Es probable que la recesión que afrontarán al menos Europa y Estados Unidos en los próximos trimestres sea menos severa que las observadas en los últimos tiempos, según analizó el economista principal de BBVA Research en una columna de opinión. A su entender, las distorsiones actuales no son tan significativas como las registradas en las crisis previas.
Por Enestor Dos Santos, economista principal de BBVA Research
Una fuerte moderación del crecimiento económico a lo largo de los próximos trimestres es inevitable. Muchos factores contribuyen a esta visión sobre la evolución de la economía global: la elevada y diseminada inflación, los agresivos aumentos de los tipos de interés de política monetaria para frenarla, la volatilidad de los mercados financieros, el impacto de la guerra de Ucrania sobre los precios de las materias primas y los cuellos de botella (principalmente en el mercado de gas en Europa), la pérdida de dinamismo del proceso de reapertura económica tras el covid-19, la debilidad del crecimiento en China, las tensiones geopolíticas, etc.
Se puede decir de las recesiones económicas lo mismo que comentó León Tolstói sobre las familias infelices: que cada una lo es a su manera. Así, la que ahora asoma en el horizonte tiene peculiaridades que, potencialmente, la distingue de las demás, al menos de las más recientes, como las generadas por la crisis financiera de 2008, por la crisis del euro de la década pasada y por la reciente pandemia del coronavirus.
A diferencia de las observadas en el pasado reciente, la que probablemente se materializará en los próximos trimestres será una moderación económica, en cierta medida, buscada por las autoridades económicas. En particular por los bancos centrales, principalmente en EEUU, pero en menor medida también en Europa. Ambos subirán los tipos de interés hasta niveles contractivos para controlar las persistentes presiones inflacionarias y evitar así escenarios económicos aún más negativos.
Otra característica de la contracción de la actividad que se acerca es que se la ve venir. Es decir, no llegará de manera sorpresiva como la contracción económica generada por el coronavirus, o incluso como las provocadas por la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y la crisis del euro en la década pasada. Aunque la respuesta adelantada de los agentes económicos a una ralentización económica esperada puede aumentar la probabilidad de su ocurrencia (el recorte preventivo de gasto de familias y empresas, por ejemplo, puede profundizar la desaceleración de la actividad), contribuye a controlar y superar sus efectos negativos.
Por último, es probable que la recesión que afrontarán al menos Europa y Estados Unidos en los próximos trimestres sea mucho menos severa que las observadas en los últimos tiempos. Las distorsiones económicas y financieras actuales no son tan significativas como las registradas en las crisis previas; en particular, los balances corporativos, de los bancos y de las familias son ahora más robustos que antes. Además, en comparación con la crisis del covid-19, esta vez estamos lidiando con una “enfermedad” conocida, para la cual ya disponemos de “vacunas”, lo que -desgraciadamente- no garantiza que se utilizarán adecuadamente o que no vayan a generar efectos secundarios.