Entre logros ganados y desafíos pendientes, la directora del Instituto Nacional de Mujeres (Inmujeres), organismo dependiente del Ministerio de Desarrollo Social, repasó la evolución de la lucha por la igualdad de género en Uruguay. Para Mónica Bottero, el feminismo es una herramienta para ver el mundo y hacer un trabajo de profundización de la democracia. Las políticas públicas implementadas por su administración buscan continuar el esfuerzo histórico por cerrar la brecha, y paralelamente, “abrir la puerta a las que se quedaron fuera”. En la charla, la entrevistada remarcó que el feminismo implica cuestionar al poder, y más precisamente a los hombres que mandan con el estilo masculino de mandar. “¿A vos te parece que eso se puede hacer en determinados gobiernos de izquierda?”, se preguntó, en el análisis.
Por: Catalina Misson
-En su libro “Pongámoslo así”, publicado en el 2006, decía que ser periodista es “lo más interesante, emocionante y agotador del mundo”, y que si se lo quitaban, moría. ¿Siente que dejó una pasión?
-Hay etapas que se cierran por determinados motivos. Búsqueda y Galería cerraban una etapa y comenzaba otra. Los dueños, por distintos motivos, sintieron que esa etapa no era para nosotros y yo decidí irme. Trabajé 29 años allì, y sentí que después de ese “top” y no saber a dónde ir, era mejor dejar las cosas así. Escribir historias reales es algo que voy a seguir haciendo mientras viva, por lo tanto no me preocupa no estar en un medio. Después me invitaron a la tele, a trabajar en el proyecto de Noticias Uruguay que no cuajó. Más tarde, Pablo Mieres me invitó a hacer política desde el lugar de las mujeres. En realidad me engañó un poco, me dijo que quería que fuera la jefa de comunicación de la campaña, pero por distintos motivos también terminé de vice. Ahí tenía 53, y me parecía que estaba bueno encarar cosas nuevas, cuando uno piensa que ya sabe todo y está en una zona de confort donde cree que es difícil seguir aprendiendo. Creía conocer el mundo de la política, y luego vi que nada que ver. Pensar toda la logística que lleva una campaña, un discurso, una forma de comunicarse con la gente para atraer votos, relacionarse con el ámbito político desde otro lugar… Yo los conocía a todos, porque somos de la generación del 83. Ahí tenía 19 años, ya era periodista y estábamos todos en la ebullición del inicio de la democracia. Unos fueron a dedicarse a la política y otros seguimos siendo periodistas, pero todos nos conocíamos. Aún así, desde este lado se tiene otra forma de diálogo que hay que aprender.
– ¿Y qué pasó antes de esa llegada tan temprana al periodismo?
– Mi madre me mandó a la Escuela de Declamación. Si hoy le tuviera que recomendar por dónde empezar a cualquier persona que quiera escribir para mejorar su lenguaje y expresión, diría que hay que leer buena poesía. Uno valora las palabras, entiende el sentido matemático del lenguaje. Después me empezó a gustar el fútbol, porque mi familia siempre estuvo vinculada a ese deporte, y ya a los 13 dije que quería ser periodista deportiva como Víctor Hugo. Cuando tenía 16 gané un concurso en la revista El Gráfico de Argentina, entonces hice el recorte y salí a buscar gente conocida que me diera una mano; antes a los medios se entraba así. Esa mano me la dio Julio María Sanguinetti, que era directivo en El Día y amigo de una vecina. Durante un año entero fui a hacer antesala a su estudio de abogacía en la Ciudad Vieja, hasta que un día me atendió y me dijo «¡¿Pero qué querés?!”, porque ya lo tenía harto. Le dije que quería trabajar en el área de deportes, entonces me hizo una carta para que la llevara de su parte. Ahora, 45 años después, a veces voy a la casa y le pido para charlar. Cuando entré en El Día conocí a gente que nunca me hubiera imaginado. Me interesó más la política, entonces cubrí acontecimientos vinculados al regreso a la democracia; y ahí seguí de largo.
