Ec. Gabriel Oddone, socio de CPA Ferrere
El economista puso paños fríos a la amenaza de perder el grado inversor en 2019. En este sentido, recordó que este destaque puede perderse, incluso, por factores externos que no sean exclusivamente responsabilidad del gobierno y apuntó que Uruguay “funcionó perfectamente” sin él entre el 2002 y el 2012. En tanto, se refirió a los coletazos de la región que asestarán en la economía uruguaya y animó a la concreción de acuerdos bilaterales para crecer en materia de inserción internacional.
Por Oscar Cestau | @OCestau y María Noel Durán | @MNoelDuran
–A grandes rasgos, ¿cómo define la coyuntura actual de la economía uruguaya?
-Estamos en una situación económica de bajo crecimiento, con una tasa de inversión relativamente baja, con afectación en el empleo, con un nivel de precios en dólares que nos impide hacer competitivo al sector transable -que es el que permite ser competitivo a largo plazo-. A esto se le suma la escasa capacidad del gobierno de actuar y de tomar iniciativas, básicamente, porque Uruguay tiene un déficit fiscal de casi cuatro puntos del PIB, con una deuda pública relativamente alta, superior al 60% del producto, y eso hace que la política fiscal no esté pudiendo amortiguar el shock externo.
Esto, en un contexto en el que Argentina viene de dos años de actividad mermada, y Brasil atravesó la recesión más importante de su historia.
Este bajo crecimiento tuvo consecuencias en el empleo, a tal punto que hoy nos encontramos en el mismo nivel que en 2007; también con bajos niveles de inversión comparado con el pasado reciente, y que son similares al 2007 y también a los años 90.
A su vez, hay un problema de precios relativos, es decir, de estar caros en dólares con respecto a nuestro pasado reciente, aunque sin manifestaciones de esto en nuestro sector externo. Típicamente, cuando esto sucede, la cuenta corriente del país se vuelve deficitaria; pero esto hoy no es así en Uruguay, sino que estamos en un equilibrio de cuenta corriente, con lo cual el encarecimiento en dólares tiene un efecto muy asimétrico en los distintos sectores de actividad.
Aquellos sectores más expuestos a la economía internacional,como el agropecuario, tienen importantes problemas de competitividad, y algunos sectores menos expuestos o volcados al turismo todavía están protegidos porque Argentina tenía una estructura de precios relativos que se había vuelto comparativamente cara respecto a su pasado. Pero ahora, que Argentina devaluó, estamos otra vez caros en dólares; diría que un 30% por encima de nuestro promedio histórico.
Ese escenario, sumado al período electoral, que es cuando los gobiernos tienen más dificultades para tomar decisiones disruptivas, fue el que llevó a modificar las perspectivas de la calificadora de riesgo Fitch y que pone a Uruguay al borde de perder el grado inversor.
Desde el punto de vista histórico, no hay mayores problemas en el escenario macroeconómico, pero es un desempeño mediocre.
-¿Qué amenazas ve en este sentido?
-No tenemos ninguna amenaza. Nuestro costado bancario está bajo control, al igual que nuestra vulnerabilidad en las finanzas públicas porque tenemos un buen perfil de deuda y un buen stock de reservas. No tenemos ningún evento agudo que predecir, pero tampoco tenemos nada que nos diga que este escenario de bajo crecimiento, con baja generación de empleo y bajo nivel de inversión vaya a cambiar rápidamente; más bien es un escenario de mantenimiento que espera que algo externo pase o que el nuevo gobierno asuma.
-¿A qué atribuye esa mediocridad del desempeño reciente?
-Efectivamente, se recibió una sucesión de shocks externos negativos. Los precios de exportación no están como en 2013, la región es frágil macroeconómicamente y Uruguay está expuesto a esa fragilidad.
Claramente, el perfil del escenario internacional para un país emergente de las características de Uruguay es peor hoy que hace cuatro o cinco años.
A su vez, el gobierno, desde que asumió, se vio sorprendido por las circunstancias, tuvo una permanente subestimación del escenario externo y eso le fue impidiendo tomar medidas más ambiciosas y desafiantes para poder enfrentar este escenario con más herramientas.
El gobierno fue un poco autocomplaciente y eso no le permitió encarar las decisiones más ambiciosas que debió tomar en 2015 y 2016; posiblemente esto tenga que ver con el equilibrio político en el interior de la coalición de gobierno, porque es una fuerza que está más desgastada y con una relación más tirante entre sus miembros.
