Ec. Ignacio Munyo, PhD, director del Centro de Economía del IEEM-UM y consultor de Negocios de Grant Thornton
Dice que el país debe generar las condiciones necesarias para volver a crecer. En ese camino, el país debe volver a ser atractivo para la inversión, lo que no es nada fácil en una situación de atraso cambiario que, subrayó, se llevó toda la rentabilidad del sector productivo. Dentro de los deberes de nuestro país se encuentra el mejorar la inserción internacional, la calidad y la regulación del factor humano, la infraestructura física y la eficiencia del Estado.
Si bien la economía uruguaya creció un 1.6% durante el año 2018, acumulando su decimosexto año de crecimiento consecutivo, desde el punto de vista técnico el país se encuentra en recesión al acumular dos trimestres consecutivos de caída de la actividad. Todo esto sin perder en cuenta el contexto regional y que el país afronta un año electoral. ¿Cuáles son los desafíos en materia económica que tiene el Uruguay en ese escenario?¿Qué aspectos hay que corregir para volver a la senda de un crecimiento sólido?
Uruguay tiene que generar las condiciones necesarias para que la economía vuelva a crecer, porque más allá de los números de cuentas nacionales que publica el Banco Central, la economía no crece desde diciembre de 2014. Aunque nos cueste reconocerlo, hace rato que el sector productivo está estancado.
Si se excluye el sector de las telecomunicaciones, la producción de bienes y servicios en Uruguay está hoy en el mismo nivel que a fines de 2014. No es caprichoso, ni malintencionado, mirar lo que sucede con el PBI sin las telecomunicaciones. Los datos de PBI muestran crecimientos relevantes en los últimos tres años gracias al enorme peso que tiene el sector telecomunicaciones (15%), mucho mayor al que tiene en Chile (3%) o Estados Unidos (3%), solo por nombrar dos ejemplos. Esto se debe a que en Uruguay la base de las cuentas nacionales se mantiene en el año 2005 y los precios de las telecomunicaciones han caído radicalmente desde entonces.
Nadie niega que efectivamente existe mayor actividad en el sector y el crecimiento del tráfico de datos es expoenencial. Tampoco nadie puede negar la gigantesca caída de sus precios, lo que determina que el valor agregado bruto por cada unidad de comunicación sea cada vez menor. Por lo tanto, su contribución real al creciemitno del PBI es menor al que indicarían solo las cantidades. Sin embargo, el PBI en Uruguay se calcula tomando como año base el 2005, por lo que las telecomuniciones están ponderadas por el valor agregado generado en 2005 (precios y cantidades de 2005), que año tras año se le imputa la variación real de las cantidades transadas en el sector. De esta forma, la metodología vigente sobrestima tremendamente el peso relativo de las telecomunicaicones. Si este defecto metodologivo se corrige, la economía se encuentra estancada hace mas de cuatro años y con caída continua de la inversión, el motor esencial del crecimiento económico.
Por lo tanto, el gran desafío que tiene Uruguay es volver a ser atractivo para invertir. Nada fácil en un la situación actual de atraso cambiario que se llevó toda la rentabilidad del sector productivo. Según nuestros cálculos, estamos hoy 20% más caro que lo que deberíamos según los fundamentos de la economía uruguaya.
Es hora de que en Uruguay nos pongamos de acuerdo en una agenda procrecimiento que baje las elevadas barreras que impiden mejorar la rentabilidad y, por lo tanto, la inversión. Nos tenemos que mirar a los ojos y aceptar que seguir igual no es una alternativa. La novelista británica Mary Renault (1905-1983) no lo pudo haber dicho mejor en la frase «Hay solo un tipo de impacto peor que aquel totalmente inesperado: el esperado para el cual uno mismo se ha negado a prepararse«. Habrá que mejorar la inserción internacional, la calidad y la regulación del factor humano, la infraestructura física yla eficiencia del Estado. Ya vimos que la inversión extranjera no viene si no se bajan estas barreras -basta para ello con releer el contrato firmado por el Gobierno con UPM-.
