Mariángela Lioy Rodríguez, artísta plástica
Un trozo de tela blanca, amarilla o grisácea. Un bastidor vacío. Unos óleos sin abrir. Las cerdas de los pinceles intactas y perfectamente peinadas. Una libreta. Un lápiz. Así parecen no tener demasiado sentido; son elementos separados, objetos que por sí solos podrían no significar nada más que ser “una cosa”. Pero es el artista, el pintor, el expresionista plástico, quien hace de esos objetos la combinación perfecta para decir lo que con el alma no puede.
Mariángela Lioy Rodríguez es de esas personas que desde sus primeros años de vida sabía lo que le gustaba: pintar cuadros. Es que su madre, Luisa Rodríguez Alles, era artista plástica y desde pequeña la vio completar con colores las telas vacías. “Empecé a pintar no solo porque me gustara, sino, además, en homenaje a mi madre”, recordó.
La artista siempre dibujaba junto a su madre, y luego de que ella murió, su padre le propuso comenzar un taller de pintura ya que notó las aptitudes de la niña y el gusto por hacerlo. Fue entonces cuando comenzó –sin saberlo en ese momento- su proyecto de vida como pintora. Se inscribió en las clases de Edgardo Ribeiro, quien no trabajaba con niños, pero por tratarse de la hija de su amiga Luisa no dudó en enseñarle.
Pasó por varios talleres en sus primeras formaciones, como el de Walter Nadal o el del hijo de su primer profesor, “Edgardito” Ribeiro. Después, prefirió abrir su propio camino, porque si bien en los talleres aprendió mucho, explicó que cada uno se encasilla al estilo del profesor. “Si bien creo que uno nunca termina de aprender del resto, quise probarme sola, abrirme y conocerme”, señaló.
El arte y la técnica de crear imágenes aplicando pigmentos de color sobre una superficie son un acto generalizado para los artistas plásticos, pero el pienso de cada uno, los colores, diseños, lo que quieren expresar y de qué manera es, en gran parte, lo que los diferencia. La luz moteada con figuras indefinidas caracteriza a Monet, así como las bailarinas a Degas, es decir, cada pintor tiene su sello. El de Mariángela, según quienes conocen en detalle sus pinturas, es la pincelada.
Pero ella no se enfoca en un estilo en particular donde sea eso lo que la identifique. Gusta de pintar “de todo un poco”, pasa de lo impresionista a lo abstracto, de lo más bien figurativo a las marinas, de los paisajes a las personas. Sus últimas obras son rostros con los que trata de mostrar sentimientos o sensaciones, tratando de ahondar en el sentido de lo humano, y plasmarlo en una cara o un gesto.
Considera pintar como un constante cambio, ya que el arte está mutando en cada obra. “Un cuadro nunca es parecido a otro, de la obra anterior a la siguiente siempre se nota una transformación. Y eso va, creo, en el estado de ánimo en que uno se encuentra al pintar y las ganas que se tengan”.
Pinta lo que le surja y a quien le llegue. “No pinto pensando si gustará, hago lo que me gusta a mí; si después gusta, mucho mejor”. Contó que le han dicho que en una pintura suya ven varios elementos dentro, cosas que no hizo con intenciones y, sin embargo, los demás lo notan.
“Me pasa, muchas veces, que estoy a la noche mirando televisión pero mi cabeza está pensando cosas, imaginando, me surge una idea, agarro un lápiz, una libreta en la que hago los croquis y me pongo a bosquejar. Y al otro día, ya pensándolo más, lo comienzo a mejorar y lo plasmo en la tela. Aunque a veces me ha pasado de ir a la tela directo y comenzar a mancharla y dejar surgir, pero casi siempre dibujo primero mis ideas”, describió.
Actualmente da clases particulares a niños en los hogares de cada uno. Chicos de entre siete y 14 años son los alumnos de la artista. Confesó que esa actividad le gusta mucho porque le recuerda a sus vivencias de pequeña, cuando se inició.
Vivir del arte fue algo que se dio con el tiempo, con el día a día; empezar a conseguir alumnos y hacer una forma de vida el enseñar sin ser docente, la fue nutriendo. Pudo inculcar a niños todo lo que aprendió en años de talleres. “Al ver cómo todo esto se fue formando, lo empecé a tomar como una forma de vida y, al mismo tiempo, como una manera más de perfeccionarme”.
Su objetivo ahora es tratar de seguir dándose a conocer, incluso tiene en mente una exposición para noviembre en la Casa de la Cultura de Maldonado. Considera que en Uruguay es “un poco cerrado el tema de las pinturas”, pero nota que las personas gustan del arte. “Me pasa que la gente se comunica conmigo y dice: ‘yo no entiendo nada de arte pero esto me gusta o no me gusta, lo cuelgo o no lo cuelgo’; es muy así esto, no es necesario saber.”
En caso de que alguien desee visitar su obra puede dirigirse a Atlántida, aunque Mariángela suele llevar algunos cuadros previamente elegidos a Montevideo.
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