En diálogo con CRÓNICAS, el rector de la Universidad de la República (Udelar), Rodrigo Arim, reflexionó sobre el pasado reciente, presente y futuro próximo de la institución. Así, destacó que “es un logro” haber sostenido la enseñanza en 2020, aunque a la vez manifestó que esta no irá únicamente a un modelo virtual. Así, indicó que se dirigirá hacia una realidad “un poco más híbrida”, donde habrá un uso “mucho más intensivo” de las plataformas digitales, pero también esté combinado con la restitución de la vida universitaria de manera presencial.
Por Ignacio Palumbo | @ignacio_palumbo
– ¿Cómo inició la Udelar este 2021? ¿Qué expectativas tenían para las clases?
– La Universidad viene practicando bajo el supuesto de la no presencialidad desde el comienzo del año, y habilitando la posibilidad de que aparezcan espacios de presencialidad en el contexto en que así lo permita la evolución de la pandemia en las circunstancias sanitarias.
Alguna gente nos cuestionó. “¿Por qué van a volver a la no presencialidad cuando en realidad Uruguay parece estar saliendo de esto?” A nosotros, en base al asesoramiento que tenemos, no nos parecía razonable pensar en el retorno a la presencialidad en el primer semestre del 2021.
– ¿Qué medidas se tomaron desde la universidad para sostener la virtualidad?
– Hemos sido muy cautos en evitar convertir a la universidad en un foco de dispersión viral, y lo hemos logrado: no ha habido brotes endógenos dentro de la Udelar -una institución que tiene 150.000 estudiantes durante todo el año-. En simultáneo, intentamos aprovechar, cada vez que pudimos, durante toda la pandemia para fomentar el encuentro entre estudiantes y docentes. Eso pasó; en el segundo semestre del año pasado se retomaron muchas actividades presenciales, pero en diciembre tuvimos que tomar la decisión -por ejemplo- de suspender las evaluaciones presenciales que ya estaban pautadas.
Además, tuvimos algunas negociaciones para adquirir plataformas digitales. Hoy la Udelar tiene un contrato de provisión de salas virtuales con Zoom que le asegura tener una sala para cada docente (10.000) y una para cada estudiante (100.000). Lo otro que hicimos rápidamente también entre enero y febrero fue volver a comprar laptops para distribuir entre aquellos estudiantes que tienen algunas dificultades en cuanto a los dispositivos para poder estudiar, porque uno de los problemas centrales que tiene la virtualidad es que acrecienta algunas desigualdades muy fuertes que tenemos en el país, que es el estudiante que no tiene conectividad y no puede acceder.
En ese sentido, tenemos un problema que no hemos logrado todavía resolver. Hemos estado en tratativas con Antel -y hemos tenido buena receptividad pero todavía no una respuesta concreta-, que tiene que ver con asegurar conectividad. Quizás es el talón de Aquiles que nos queda que no hemos logrado resolver.
– ¿La Udelar tiene pensado implementar un modelo híbrido para permitir mayor accesibilidad a sus estudiantes?
– Quiero responder esto en términos del pasado reciente, presente y futuro inmediato.
A la Udelar le fue relativamente bien en el 2020 en la comparación internacional de lo que han hecho las universidades en el mundo. La universidad tiene una tradición larga de utilizar instrumentos digitales para apoyar la enseñanza, no como sustituto, sino como apoyo.
Eso nos permitió, en dos semanas, migrar de la presencialidad a la no presencialidad, y migraron el 97% de los cursos que teníamos previsto para el primer semestre del año pasado. Lo que no se concretó tiene que ver, fundamentalmente, con cursos o instancias de formación clínicas, donde la no presencialidad no es sustituible (médicos, enfermeros, veterinarios o agrónomos, su formación no puede ser sustituida por la no presencialidad). A la misma vez, siempre dejamos abierta la posibilidad de que los servicios con protocolos muy firmes pudieran habilitar algunos espacios de presencialidad, y hoy también está habilitado -para cupos muy acotados y con ciertas condiciones-.
En la universidad hay una percepción general de que lo que hemos hecho el año pasado tiene dos características. Por un lado, es un logro institucional relevante haber sostenido la enseñanza y con rendimientos similares de los estudiantes a lo que tuvimos otros años, pero simultáneamente nosotros no creemos que esté emergiendo un modelo de enseñanza en el sentido de que vamos a un esquema de no presencialidad. De hecho, uno de los problemas que tenemos es que nosotros entendemos que, si bien hemos logrado mantener a la comunidad universitaria cohesionada y a los estudiantes vinculados a la Universidad de la República -ese es el primer y principal objetivo-, hay algunos ingredientes del proceso de aprendizaje universitario que no son sustituibles, que tienen que ver con el intercambio, con la posibilidad de encontrarse con los pares, conocer a tus colegas y a los docentes, de construir comunidad universitaria en un sentido amplio. En la no presencialidad es muy difícil sostenerlo.
¿Qué pasa en el futuro? Creo que vamos a un modelo “un poco más híbrido”, donde obviamente aprendimos mucho del 2020, en condiciones muy exigidas y restricciones muy fuertes, pero está claro que hay circunstancias de los procesos de aprendizaje que van a hacer un uso mucho más intensivo de las plataformas digitales u otros instrumentos tecnológicos. Porque eso también democratiza; siempre y cuando aseguremos el acceso a la conectividad.