En particular, quisiera ampliar algunas reflexiones sobre dos reformas críticas: la regulación del factor humano y la inserción internacional.
Tenemos una regulación laboral herrumbrada y confusa que conspira contra el empleo. El Siglo XXI exige normas que generen el ámbito para que la adaptabilidad, creatividad y empatía -aquello que es inherente a la condición humana y que cada vez es más valioso ante el avance de la automatización- puedan florecer. Así como está, nuestra regulación laboral no lo permite. Algo hay que hacer, y cuanto antes, mejor.
Si realmente se abre el Mercosur y recuperamos la plena independencia de nuestra política exterior, lo vamos a tener que aprovechar. Las ganancias de una mayor apertura comercial han sido ampliamente analizadas en la literatura económica. Por más que se le busque la quinta pata al gato, a mayor apertura comercial, mayor desarrollo económico. Claro que no es simple; la apertura tiene que venir acompañada de otras políticas públicas correctamente acopladas para desembocar en mejoras en la calidad de vida de la población. La ganancia de la apertura no solo se produce por mejorar el acceso a mercados. Los beneficios se amplifican vía la reducción de tarifas a los bienes intermedios utilizados en el proceso productivo que mejoraría la competitividad de las empresas para disponer de insumos intermedios a menores costos. Por ende, nuevos acuerdos comerciales mejorarían el atractivo para invertir en Uruguay. El país necesita avanzar hacia una mejor inserción internacional: menos de un tercio de nuestras exportaciones cuentan con el amparo de algún acuerdo comercial. Pero no se debe dejar de atender a los sectores potencialmente perjudicados; eso siempre hay que tenerlo presente.
Aún queda un año para el cambio de gobierno. ¿Qué puede hacer la actual administración para dejar el país en las mejores condiciones posible? ¿O hay que esperar al 2020 para ver, por ejemplo, una reforma del BPS, o cambios en la educación, las empresas públicas, una adecuación de la normativa laboral a los nuevos tiempos, o una regla fiscal, entre otros temas que son vitales para el país?
Idelamente no se debería esperar, pero parece difícil que suceda. Estamos en un año electoral con resultado abierto. Todas las reformas que el país tiene por delante, que son necesarias para volver a crecer con vigorosidad, estuvieron en la agenda de la actual administración, pero lamentablemente, por falta de apoyo político, no fueron implementadas con la profundidad requerida.
A partir de la nueva la administración empieza una nueva historia que tendrá una ventana de oportunidad dada por el contexto internacional. El panorama económico global es muy diferente al de comienzos del año pasado. La guerra comercial entre Estados Unidos y China marcó un punto de inflexión. Hace un año, la prensa financiera internacional hablaba de boom, hoy se lee cada vez más la palabra recesión. Este cambio de viento es muy relevante. Hace años que desarrollamos y monitoreamos en tiempo real modelos de proyección de la actividad económica de Uruguay en los que dos terceras partes de las fluctuaciones son explicadas por factores externos. Tanto para bien como para mal, en el corto plazo no podemos zafar de lo que pasa afuera. La historia es otra para plazos mayores donde son clave las reformas que mejoren nuestra competitividad. Paradójicamente, el enfriamiento del crecimiento global podría ser una buena noticia para nosotros. Esta paradoja se vio con claridad el año pasado, cuando la economía global volaba, pero la expectativa de suba de las tasas de interés frenó la inversión en las economías emergentes. En promedio, las bolsas de las economías emergentes cayeron casi 20% en 2018.
Si bien tendremos un menor crecimiento de la demanda externa por el enfriamiento económico global, este efecto podría ser más que compensado por el cambio de expectativas sobre las tasas de interés y capitales globales que miran de nuevo con cariño a las economías emergentes. En algunas, se invertirá en inversión productiva, y en otras, en títulos públicos, generando presiones a la baja en el tipo de cambio. Lamentablemente, creo que Uruguay está en el segundo grupo. La situación actual de baja competitividad -que ha comprimido la rentabilidad de la inversión productiva-, y la incertidumbre electoral hacen del país un destino poco atractivo para producir.