–En el prólogo de aquel libro, Enrique Mrak decía que en sus primeros años de maternidad había logrado un balance milagroso entre la vida privada y la vida pública. ¿Fue así, o sólo lo parecía desde afuera?
-En mi caso se dieron algunas particularidades. Primero, encontré al hombre con el que decidí formar familia cuando tenía 36 años. En mi generación todavía las mujeres se casaban a los 20 y pico, entonces lo mío no era lo común. Ya me había tomado todos los trenes, había viajado, tenido novios, escrito libros. Entonces la persona con la que me encontré ya sabía con quién estaba. Tener un camino recorrido fue un factor que facilitó. Segundo, tuve la posibilidad de tener un buen trabajo y recibí apoyo en la crianza de mis hijos. Es algo privilegiado, solamente el 8% de las mujeres uruguayas tenemos ayuda en casa. De todas maneras, hay una carga mental de estar siempre pendiente de los chiquilines, la culpa de dejarlos… En ese período llegaban a Galería cientos de invitaciones para viajar, y no fui a casi ningún viaje. Es un equilibrio que se logra siempre y cuando tengas una serie de privilegios económicos y de redes de apoyo. Eso no me parece justo. Ya alrededor de los 20 años empecé a tomar conciencia de los temas de género y a comprometerme con ello.
-¿Eso le despertó la simple observación del mundo o se acercó a alguna organización?
-Imaginate que a los 13 años, en el ‘77, yo quería ser periodista deportiva. Me miraban raro, ya había algún caso pero no era algo común. Evidentemente yo ya tenía esa conciencia, pero el feminismo más orgánico fue a partir de la salida democrática, cuando las mujeres empezaron también a mostrar su voz. Los grupos de estudio, las que trabajaban en temas vinculados a violencia y se daban cuenta que los femicidios no eran crímenes pasionales ni situaciones de la puerta para dentro… Se estaba dando toda esa reflexión y la volcaban en discusiones en los partidos políticos, en la central sindical o donde fuera. Me fui acercando a ellas. Nunca entré a ninguna organización porque era periodista, pero los temas que abordaba en Búsqueda iban siempre por ahí.
-Sobre esa gestación de una nueva ola feminista, ¿qué recuerda? Continúa manteniendo una amistad con Beatriz Argimón, por ejemplo.
-La mejor parte fue cuando se formó la bancada femenina en el 2000, con Glenda Roldán, Margarita Percovich y Beatriz Argimón. Había seis diputadas titulares en todo el Parlamento y decidieron que querían trabajar juntas. Eso expresa todo un movimiento muy fuerte que se formó de mujeres amigas, algunas de distintos partidos, periodistas, juezas y hasta pastoras. Se dieron alianzas muy buenas que duran hasta el día de hoy, que ayudaron a crecer. Tengo muchas amigas que considero hermanas de la vida porque luchamos mucho juntas. Beatriz es la persona con la que he tenido más cosas en común. Lamentablemente, en los últimos años, con lo que se llama la cuarta ola feminista, aparecieron grupos radicales que dicen que la sociedad patriarcal se basa en el capitalismo y toda una serie de cuestiones que generaron determinados cortes con las que estamos de un lado políticamente y las que estamos del otro. Creo que las veteranas tenemos el deber de mantener ese otro espíritu.
-¿Entonces, se puede ser feminista y no ser de izquierda?
-Por supuesto, es más, hasta te puedo decir que si sos feminista a veces puede ser difícil ser de izquierda… El feminismo implica cuestionar al poder, a los hombres que mandan con el estilo masculino de mandar. ¿A vos te parece que eso se puede hacer en determinados gobiernos de izquierda? El feminismo es una herramienta para ver el mundo y para hacer un trabajo de profundización de la democracia. Además, yo me considero de izquierda, pero no del Frente Amplio (FA). Hay una izquierda que en un momento resolvió separarse del FA por determinadas prácticas de apoyo a gobiernos autoritarios y ciertas contradicciones. No por eso se deja de ser de izquierda, si es que hoy se puede hablar de izquierda y derecha.
