue en 1989 cuando un grupo de empresarios gallegos decidió formar lo que hoy es la Asociación de Empresarios Gallegos del Uruguay, pero el aporte de esta comunidad española en el país se remonta a fines del siglo XX. Destacándose en el rubro del transporte y panaderías, entre otros, los inmigrantes de Galicia en Uruguay fueron actores clave en el desarrollo económico y urbano de la capital del país, promoviendo y apuntalando el comercio minorista a lo largo del tiempo.
Desde 1870, el arribo de contingentes europeos al puerto de Montevideo, en un país que apuntaba a diversificar su producción, con una economía basada principalmente en la agropecuaria, fue bastión en el rumbo que el país, posteriormente, tomó.
En aquel entonces, Uruguay transitaba un camino hacia la industrialización, que se mostraba de manera fiel en la proliferación de modestos talleres y establecimientos hacia 1875 en la capital portuaria del país, lo que propulsó y dinamizó la expansión urbana y, con ello, variadas oportunidades laborales.
Y Montevideo creció. Esa ciudad puerto, que miraba a una gran bahía y que era custodiada por el cerro de la capital, fue un interesante atractivo para inmigrantes italianos y españoles. Dentro de estos últimos, predominaban aquellos originarios de Galicia, cuya importancia en esos tiempos que corrían queda reflejada en la fundación del Centro Gallego de Montevideo, en el año 1879.
Esta colectividad se desempeñaba, principalmente, en labores e iniciativas relacionadas con la pequeña y mediana empresa. Fabricación y conservación de alimentos, la industria del pan, las bebidas, el tabaco y la imprenta y papelerías, eran los rubros que los gallegos acaparaban y en los que se destacaron sobre fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
El comercio minorista era su juego y su lugar, y su presencia en él, con una clara estructura familiar marcada en el organigrama de estos establecimientos, nucleaba también a otros inmigrantes. Estos, al igual que lo que ocurría en la industria, comenzaban sus trayectorias en estos negocios en el escalafón de empleados, para finalmente, luego de haber transitado y conocido a profundidad los menesteres, convertirse en socios o propietarios. Este sistema, que brindaba posibilidades certeras de un ágil ascenso social, se reprodujo a lo largo de muchas generaciones de inmigrantes que a Montevideo llegaron y el ejemplo de la comunidad gallega en Uruguay es un blasón de ello.
Con el paso de los años, los gallegos se volcaron hacia los almacenes, carnicerías, barracas, panaderías y el transporte, rubros que terminaron por caracterizar a esta colectividad. Una referencia clara de su presencia a principios del siglo XX lo muestran los Libros de Registro de Nacionalidad, que elaboraba el Consulado General de España en Montevideo, que en 1904 conglomeró a 660 españoles, de los que el 72% eran provenientes de Galicia y el 86%, asalariados.
Su legado
Los gallegos fueron empresarios destacados por sus prácticas de ahorro, que a muchos los llevó a consolidar su triunfo económico y a obtener el ascenso social, siendo reconocidos no solo por su colectividad, sino por el conjunto de la sociedad uruguaya. Casos ejemplares son el de Félix Ortiz de Taranco, comerciante y paradigma de un inmigrante exitoso, que llegó en 1872 al país junto a sus hermanos, logrando en 1894 con su empresa Taranco y Cía. una notoria posición social; también Mario Rodríguez, quien presidió en 1887 el Centro Gallego de Montevideo, al igual que posteriormente lo hizo José García Conde, que también mandató la Asociación Española Primera de Socorros Mutuos; o el caso de José Añon, que lideró desde el año 1926 un sistema cooperativo de transporte urbano que en 1937 decantó en la creación de la Compañía Uruguaya de Transportes Colectivos (Cutcsa), integrada mayoritariamente por gallegos de primera y segunda generación, aún en la actualidad, con casos de participación hasta de una cuarta generación familiar.
Cutcsa fue, a lo largo de su historia, fiel receptora de inmigrantes españoles que al país arribaban. Muchos dejaban atrás su campiña en Galicia, resguardada entre montañas y huertos, en busca de un cambio, de una oportunidad laboral. Muchos, según cuentan, llegaban a las puertas de la empresa con un papel que llevaba escrito la dirección de sus jefaturas, y José Añón les daba trabajo. Al igual que sucedía en muchas empresas y negocios, quienes empezaban como empleados, solían escalar.
Una comunidad que crece constantemente
Más cerca en el tiempo, en el año 1989, un grupo de empresarios gallegos, que se encontraban radicados en el país hacía ya años, crearon la Asociación de Empresarios Gallegos del Uruguay, buscando unirse a otras gremiales ya existentes. En cuestión de pocos años, la Asociación se consolidó como una institución dinámica, seria y pujante, logrando obtener la personería jurídica y reuniendo una masa social que actualmente reúne a más de 200 empresarios y profesionales.
A lo largo de sus 35 años de vida, ha brindado un espacio a sus socios para ampliar sus posibilidades comerciales y ha generado numerosas instancias de networking, al llevar a cabo reuniones abiertas y encuentros empresariales en la región, lo que sin duda es un valor agregado para sus integrantes. En ese marco, también ha promovido negocios e inversiones entre sus asociados, gracias al marco que ofrece para la creación de grupos de afinidad y de intercambio empresarial
Además, Empresarios Gallegos del Uruguaya ha hecho especial énfasis en promover, en los últimos años, convenios de cooperaciones con instituciones nacionales e internacionales, ya sean instituciones gubernamentales, de la Xunta de Galicia o del Gobierno de España, buscando motivar e incentivar el quehacer empresarial y profesional de su comunidad, conectándolos, de esta forma, con sus orígenes. Sobre ello, forma parte de la Red de Asociaciones de Empresarios Gallegos en el Exterior y sostiene y promueve acuerdos de cooperación con las principales organizaciones y empresas de Galicia.
Sin duda ha sido un testigo privilegiado de la economía en estas tres décadas y media. Su aporte a su comunidad es incalculable, pero su aporte humano y de colaboración resulta, sin dudas, tangible y valioso.