Con el cambio de viento habrá aire para seguir financiando consumo a tasas bajas, y con eso mover algo la economía, pero difícilmente llegue nueva inversión productiva, que se irá a otras economías emergentes más competitivas. Sin una agenda de reformas en apertura comercial, capital humano, y regulación, no hay esperanza de mejora de competitividad. En momentos en los que se necesita un rebrote de la inversión productiva tanto como el agua, realmente duele dejar pasar esta ventana de oportunidad.
¿Cuáles son las principales amenazas y de dónde provienen?
Destacados analistas internacionales sostienen que el mayor riesgo global es una suba inesperada de la tasa de interés. Si se diera ese escenario (que también le pegaría fuerte a Brasil y Argentina), con la actual situación fiscal, nos encuentra mal parados.
Tengamos claro que los nuevos gastos comprometidos en la última Rendición de Cuentas se esperaban financiar con una suba en la recaudación de impuestos que, probablemente, no va a existir. Mientras el gobierno proyectaba un crecimiento de 2.5% para el 2018, el crecimiento del PBI fue 1.6%. Mientras que el gobierno proyecta un crecimiento de 3.3% para el año que viene, nuestras proyecciones están por debajo del 1%. Si la realidad termina más cerca de nuestros números que de los del gobierno -ojalá que no-, será bastante menor la recaudación del IVA, del Imesi, del IRPF y del IRAE. Pero el nuevo gasto habrá que pagarlo. Y no va a ser muy difícil que el déficit fiscal se acerque al 5% del PBI. Un déficit que no cede se traduce en una deuda pública que crece y que podría superar el 70% del PBI a fines de 2019.
¿Cuáles son las fortalezas que tiene el país para transitar este período?
Tenemos algunas fortalezas para destacar. Uruguay cuenta con recursos para enfrentar todos los vencimientos de deuda de corto plazo, en el caso muy poco probable de que no fuera posible acceder al refinanciamiento a tasas razonables en los mercados financieros internacionales. Tenemos un buen colchón de reservas internacionales excedentes. También tenemos una línea de crédito a tasas muy bajas ya aprobada con organismos multilaterales, en caso que las tasas de interés internacional suban.
El sistema bancario está sólido. Tanto el BROU como los bancos privados cuentan con elevados niveles de liquidez, bajos niveles de morosidad y una capitalización muy por encima de lo requerido por una regulación alineada a los estándares más exigentes a nivel internacional.
Por otra parte, el empleo es hoy una gran preocupación para el país. En lo que va del año, se destruyeron más de 60 mil puestos de trabajo desde el pico de fines de 2014.Se debe reconocer el esfuerzo para incentivar el empleo, aunque considero difícil que mueva la aguja. Existen razones profundas para ser escépticos sobre el impacto de las iniciativas planteadas por el gobierno. No se puede tapar el sol con las manos. Hay factores muy potentes que se encuentran detrás del deterioro del empleo. Y que a su vez se retroalimentan.
Un primer factor es una clara reducción de la rentabilidad empresarial -no necesariamente de la facturación- con escasas esperanzas de mejora en el corto plazo. Los beneficios fiscales asociados a la ley de inversiones se tienen que deducir del pago de IRAE y hoy se ha vuelto muy difícil generar renta.En una situación de suba generalizada de los costos para producir, los costos laborales han adquirido un peso relevante. El procedimiento de la nueva ley aprobada para impulsar el empleo es tan engorroso que el costo burocrático requerido es percibido como mayor al beneficio potencial a obtener. Por lo menos así me lo han hecho saber varios empresarios con los que hablamos del tema.
Luego de la crisis del 2002, los salarios reales tienen su mínimo en 2004 y empiezan a subir ininterrumpidamente. Hasta fines de 2010, el salario recupera los niveles precrisis y crece el empleo, con una fuerte suba de la masa salarial. Pero desde comienzos de 2011, mientras el salario sigue creciendo y supera con creces los niveles precrisis, se frena el empleo y a partir de 2015 comienza a caer de forma significativa.