-¿Por eso eligió el Partido Independiente? ¿Encontró allí un lugar para esa izquierda no frenteamplista?
-Sí. El PI tiene dos vertientes principales: el Partido Demócrata Cristiano y la lista 99 de Hugo Batalla, ambos fundadores del FA. Yo venía de la 99, de haber militado antes de ser periodista. Seguí el camino de una izquierda moderna, avanzada con estos tiempos, con la historia y con las nuevas demandas del mundo.
-¿En su trayectoria ha visto una evolución en el llamado “techo de cristal», o es algo que persiste?
-Sin dudas persiste; ya no es una opinión, lo dicen los números del Instituto Nacional de Estadística. Hoy se habla de tres fenómenos. Uno es el techo de cristal, que es más para las profesionales, con aspiraciones de alcanzar determinadas posiciones. Lo notás si mirás el Parlamento, las dirigencias de las principales empresas nacionales, cámaras, sindicatos, federaciones deportivas, cátedras universitarias, etc. Los varones escalan independientemente de los hijos que tengan, tienen tiempo para publicar papers, especializarse en el exterior, porque dejan atrás una familia que se mantiene igual. ONU Mujeres también menciona “el piso pegajoso” y “la escalera rota”. Hay mujeres de los sectores más vulnerables que no pueden despegarse del piso, no pueden ni siquiera pensar en iniciar un camino profesional o laboral. Si por ejemplo vivís en la periferia de Montevideo y no tenés quien cuide a tus niños, y tenés que venir a la ciudad para trabajar ocho horas más dos de viaje en total, es muy difícil despegarte. Podés seguir viviendo de la ayuda social o te buscas una estrategia de sobrevivencia como puedas, que muchas veces está en la informalidad. En este país la pobreza infantil duplica a la pobreza general. Esos niños no son pobres porque sí, son pobres porque sus madres lo son. Generalmente el gran nudo de la desigualdad es el hecho de tener que cuidar a otras personas, sean niños, personas con discapacidad o adultos mayores. Quienes cuidan son las mujeres, y eso también es trabajo que nadie te paga. Si miras el mercado laboral, de cada $100 que ganan los hombres, las mujeres ganan $78. El año pasado hicimos una encuesta del uso del tiempo con el INE. Las mujeres trabajan más horas que un varón, dos tercios del tiempo lo dedican a tareas de cuidados, y el restante en trabajo remunerado. En el caso de los varones es exactamente al revés. Sobre la escalera rota, esa desigualdad impide, por ejemplo, trabajar y estudiar, preparar un concurso, que te vean como candidata a un ascenso en tu trabajo, por el “esta va a quedar embarazada», o “esta falta porque los hijos están enfermos”, etc. También hay limitaciones culturales; uno da un ascenso a personas con las que tiene confianza, y uno desarrolla confianza con gente que tiene cosas en común. Por eso está comprobado que cuando hay mujeres en puestos directivos, hay más mujeres que ascienden en esa empresa, porque se supone que si tenés conciencia de género podés identificarte y entender su situación. Construir una tendencia hacia cerrar la brecha no lleva cinco años, se necesita un compromiso de política pública y continuidad. Hay mucho factor cultural que debemos cambiar, y en algunos casos se puede hacer con políticas públicas. Son cosas que no se ven, por eso hay que ponerlo en palabras y números. A veces dicen que les damos privilegios a las mujeres, pero es todo lo contrario. Estamos en desventaja histórica desde hace siglos, y se trata de usar instrumentos de política pública para garantizar esa igualdad que está en el papel pero no en la realidad.