Al no mejorar la situación fiscal en un país como el nuestro, el gobierno se queda sin herramientas.
-El equipo económico de gobierno proyecta en la Rendición de Cuentas un crecimiento de 2,5% para 2018 y de 3,3% para 2019. En cambio, esta semana, el equipo económico de BBVA revisó a la baja el crecimiento económico por un enfriamiento del consumo, falta de dinamismo en la inversión privada y caída en las exportaciones como consecuencia de la sequía, y proyecta un crecimiento del PIB de 2% para este año y de 1,3% para 2019. ¿Cuál es su lectura?
-Nosotros estamos proyectando para este año un 2%, pero esto es si no tomo en cuenta los efectos por una sola vez que hay que ponderar este año. El año pasado la refinería estaba apagada y este año está prendida, por lo que el año pasado no generaba valor agregado. Eso hace que este año se pueda sobredimensionar el crecimiento. Lo mismo sucede con el efecto sequía, que este año estuvo presente y el año pasado no. Si descuento esos dos elementos transitorios, nuestra perspectiva de crecimiento es de 1,6%.
Si hacemos la lectura correcta, el año pasado si la refinería hubiese estado prendida, la economía habría crecido un 3,3% en 2017 y este año un 1,6%; por lo que vamos a haber caído a la mitad. De cara al año que viene las perspectivas indican que se crecerá en el entorno del 1%, o un poco menos.
-El motor del crecimiento, en cierta forma, venía siendo el consumo privado. Da la sensación que hay una cierta retracción. ¿Cómo puede impactar esto en la economía?
-El consumo privado estaba tonificado por una conjunción de cosas. En primer lugar, es altamente sensible al valor del dólar, en especial los automóviles y los electrodomésticos. Veníamos con un nivel del dólar bajo, que se despegó a lo largo de este año con una depreciación de casi un 15%. Ese nivel de dólar barato hacía que nuestros ingresos en esta moneda fueran altos y eso tonificaba el consumo.
Por otro lado, tuvimos el escenario de una Argentina más cara y eso desestimulaba al uruguayo a comprar en ese país, a lo que se sumaba un efecto positivo en el turismo. Eso desapareció porque Argentina se abarató un 30% con respecto al año pasado, lo que revierte el fenómeno.
Por otro lado, la depreciación del peso uruguayo y la valorización del dólar desestimula el consumo de bienes duraderos caros, como son los automóviles.
Además, hay 50.000 puestos de trabajo menos que en 2014, y los ingresos de los hogares medidos en dólares también bajaron, lo que repercute directamente en el consumo, que es un motor de crecimiento y explica, en cierta forma, que vayamos a crecer menos.
-¿Cómo incide la elección de Bolsonaro en Brasil en las proyecciones económicas de Uruguay?
-Es muy prematuro establecer una evaluación. En Brasil tenemos un presidente electo con un fuerte apoyo popular, pero que a la vez tiene el Parlamento más fragmentado de la historia. Él controla el 5% del Senado y el 10% de la Cámara de Diputados. Tiene un problema central que es su déficit fiscal que ronda los 7 puntos del PIB y que es imposible de sostener a mediano plazo a pesar de su calibre.
Brasil tiene que hacer una reforma fiscal, además de completar una reforma tributaria que elimine la complejidad que tiene en su interior, porque hoy es muy complejo transportar mercadería ya que se deben pagar impuestos en los distintos Estados. Entonces, es claro que tiene que hacer más simple y transparente su sistema tributario para poder competir a nivel global.
Por otra parte, tiene que modificar su esquema previsional, porque en 15 ó 20 años el boom demográfico va a estar en la puerta de la jubilación con muchas personas que están por fuera del sistema.
A su vez, él promete hacer una reducción del gasto, lo cual supone reducir los ministerios, lo que redunda en rodearse de ocho o nueve ministros de su estrecha confianza. Es decir, que va a tener menos cargos que repartir por lo que se le hará más difícil establecer pactos con los distintos partidos.
En Brasil se habla de que este se parece mucho al escenario que tuvo Collor de Mello en los 90… En aquel momento se intentó transitar con pactos en el Parlamento, que terminaron con casos de corrupción que fueron los que lo apartaron.
La pregunta es saber cómo va a llevar a cabo Bolsonaro todas esas transformaciones. Un camino es el del diálogo, y el otro es ir por un gobierno que se saltee al Parlamento todo lo que se puede, lo cual lo pone en un punto riesgoso desde la óptica de la estabilidad democrática.