El empleo pasó a ser la variable de ajuste ante la menor rentabilidad. Si el local que vende ropa no paga la UTE, le cortan la luz y no puede atender a los clientes. Si el distribuidor no carga combustible, no puede hacer el reparto. Cualquiera de los dos puede no reponer a un trabajador que deja la empresa. Y en ambos casos, es probable que se pueda sustituir fácilmente por tecnología.
Entonces aparece el segundo factor: la mejora y abaratamiento de la tecnología aplicada a la automatización. Y el combo se vuelve explosivo.
Los puestos de trabajo que se destruyeron en los últimos años son todas posiciones ocupadas por personas con escaso nivel educativo (como máximo educación primaria completa), fácilmente automatizables, que desaparecieron en empresas arrinconadas por la pérdida de rentabilidad.
Un reciente estudio de la OPP presenta una estimación de la generación de nuevos puestos de trabajo. Como es esperable, la demanda de trabajo en el sector que desarrolla tecnologías seguiría creciendo. También crecería la demanda en el sector educación ante la necesidad de formación permanente. Lo mismo en el sector salud y cuidados ante el impulso de un incremento en los años de vida de la población. Los sectores vinculados al turismo y a la agroindustria podrían también contribuir a la demanda de trabajo en la medida que sigan sofisticándose.
Las nuevas oportunidades de empleo surgen en tareas cada vez más complejas en las que los trabajadores deben tener una ventaja comparativa respecto de la tecnología. Esta interacción con la automatización mejora la productividad, pero viene acompañada de enormes desafíos para el país. Para empezar, exige que las personas cuenten con niveles mínimos de capacitación.
Ahí sí que estamos complicados. Hace más de 15 años que las evaluaciones externas (pruebas PISA) nos muestran que cerca de la mitad de las personas que todos los años llegan a la edad de ingresar al mercado de trabajo, no están preparados para realizar tareas complejas.
Ojalá que en el corto plazo surjan muchos empleos en la construcción tradicional. Se habla de un boom de inversión asociada a las PPP (Participación Público Privada)que se concentrarían el año que viene. En algún momento empezarán las obras asociadas a UPM. Y ojalá aparezcan nuevas obras en el horizonte porque desgraciadamente es de los pocos rubros que pueden emplear a tantas personas jóvenes que por su formación quedaron al margen.
El empleo es insustituible en su rol de articulador social. No hay subsidio ni renta básica que lo reemplace en esta función esencial. Una persona ocupada siente que está aportando a la sociedad, no importa la tarea que le toque cumplir, que siempre la podrá hacer mejor.
Que el presente del trabajo deje a tantos uruguayos varados es un drama social de una magnitud inconmensurable. Es seguramente la peor «herencia maldita» que los responsables de las políticas públicas le han dejado a nuestro país.
Más allá de la discusión de si las últimas administraciones han avanzado o no en materia educativa, lo que importa, o sea los resultados, son desalentadores. Y por resultados no me refiero, en particular, a tasas de egreso. Las personas que pasan de año es una variable que el propio sistema puede manejar a su voluntad. Hago alusión a evaluaciones externas de rendimiento diseñadas para medir la capacidad de las nuevas generaciones para ejercer la ciudadanía e insertarse en el mundo laboral.
Es realmente desalentador ver que la mitad de los uruguayos que entran al mercado de trabajo no está en condiciones de cumplir con tareas que requieran tomar decisiones complejas. Que son funcionalmente analfabetos -saben leer y escribir, pero no pueden procesar información para resolver un problema, ni hacerse preguntas relevantes para aprender en el proceso-. Ante un mundo en el que el avance de la tecnología cuestiona al futuro del trabajo, nuestro sistema educativo deja a una de cada dos personas con capacidades fácilmente automatizables.
Con este panorama, si no hacemos algo ya, tendremos que resignarnos a que la calidad de vida de la mayoría de los uruguayos empeore. La principal conclusión de la auditoría externa que nos hizo la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)-a pedido de nuestro gobierno hace algunos años atrás y disponible en su página web- fue que la educación es el principal cuello de botella que impide al país soñar con niveles superiores de desarrollo.