-¿Las políticas públicas pueden interferir en algo tan esencial como la cultura de una sociedad?
-Yo lo he visto. En el año 90’ hice mi primer informe para Búsqueda sobre violencia doméstica, y fui a la Seccional N° 3 para hablar con el comisario y me contara las situaciones que recibían. Me dijo: «¡Pero señora, deje ese tema! Son cosas de cada pareja. ¿Quién no entró a la casa y se le escapó algún manotazo?». Hoy un comisario le dice eso a una periodista y va preso al día siguiente. Una vez fui a la Comisaría de la Mujer en la calle San José, y vino una mujer desesperada. Le dijeron que sin pruebas no podían hacer nada. “¡Pero yo estoy desesperada, me va a matar!”, decía la mujer. Le facilité información de algunas ONG que la podían ayudar, y me dijeron que no lo podía hacer dentro de la comisaría y hasta amenazaron con detenerme. Hoy eso es un disparate. Las cosas han cambiado muy rápido. Son temas arraigados desde hace 5.000 años de civilización judeo cristiana, y recién desde la década del 30 las mujeres podemos votar en Uruguay. A veces los cambios legales van más rápido que la cultura de una sociedad. La Ley de Violencia de Género y la Ley de Cuotas son todavía muy cuestionadas porque se cree que son privilegios para las mujeres, pero en realidad Uruguay está atrasado en la incorporación de mujeres en los ámbitos electivos de decisión política. El poder no se cede así como así, quienes lo tienen van a dar batalla. En esta administración, Inmujeres creó el programa de Fortalecimiento para Líderes Políticas, donde formamos a 180 líderes políticas de todo el país en base a un estudio previo. Nos llamó la atención que casi una de cada cuatro nos decía que la violencia que sufrían dentro de la propia organización era lo que les quitaba las ganas de hacer política. Y hablaban del ninguneo, la exclusión de los lugares donde “se corta el bacalao”, los comentarios sexuales o sobre el aspecto físico, el cuestionamiento permanente a la capacidad, etc. A los varones les sucede, pero en una medida muy inferior. Son ámbitos muy masculinos donde la violencia circula, porque hay una cultura de relacionarse con determinados códigos. La Ley de Cuota abre una pequeña puerta para que las mujeres que han ido quedando afuera a lo largo de la historia, puedan entrar. En Inmujeres damos ciertas pautas y un sello de calidad con equidad de género a las instituciones públicas que cumplen. Desde el año pasado también lo hacemos con instrucciones privadas, porque a la hora de exportar productos o servicios, es algo que se le presta atención.
-Más allá de las dificultades dentro de la vida familiar de una mujer, ¿hay algo más que le esté preocupando?
-La política pública en materia de prevención de violencia más fuerte que tenemos es la campaña de noviazgos libres de violencia. Hace tres años que trabajamos con la violencia digital, porque el ámbito digital es donde socializan los chiquilines. La violencia física es la expresión más dramática de las desigualdades de género, la consecuencia última. Parte de una persona que cree que puede controlar a otra en todos sus términos, pero ese control no se inicia con un golpe, un revólver o cuchillo, se inicia con un «no me gusta que te pongas determinada ropa», «no me gusta que vayas a ver a tus padres» o «¿qué tenés que hacer con tus amigas?». Es un proceso de escalamiento, lleva a creer que podés hacer eso a tu pareja, y tu pareja cree que es una demostración de amor. Ese proceso se puede cortar en cualquier momento, desde el primer día que te dice «mostrame el celular». Puede llegar o no llegar lejos, pero va a escalar. A esa mujer se le va a prestar ayuda. Es cierto que debemos mejorar, que hay desafíos en la respuesta del Estado, que es absolutamente necesario mejorar la formación del personal de las comisarías, que los centros educativos y el sistema de salud deberían detectar situaciones de violencia en mujeres o niños. Hay un teléfono para asesorarse sobre qué se puede hacer cuando tú o una persona de tu entorno está en una situación de violencia: 0800 41 41 o *4141 si llamas desde un celular. Te va a atender una técnica especializada, a veces te conecta directo con la policía, en otro caso puede llamar una ambulancia,o te puede dar hora para que veas a nuestra psicóloga, abogada o trabajadora social. Si estás en peligro de vida te vamos a dar un refugio para que puedas pasar un tiempo hasta que la cosa se arregle, y vamos a trabajar desde el punto de vista psicológico para que entiendas por lo que pasaste y no vuelvas a la situación anterior. No es necesario denunciar, se entiende que las mujeres muchas veces no están en condiciones de llegar a eso, entonces se trabaja con técnicas y después se ve. En Montevideo está la Comuna Mujer, y en otros departamentos también hay varios servicios. Si la situación es muy grave, a veces es más fácil que llamen a nuestros teléfonos y la policía vaya, que si llama un particular. Es lamentable, pero puede suceder…
-Entre las situaciones de violencia y el pedido de ayuda, ¿hay un número de casos invisible a la estadística? ¿Qué tan alarmantes son los números?