En Brasil se desfondó el centro del electorado. El PT votó bien, pero no le alcanzó y ahora hay un Parlamento fragmentado y polarizado donde comprar –políticamente- esas voluntades. Bolsonaro va a tener que conquistar a muchos pequeños partidos para poder hacerle frente a la bancada del PT, que es la más numerosa.
El escenario que tiene Brasil es muy complejo y las reformas que debe hacer son muy complicadas.
Bolsonaro tiene un discurso nacionalista más parecido a Trump y Putin que al discurso liberal que tiene su ministro Guedes al decir que pretende abrirse al mundo. Hay oportunidades y riesgos en este proceso. El riesgo es que Brasil se empantane en una discusión política compleja con respuestas autoritarias y que eso genere convulsión política. El escenario de oportunidades puede venir de la mano de la apuesta de Brasil por decir que el Mercosur no funciona y que va a apostar a acuerdos bilaterales. Eso puede ser una oportunidad para que Uruguay diga “los comprendemos perfectamente, sin pelearnos con ustedes y manteniendo todos los accesos preferenciales que podamos en marco de una zona de libre comercio, vamos a buscar soluciones de tipo bilateral”. Lo primero que yo haría luego de esto sería introducirme como miembro pleno –no como un observador- del Tratado del Pacífico, con Chile y Perú. También buscaría la forma de establecer un acuerdo con la Unión Europea, aunque sea solo. La Unión Europea también está preocupada por este tema. En mi caso, tengo mucha incertidumbre. Tiendo a pensar que Bolsonaro y Brasil no tienen claro qué hacer. Visualizo un 2018 de crecimiento para Brasil porque ya se venía recuperando, pero hay un gran signo de interrogación sobre la consistencia financiera de lo que está haciendo si no logra apurar la reforma fiscal y previsional. No esperaría de ese lado noticias espectaculares que nos vayan a impulsar hacia el crecimiento.
-¿Y cómo afecta a Uruguay lo que pasa en Argentina, con una economía muy inestable, donde da la sensación que el gobierno de Macri está perdiendo la pelea ante la inflación y el déficit fiscal?
-Ya nos está pegando. Argentina está barata en dólares, lo que nos pega directamente e influye en que haya menos argentinos acá y más uruguayos allá.
Ahora, Argentina tiene un plan económico que es consistente y que le permite transitar de aquí a fines de 2019. Logró armar un plan que es creíble y que se puede cumplir, a diferencia de lo que pasaba hasta agosto.
El gobierno, además de establecer el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, estableció un triple engranaje, con tasas de interés extraordinariamente altas, un compromiso sobre el tipo de cambio y también un compromiso sobre su base monetaria, que es un crecimiento cero salvo en momentos estacionales. Para mí, mantener esas tres cosas juntas son insostenibles en un período largo. Alguno de estos objetivos tendrán que resignarse; la pregunta es cómo van a reaccionar los mercados si alguno de ellos se incumple.
Si bien Argentina está mejor orientada, tiene algunas inconsistencias en su diseño macro que puede provocar cierta volatilidad en lo que queda del año.
Si Macri logra sobrevivir, en sentido político, este verano creo que tiene perspectivas más favorables para el segundo semestre de 2019.
-Los economistas coinciden en que será necesario realizar un ajuste fiscal y los actores políticos comienzan a considerarlo. De hecho, en una entrevista reciente con El País, el precandidato Mario Bergara ya abordó el tema y señaló que era necesaria una “adecuación fiscal”. ¿Cómo cree usted que se debe proceder en este sentido? ¿Solo sería a través de una suba de impuestos?
Uruguay tiene un déficit fiscal de 3,8% del PIB, y con el nivel de deuda actual es insostenible ese déficit. El gobierno tiene previsto en sus metas que en 2019 estaríamos en un superávit de 0.6%. Yo creo que ese es un objetivo inalcanzable porque esas metas fueron elaboradas en mayo, que es la prehistoria de todo lo que pasó en Uruguay y en la región, y de por sí eran muy autocomplacientes, ya que esperaban un crecimiento del 3%. Uruguay tiene que realizar un ajuste fiscal -corrección, adecuación, o como quieran decirle- que permita pasar del déficit de 0,2% a un superávit del 1%. Es un ajuste del 1% del PIB que son casi US$ 600 millones.
