Con la dirección de Marianella Morena y Paula Villalba, la composición musical de Franco Polimeni y la interpretación de los 50 músicos de la Banda Sinfónica y la Orquesta Filarmónica de Montevideo, la Comedia Nacional está presentando desde el 1º de octubre hasta el 22 del mismo mes, Macondo. La obra, donde se representa de forma fiel el mundo de 100 años de soledad, la novela de Gabriel García Márquez, invita a los lectores a volver a introducirse en sus pasajes más emblemáticos.
Por Mateo Castells
Fue frente al pelotón de fusilamiento, que el coronel Aureliano Buendía hubo de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Muchos años después, en la sala Delmira Agustini del Teatro Solís, con sus butacas colmadas de espectadores, el coronel, junto a su familia Buendía, tan espléndida, histriónica y numerosa como siempre, se sienta en la mesa del tinglado con todas las generaciones que subyacen de la novela de García Márquez.
La atmósfera entera del teatro se aboca a introducir al espectador a ese pueblo de casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas, surgido de ese claro en la selva que José Arcadio dispuso para construir.
Desde la explanada de la calle Buenos Aires, donde se yergue una selva tropical y se escucha el chillar de los pájaros, hasta los pasillos internos del hall principal donde hay decoraciones circenses, se sitúa al Macondo al que los gitanos visitaban en sus primeros años donde se forjó la historia de las siete generaciones de la familia Buendía, pero también a ese Macondo prematuro de La hojarasca, con su almendro partido al medio por un rayo, con sus ramas funerarias y carbonizadas como si medio árbol estuviera en invierno y la otra mitad en primavera o el de aquel coronel que no tenía quién le escribiera y se le humedecían los huesos de la espera.
En las tablas, los propios integrantes de la familia se problematizan a sí mismos a través de las lecturas de los pasajes más importantes de los primeros capítulos, de cuando el mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre y había que señalarlas con el dedo. Así se muestra a José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, sentados con sus hijos en una escena inicial que da comienzo a la obra e introduce a los espectadores a ese mundo mágico y con cuestiones quijotescas, de 100 años de soledad.
Pero el alboroto inicial y las discusiones de los familiares quedan de lado cuando ingresan tres distintas versiones de Úrsula al escenario. Está la Úrsula mayormente esposa, esa que acompañó a su marido y contuvo sus embates de las apuestas en las batallas de gallo; está la Úrsula que se hizo cargo de su familia cuando José Arcadio enloqueció y que terminó siendo la voz de la razón en una familia de locos; está la Úrsula que tras los diluvios que azotaron a Macondo se dejó vencer por la demencia senil.
Así ocurre con varios personajes de la trama a lo largo de la obra, haciendo que el espectador, que de estar sentado en las butacas de la sala es probable que haya leído 100 años de soledad al menos una vez, recapitule los pasajes más icónicos de los 28 capítulos que el libro contiene y vuelva a introducirse en ese árbol genealógico tan complejo y característico que García Márquez pensó para esas siete generaciones de los Buendía.
Poco a poco se introducen los primeros años de ese siglo de Macondo. Los hijos, los incestos, la soledad como eje transversal a todos los familiares, la guerra civil y la peste del olvido, esa que obligó a los habitantes del pueblo que hasta ese momento ya se habían situado del otro lado de la ciénaga, a etiquetar las cosas por su nombre, hasta que todos terminaron por olvidarse de cómo leer, son aspectos que se representan de manera lineal en esta obra.
Pero lo que marca el argumento de esta ocasión es la guerra civil, esa que enfrentó a conservadores contra liberales y que tuvo al coronel Aureliano Buendía como líder de la resistencia, y que terminó por fragmentar a esa familia. Así se representa en el escenario. Las parejas consumadas hasta ese entonces se abrazan desesperadas a lo largo de toda la escena y son separadas y fusiladas una y otra vez por militares, plasmando de esta manera el peso de los enfrentamientos bélicos y el rol que ocupan en la novela de Gabriel.
Las mariposas amarillas, bailarinas y caribeñas, la magia de los brebajes de Melquíades, la afición por hacer hielo de Aureliano Triste, la tozudez de Rebeca y su costumbre de comer tierra, los pescaditos de oro del coronel que hacía y fundía en una lucha interminable contra la soledad, la demencia senil de Úrsula y la maldición de la cola de chancho, que en los pergaminos de Melquíades se auguraba, que termina por rematar la obra, están representadas fielmente por la Comedia Nacional.
De esta forma, los actores sacan a pasear a la multitud que colma el Teatro Solís a través de esas páginas de 100 años de soledad, en una obra de teatro donde los eventos inexplicables que solo el realismo mágico de García Márquez puede lograr transmitir con tal credibilidad y belleza, se ejecutan de una forma cómica y problematizadora. De esta manera, quien haya leído el libro, se irá a su hogar con el afán de volver a sumergirse en esa historia y recordar que las estirpes condenadas a 100 años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.