Luis Eduardo Morás, doctor en Sociología
El sociólogo Luis Eduardo Morás, en diálogo con CRÓNICAS, explicó que la inseguridad ocupará “sin duda” un lugar relevante en la campaña electoral. Sin embargo, opinó que dicha problemática debería expresarse en el sistema político “con una gran responsabilidad, evitando los reduccionismos interpretativos sobre los orígenes de los problemas y las promesas imposibles de ser efectivamente cumplidas”. Según indicó, los contenidos de los debates actuales “no parecen tomar este camino”.
-¿Cómo evalúa la inseguridad vivida por la sociedad uruguaya en 2018?
-El pasado año ha sido muy particular. Sin duda, deben considerarse al menos cinco hechos relevantes en el campo de la seguridad pública: la entrada en vigencia del nuevo Código del Proceso Penal (CPP); el importante crecimiento de los delitos más violentos como la rapiña y el homicidio; el escaso resultado de la estrategia PADO para enfrentar el delito; los operativos policiales en algunos territorios para desarticular grupos criminales; y que se obtuvieran las firmas necesarias para plebiscitar modificaciones constitucionales con el fin de darles intervención a los militares en el campo de la seguridad y establecer la cadena perpetua revisable, entre otras reformas.
Las dos últimas, en tanto que se exponen como la aplicación de políticas de mano dura ya sea por una intervención policial ostentosa en territorios caracterizados por la violencia, o por promover legislación más represiva ante el delito, previsiblemente obtuvieron una amplia adhesión en la opinión pública.
Más difícil de evaluar resulta la eventual relación causal de la entrada en vigencia del nuevo CPP –que fue votado por todo el espectro político- con el incremento de los delitos más violentos. La supuesta benevolencia o impunidad con los delincuentes que con frecuencia se reprocha, es difícil de argumentar como la razón por la cual crecen desmesuradamente los homicidios. También resulta sorprendente el exponencial aumento de las rapiñas y sugiere inevitablemente deducir algún nivel de fracaso de la promocionada estrategia PADO para contenerlas.
-¿Qué rol debe jugar el tema de la inseguridad en la campaña electoral? Porque muchas veces se utiliza como botín político.
-En la medida que es uno de los temas que genera mayor preocupación en la sociedad, sin duda, ocupará un lugar relevante en la campaña. Ahora bien, esta preocupación debería expresarse en el sistema político con una gran responsabilidad, evitando los reduccionismos interpretativos sobre los orígenes de los problemas y las promesas imposibles de ser efectivamente cumplidas.
Sin embargo, los contenidos del debate que se insinúan hasta el momento no parecen transitar ese camino, por lo cual no resulta alentador el panorama ni para ubicar efectivas soluciones a los problemas, ni para elaborar un clima de opinión apropiado para quien deba asumir la responsabilidad de manejar la seguridad pública en la próxima administración. La lógica de un estado de inseguridad convertido en botín político, convierte a todos los políticos en predadores oportunistas al acecho del error del rival de turno. Todo lo que hoy puede ser una ganancia electoral, mañana será un costo político alimentado en los resentimientos generados, alejándonos de las imprescindibles políticas de Estado y las decisiones estratégicas que habrá que tomar.
-¿Considera utópico el poder llegar a una solución para esta problemática? ¿Debería venir de la mano de un nuevo gobierno?
-En un país como el nuestro, mejorar sensiblemente los actuales indicadores negativos de violencia e inseguridad no es una utopía. Requiere algo que ha estado ausente en estos tiempos y es evitar las tentaciones de los facilismos en la explicación de lo que está sucediendo; discursos que involucran tanto al oficialismo como a la oposición, que atribuyen todas las responsabilidades al narcotráfico, a la falta de autoridad o a una “discepoliana” pérdida actual de los valores.
Como colectivo y en una mirada más general, no podemos desconocer que resulta inherente al modelo de desarrollo la generación de niveles importantes de frustraciones y tensiones que se tramitan violentamente; al tiempo que las instituciones clásicas como la familia, la comunidad, la escuela, el trabajo e incluso la religiosidad que expresaba el catolicismo tradicional, atraviesan profundos cambios y encuentran múltiples desafíos para cumplir sus mandatos y funciones.
“La lógica de un estado de inseguridad convertido en botín político, convierte a todos los políticos en predadores oportunistas al acecho del error del rival de turno”.
Y en un plano más concreto, no es honesto eludir que tenemos una fuerte deuda social histórica con algunos sectores de la población: particularmente con niños, adolescentes y jóvenes; y con los habitantes de determinados barrios que solo pueden aspirar a tímidas intervenciones integrales luego de ser invadidos o desalojados por bandas armadas. En definitiva, es posible reducir los niveles de las violencias; pero para ello debería eludirse el discurso complaciente hegemónico actual acerca de que todos los problemas empiezan con la droga y terminan en la rapiña o el homicidio.
Estoy convencido de que, más allá del clásico período de gracia política que obtenga una nueva administración a partir de marzo del 2020, para mejorar la situación de la seguridad pública a largo plazo se deben elaborar consensos más amplios sobre las razones más profundas del malestar y diseñar las estrategias integrales más adecuadas para enfrentar el fenómeno. No cambiará mucho la situación con una nueva administración si se sigue procurando el mezquino rédito político sectorial.
-¿Nota más violento al ciudadano de a pie?
-Para responder cabalmente la pregunta acerca de si hay más violencia hoy, creo que hay que considerar tres aspectos relacionados. En primer lugar, la mayor exposición y difusión que obtienen algunos hechos de violencia cotidianos, por la multiplicación que hacen las redes sociales y los medios tecnológicos. Por otra parte, hay algo que es positivo y es una menor tolerancia ante situaciones de violencia que antes eran aceptadas. Por último, hay una realidad objetiva y es que efectivamente padecemos una especie de estado de fastidio colectivo, mostramos poca adhesión a reglas de cortesía y cordialidad del pasado. Esto se percibe en diversos ámbitos: el tránsito, las relaciones interpersonales y de vecindad, en la fila de los supermercados. Parecen existir menos frenos para enfrentar aquello que nos molesta en los otros o que nos representa un obstáculo para alcanzar nuestras metas. Esto parece marcar un profundo cambio civilizatorio en los usos y costumbres e involucra a todos los sectores sociales, sin distinciones de edad, nivel educativo o clases sociales.
“La violencia es un producto de lo que somos como sociedad”
-En 2018 se dio un aumento del 35% en homicidios respecto a 2017. ¿Se puede vincular esto a una sociedad más violenta, o no necesariamente?
-Ese incremento en los homicidios se produce en gran medida por los que se han dado en llamar “ajustes de cuentas” y la violencia basada en género. Por muy diferentes razones, pero ambos son el producto cultural de una sociedad determinada en una coyuntura histórica particular, por lo cual efectivamente nos representan como colectivo. Más allá de que resulte comprensible que la mayoría de los ciudadanos expresen su indignación y digan no ser individualmente responsables de los niveles existentes de violencia; esta no nace y se reproduce espontáneamente ni por voluntad divina: es un producto de los tiempos y de lo que somos como sociedad.