Decir que se va a hacer solo con gasto es una afirmación que tiene escasas posibilidades de concretarse. Eso no significa que a mediano plazo no se establezca un plan de recorte del gasto, pero los resultados de un ajuste fiscal que va solo por el lado del gasto no son inmediatos, y en el mejor de los casos se verán en el 2021.
Eso va a llevar a que, indefectiblemente, se consideren temas vinculados con lo tributario. ¿Cuáles? Dependerá de quién asuma el gobierno. El margen es muy estrecho porque la presión fiscal del país ya es elevada, por lo que la capacidad imaginativa va a tener que ser aguda.
Tal vez por algún evento exógeno, como una mejor performance internacional o de la región, o la inversión de UPM que genere un escenario más atractivo para otras inversiones, puede pasar que el ajuste tenga que ser un poco menor, pero creo que no nos salvamos de tener que hacer un ajuste del 1% del PIB.
No es el fin del mundo
El socio de CPA Ferrere explicó las bondades del grado inversor. “Cuando uno tiene calificación de grado inversor por tres o más calificadores grandes, hace que los títulos emitidos por el país sean elegibles para un conjunto de inversores institucionales que en ausencia de esa calificación no es visible”, destacó y resaltó que a la vez son mejores acreedores y proponen condiciones de plazos y tasas más favorables.
A su vez, afecta a todas las captaciones de inversión alojados al país, por ejemplo, todas las obras de PPP o el financiamiento que necesita UPM. “No es lo mismo que Uruguay tenga o no el grado inversor porque la tasa de interés a la que se endeudan los que estructuran el negocio están asociadas a este fenómeno, y si Uruguay no lo tiene, el costo de endeudamiento se vuelve mayor”, puntualizó.
Sin embargo, para Oddone, en 2016 Uruguay puso la importancia del grado inversor en un pedestal demasiado alto. “Yo creo que decir que mantener el grado inversor es el objetivo principal es excesivo ya que un escenario externo desfavorable puede llevar a perderlo sin ser totalmente responsable por ello”, apuntó. En este sentido, el economista recordó que Uruguay estuvo sin grado inversor entre 2002 y 2012 y funcionaba sin problema. “Es importante, pero si lo perdemos no es el fin del mundo”, remarcó.
En el contexto actual, para Oddone es posible que Fitch no visualice mayores cambios en su próxima revisión en mayo por lo que es esperable que la calificadora vuelva a pronunciarse haciendo efectiva la rebaja de la calificación de Uruguay en año electoral.
“Puede ayudar a esto que se anuncie en abril que UPM efectivamente instalará una nueva planta. Eso, sumado a una tibia expresión del gobierno en referencia al gasto, puede hacer que Uruguay pase de puntillas y no pierda el grado inversor para esa calificadora”, indicó. Eso, a su vez, haría caer el peso directamente sobre quien asuma el gobierno en 2020.
Sin embargo, cabe resaltar que la decisión de la calificadora Fitch de revisar a la baja las perspectivas de Uruguay, no implica que nuestro país vaya a perder el grado inversor. “Uruguay lo seguiría manteniendo por las demás calificadoras, y eso hará que el país continúe siendo elegible”, agregó.
“No es imposible, pero no es muy probable que las tres calificadoras importantes- Fitch, Standard&Poor´s y Moody´s- nos bajen la calificación en 2019”, remató.
Sin nuevas ilusiones
Dedicado al 100% a la actividad privada, Gabriel Oddone asegura que no está en sus planes apostar a un cargo en algún gobierno, aunque ocasionalmente lo visite el fetiche de querer manejar los hilos de la macroeconomía, sueño con el que fantasean, según él, todos los economistas.
El socio de CPA Ferrere es crítico con el actual gobierno y asegura que en esta tercera administración de la izquierda no se encontraron las innovaciones y disrupciones del primer mandato de Vázquez ni la agenda de derechos que caracterizó al período liderado por Mujica.
“Es un gobierno que no tiene una agenda de transformaciones, remarcó, y que diciendo “vamos bien” y pensando que manteniéndose sería suficiente. Sostuvo que el elenco ministerial es fiel reflejo de esta intención. “Sin perder el control de nada, estaba a la espera de que algún evento internacional pasara o que UPM fuera la gran noticia del período”, comentó, refiriéndose a la economía.
“Es un gobierno poco innovador y poco propenso a generar nuevas ilusiones y desafíos”, recalcó.