-En Uruguay se da la particularidad de que están muy bien registrados. En otros países sucede que la violencia de género está tan naturalizada que las mujeres no piensan en pedir ayuda. En un país donde las denuncias empiezan a aparecer y explotar, hay una buena señal, quiere decir que hay menos mujeres dispuestas a tolerar determinadas situaciones. Si me quedo quieta intentando evitar que mi pareja violenta reaccione, y cuando reacciona me callo porque «él es así, a veces se pone nervioso» como lo hacían nuestras abuelas, los casos de violencia de género van a ser muchos menos, pero va a ser una violencia más implícita que igualmente lastima no sólo a mujeres, sino a los niños y niñas expuestos. Ahora sí, hay que ver también qué respuesta da ese país. No sólo debemos mejorar la respuesta de la policía, hay que hacerlo con la Unidad de Víctimas de la Fiscalía, con los servicios sociales y el sistema de transporte, aduanas y fronteras para detectar situaciones de trata de personas. También con la formación en violencia de género en los servicios de salud y ámbitos educativos, que es lo que estamos haciendo en este momento con ANEP en la reglamentación del artículo de la Ley de Violencia de Género que refiere a las políticas educativas para un protocolo de acción, a pesar de que los docentes ya son intuitivos con este tema. En la nueva currícula de la reforma educativa buscamos que se incluya la perspectiva de género en algunos aspectos, sobre todo en derechos humanos.
-¿Deja Inmujeres en mejores condiciones de lo que lo encontró?
-Creo que sí. Todas las directoras que hubo mejoraron Inmujeres, del partido que sea. Esto comenzó en 1987 como una oficina del Ministerio de Educación y Cultura, de ahí para acá, todo lo que sucedió fue ampliarse y mejorar. En el período anterior se votó la Ley de Violencia de Género, que acompañamos todos los partidos políticos. No se pudo implementar ni financiar toda, pero mejoramos el presupuesto y seguimos ampliando su alcance. Nuestro teléfono pasó a ser de 24 horas, creamos un nuevo refugio en San Carlos, ampliamos más de 800 horas semanales de atención en todo el país con profesionales, hicimos el programa para líderes y la campaña de noviazgos libres de violencia que no paró en la pandemia y alcanzó a más de 100.000 chiquilines. Trabajamos como nunca antes en todo el territorio con las intendencias, creamos la división de Autonomías y Desarrollo para promover la independencia económica de las mujeres, en el empleo trabajamos con Inefop, trabajamos con el propio Mides, con la Escuela de Administración Pública, con varias organizaciones de la sociedad civil, con el Inacoop, con las desigualdades de género en el interior junto al Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca… Eso es lo que dejamos, y esperamos que venga quien venga en el próximo gobierno pueda retomarlo y profundizarlo.