Ahora, uno no puede tener una visión muy idílica de estas cuestiones, porque de la misma manera que hay estudiantes que están pidiendo que se sostenga la enseñanza no presencial, hay otros que nos están pidiendo a gritos que volvamos a la presencialidad.
El mundo que se viene es muy distinto del que teníamos en 2019 desde el punto de vista de la enseñanza universitaria. Es un mundo donde vamos a mezclar mucho más lo presencial y lo no presencial, pero también donde la presencialidad tiene que ser un componente importante porque eso también marca la calidad de la enseñanza.
– ¿Hay gente que se quedó por fuera de la universidad por la pandemia?
– La respuesta global, en números agregados, es que nosotros no tuvimos un nivel de deserción mayor del que tuvimos en años previos. Por eso, en términos de resultados de cohesión institucional y capacidad de construir comunidad universitaria, los resultados son buenos para la Udelar.
Las condiciones de aprendizaje no fueron las mejores, y por tanto eso va a haber que compensarlo en el futuro.
Pero justamente, en términos de desvinculación de estudiantes de la universidad, la Udelar ha hecho un enorme esfuerzo exitoso en el 2020.
De hecho, este año tenemos más estudiantes que el año pasado. Tuvimos un salto en el número de inscripciones muy importante en 2021.
– ¿Cómo se perfila la educación del futuro en la Udelar? Tanto en el semestre que viene como en 2022 y adelante.
– Yo espero que en el segundo semestre tengamos más presencialidad, más allá que, con la evolución reciente de la pandemia, esto es dudoso. Es probable que tengamos que comenzar el segundo semestre también bajo el supuesto de escenarios troncales no presenciales.
Dicho esto, me imagino un escenario donde se utilicen mucho más las tecnologías de la información y donde haya espacios de formación, por ejemplo, las clases más de corte magistral. Yo doy clases en primero de Facultad de Ciencias Económicas y no tengo muy claro que haya ventajas relativas en que los estudiantes concurran a mi clase presencialmente cuando tenemos 200-300 estudiantes o lo hagamos por Zoom, por más que yo docente me siento más cómodo en un aula que en una sala virtual. Pero posiblemente, para los estudiantes -que es lo que importa- las ventajas relativas sean menores de la presencialidad.
Ahora, eso tenemos que combinarlo con espacios de encuentro presencial más acotados, donde se habilite el intercambio, donde los estudiantes puedan sentirse parte de una institución y a la vez se construyan redes. Eso es la vida universitaria, es el estudiante en interacción con otros, haciéndose preguntas y buscando respuestas a las problemáticas que se plantean en esta cuestión.
Este componente tenemos que lograr restituir. No va a ser sencillo, es caro, pero de la misma manera que tenemos que lograr mejorar el uso de tecnología para que ningún estudiante tenga que concurrir a una clase junto con otros 300 estudiantes -y por tanto las clases magistrales puedan darse bajo otro contexto-, tenemos que buscar la manera de construir y preservar los espacios más comunitarios de la vida universitaria, en donde el estudiante se sienta parte de una institución.
Eso para mí es un nuevo desafío. Uno puede pensar en un modelo en donde los estudiantes estén menos presentes en los edificios universitarios, pero no en uno donde estos nunca pisen un edificio universitario ni se encuentren en comunidad.
– ¿Cuáles son los principales desafíos que entiende tiene por delante la Udelar?
– En el corto plazo, cómo logramos emerger en un esquema de funcionamiento universitario que reconozca los problemas que surgieron durante el 2020 y posiblemente el 2021 vinculados a la pandemia. O sea, los costos educativos que tiene el fenómeno, que sea capaz de hacer una adaptación inteligente a su funcionamiento institucional y a su funcionamiento en el problema de la enseñanza, de tal manera de asegurarnos de sostener a los estudiantes en condiciones adversas.
“En el muy corto plazo tenemos el desafío de sostener el sistema científico nacional”.
En el muy corto plazo tenemos otro desafío, que es sostener el sistema científico nacional. Ahí no hay noticias extremadamente buenas. El 80% de la investigación en Uruguay se desarrolla en la Universidad de la República, y buena parte de esa investigación se sostiene en un régimen de dedicación total que genera cierta tranquilidad con una remuneración austera, pero plausible, para aquellos que tienen vocación para la investigación (y quieren) desarrollar su vida en Uruguay. Eso se logró en 2020; lo que pasa que por delante tenemos el desafío de cómo abrimos espacios para que los jóvenes que se terminan de formar dentro y fuera del país a alto nivel en todas las áreas de la ciencia y la cultura tengan espacios para poder desarrollar su potencialidad en Uruguay.
¿Esto quiere decir que es malo que algunos uruguayos quieran ir al extranjero? No. Vivimos en un mundo global, y está bien que haya gente que quiera desarrollar su vida académica fuera del país. El problema es que eso se dé porque Uruguay no genera oportunidades. Creo que estamos al borde de comenzar un ciclo donde eso pueda ser una realidad. Eso lo considero preocupante en el muy corto plazo, y en clave de largo plazo también.