De paso por Irlanda, nos aventuramos hasta Dublín donde recorrimos el museo donde se originó la tradicional cerveza Guinness y les contamos a los lectores de Empresas & Negocios lo que allí vivimos y cuál fue el camino recorrido por la marca desde 1759.
Escribe: Eduardo lanza, desde Irlanda
Este año fuimos en familia a visitar Dublín y cercanías. Es una ciudad afable, no demasiado grande para ser la capital de Irlanda, limpia, tranquila y de un tráfico ordenado y silencioso. Fue en 1759 que Arthur Guinness se instaló aquí para elaborar su cerveza. Cerquita de St. James Gate, el sitio donde se congregaban los peregrinos antes de partir hacia La Coruña a recorrer el icónico Camino de Santiago y llegar a Compostela. En ese punto, donde hasta hoy permanecen sus instalaciones, un clima fraterno y lacrimoso despedía a los viajeros, bien regado por la cerveza inglesa, la única que se consumía entonces. Se trataba de la Porter, oscura y de intenso sabor, muy de moda en Londres, por lo que el astuto Guinness no dudó ni un segundo en adoptar su estilo. Pero con al pasar los años, y tomando en cuenta las preferencias de sus clientes irlandeses, la fue concentrando y aumentando la proporción de malta bien tostada, para transformarla en una Stout, casi negra, con un aroma algo similar al café. Su sabor puede variar y las hay más dulzonas, parecidas a la malta o bien secas, en las que el amargo predomina, jugando un rol importante de su personalidad. Este estilo se mantiene aún hoy, y servida en el pub se destaca por su espuma de color caramelo, cremosa y muy consistente, resultado del agregado de nitrógeno y anhídrido carbónico.
Moderno museo en la city
En St. James Gate y por más de 200 años, la fábrica proporcionó trabajo a muchas familias dublinesas, que generación tras generación formaron parte de la historia de la marca; una que identifica a Irlanda como ninguna otra. Esta planta cesó su actividad hace 30 años al construirse otra nueva en las afueras y el edificio se reformó para convertirlo en un museo. Desde que se inauguró en el año 2000, la Guinness Storehouse ha recibido millones de visitantes. Lo que antaño era una enorme planta de fermentación de siete pisos, ahora vale como la mayor atracción de Dublín. La muestra recorre todas las etapas de la elaboración en una escenografía moderna, que suma audiovisuales gigantes sobre algunas paredes desnudas, con tuberías antiguas que hablan de un pasado glorioso. Se ha creado así, un clima sugestivo muy motivante para los visitantes. En el último piso se llega al Gravity, un moderno bar acristalado, donde se puede disfrutar de una espléndida vista de la ciudad en un panorama de 360º. Es el final del recorrido, donde se brinda con una pinta de Guinness, que la entrada incluye.
A lo largo de dos siglos la empresa no dejó de crecer. Un empuje muy grande lo recibió de los emigrados irlandeses a mediados del XVIII, cuando la gran hambruna los hizo escaparse de la isla. En 1854, un hongo patógeno se instaló en los cultivos de papa irlandeses, el principal alimento y sustento vital de aquella época. Por millones se repartieron por todo el mundo pero, sobre todo, en Estados Unidos, donde una vez asentados reclamaban la cerveza que consumían desde siempre. Pero los largos viajes de aquellos años desmerecían la bebida y así nació la Guinness Foreign Extra Stout, más fuerte y con más lúpulo para poder soportar la travesía. Más cerca en el tiempo, la Primera Guerra Mundial trajo consigo restricciones de energía en Gran Bretaña, pero no en Irlanda. El gobierno prohibió tostar malta a los cerveceros ingleses y esto abrió el mercado a esta excelente cerveza negra irlandesa. Las exportaciones se multiplicaron y la empresa crecía sin parar. En la actualidad, Guinness es producida bajo licencia en 50 países y está presente en otros 150.
Nunca se descuidó la comunicación
Pero la marca siempre tuvo muy en cuenta a su mercado. La comunicación de sus virtudes nunca se dejó de hacer, a pesar de su enorme éxito comercial. En 1935, su agencia publicitaria empezó a publicar una serie de posters muy originales, con caricaturas de focas, osos polares, tucanes, cocodrilos y pelícanos, que fueron tan exitosas como para perpetuarse durante tres décadas. De todos, le tocó al tucán convertirse en uno de los personajes más populares de Guinness, tanto que se considera uno de los personajes más queridos de la publicidad británica. El tucán acompañó a Guinness hasta 1982.
Los records importan mucho
Pero no todo es publicidad en materia de posicionar la marca. El crear un libro de records mundiales hizo sin duda mucho más que la cerveza, para que Guinness sea conocida alrededor del planeta. Sucedió en 1950, cuando Sir Hugh Beaver, director general de la empresa, estaba de caza en el condado de Wexford en Inglaterra. Allí, tanto él como sus compañeros discutieron sobre cuál sería el ave de caza más rápida y no pudieron encontrar la respuesta en ninguna parte. Algunos años más tarde, y al recordar esta charla, Sir Hugh tuvo la idea de promocionar la cerveza basándose en aclarar este tipo de discusiones banales, tan habituales en los corrillos de los pubs británicos. Invitó a dos hermanos periodistas a compilar un libro de datos y hechos. El libro quedó pronto después de un trabajo que duró más de 13 semanas. Se editó en agosto de 1955, y para Navidad fue el libro más vendido en Gran Bretaña.
En suma, dos emblemas o dos orgullos para Irlanda y ambos de la mano de Guinness: su cerveza negra y su libro de records.